DONUM VERITATIS
El
presente trabajo elaborado a modo de resumen buscará responder, luego de la
lectura del documento magisterial, las siguientes interrogantes: ¿Cuál es el
argumento principal del texto y qué ideas lo sostienen? ¿Qué aporta el texto
para profundizar mi comprensión del quehacer teológico? ¿Encuentro alguna
limitación en el argumento del texto?
Un interés personal me motivó al
estudio de este documento, la reciente muerte de su suscriptor, el papa
Benedicto XVI, quien fungía como Prefecto de la “Congregación para la Doctrina
de la Fe” -otrora “Santa Inquisición” y “Santo Oficio” y actualmente
“Dicasterio para la Doctrina de la Fe”- para el 24 de marzo de 1990, fecha en
la que se publicó este texto. La muerte de Joseph Ratzinger se ha convertido en
particular en una oportunidad para revalorizar su aporte teológico a la Iglesia
contemporánea, principalmente en el estudio de sus diversos textos
magisteriales. Es posible pensar que esta Instrucción haya sido especialmente
preparada por el cardenal Ratzinger en comunión con sus colaboradores y bajo la
venia de san Juan Pablo II, sobre todo cuando, al conocer su título, “Donum
Veritatis”, encontramos una directa referencia al lema del escudo episcopal
-luego pontificio- que el mismo Ratzinger eligió, porque realmente se comportó
como un “Cooperatores Veritatis”, como un cooperador de la
Verdad.
Esta Instrucción ha de ser entendida no
únicamente como un aporte del cardenal Ratzinger, sino del conjunto total del
Magisterio de la Iglesia, tal y como lo deja claro el mismo documento al
expresar que, también forman parte del Magisterio los documentos aprobados por
el Romano Pontífice en materia de moral y costumbres, y este es un caso de
ellos.
La Verdad, que es un don de Dios a su
Iglesia, nos hace libres y la ignorancia nos esclaviza, comienza afirmándose en
la introducción del documento, a la vez aseverando que el cristianismo es
conocimiento y vida, verdad y existencia, porque busca entender la fe encarnada
en la cotidianidad de la vida, y no separándola de ella como si fuesen
antagónicas entre sí. Esta Verdad, sin embargo, nos sobrepasa, de ahí que la
búsqueda de la comprensión de la fe, es decir, la teología, sea ciertamente una
exigencia y obligación de la Iglesia, porque efectivamente el hombre es capaz
de Dios, como lo afirma el Catecismo de la Iglesia Católica.
El quehacer teológico pasa por el
riesgo de permanecer en la verdad en la novedad de los problemas de los hombres
de cada época, pues ciertamente Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre, y
bajo esta premisa se entiende que la fe deba superar las modas pasajeras y las
corrientes de pensamientos que, aunque muy bien fundamentados, no guarden
fidelidad a la tradición eclesial. Por su parte la teología en el Concilio
Ecuménico Vaticano II contribuyó en la profundización de las cosas, aunque no
sin crisis y tensión, esta misma Instrucción es producto de la realidad
eclesial del postconcilio, donde se hizo necesario fijar claramente la postura
que ha de ser acogida por todos en la obediencia a la fe recibida. Es esta
instrucción una respuesta a una realidad concreta de los signos de los tiempos.
La Congregación para la Doctrina de la Fe,
dirigió a los obispos de la Iglesia católica, y a través de ellos a los
teólogos, esta Instrucción magisterial, para recordarles a ambos (obispos y
teólogos) que la Verdad es un don de Dios a su pueblo, verdad que nos hace uno,
porque la verdad busca la unidad de la fe, y es don de Dios a su pueblo, porque
la totalidad de los fieles, que han recibido la unción del Espíritu Santo, no
puede equivocarse cuando cree.
Hemos conocido al principio que esta
Instrucción versa sobre “la vocación eclesial del teólogo”, pues bien, ¿cuál es
en concreto esa vocación? El documento lo deja claro, el teólogo debe lograr,
en comunión con el Magisterio, una profunda comprensión de la Palabra de Dios
contenida en la Escritura inspirada y transmitida por la tradición viva de la Iglesia;
podríamos ahora precisar las palabras claves en las que se desarrollará todo el
contenido siguiente: Teólogo, Magisterio, Palabra de
Dios, Escritura y Tradición.
Hacer teología es ponerse de cara a
Dios, que es amor, por eso el amor desea conocer cada vez más a quien ama, y el
teólogo que busca a Dios en sus estudios, lo ha de encontrar al unir siempre la
investigación científica y la oración. Sabemos que, por una parte, el estudio
científico procura una actitud crítica, y esto es aceptable, pero no es
admisible un espíritu crítico, que todo lo cuestiona, que todo pretende
depurar, en este sentido, la teología como vocación exige un esfuerzo
espiritual de rectitud y de santificación, porque el teólogo no se sirve a sí
mismo, sino a Dios y a los hermanos.
Donum Veritatis reconoce la capacidad que posee la
razón humana para alcanzar la verdad, como también su capacidad metafísica de
conocer a Dios a partir de lo creado, por eso se comprende que el teólogo
recurra a la filosofía, a las ciencias históricas y humanas para ejercer su
función, sin olvidar jamás que también es un miembro del pueblo de Dios, y que debe
respetarlo y comprometerse a darle una enseñanza que no lesione en lo más
mínimo la doctrina de la fe, pues el mundo puede condicionar el pensamiento del
teólogo y hacerle creer que su razonar es infalible.
La Iglesia, por su parte, pondera la libertad
para hacer teología dentro de la misma Iglesia, no fuera de ella, con discusiones
imparciales y objetivas, en constante diálogo fraterno, apertura y disposición
de cambio de cara a las propias opiniones. Esta libertad de investigación se
inscribe dentro de un saber racional cuyo objeto ha sido dado por la
revelación, transmitida e interpretada en la Iglesia bajo la autoridad del
Magisterio y acogida por la fe. Rechazar estos datos, que tienen valor de
principio, equivaldría a dejar de hacer teología. Nuevamente vemos la
importancia de la intrínseca unidad que posee la vocación teologal, como se
precisó anteriormente: Teólogo, Magisterio, Palabra de Dios, Escritura y
Tradición.
La concepción de que la Verdad es un
don de Dios a su pueblo significa también que él mismo dio a su Iglesia -que es
el pueblo de Dios-, por el don del Espíritu Santo, una participación de su
propia infalibilidad, es decir, que en lo que el pueblo cree no hay error, no
significa de ningún modo que la Iglesia sea una democracia en la que la verdad
sea determinada por el voto de la mayoría, como afirmó el mismo Benedicto XVI,
pues esta creencia del pueblo ciertamente ha de ir en armonía con el
Magisterio, la Palabra de Dios y la Tradición de la Iglesia, que son las
fuentes de la Teología, aunque es cierto que se reserva solo a la autoridad del
Magisterio la auténtica interpretación de la Verdad revelada por Dios.
Cristo mismo quiso encargar a hombres
particulares, los apóstoles y sus sucesores, la misión de guardar, exponer y
difundir la Palabra de Dios, este es el Magisterio, un elemento constitutivo de
la Iglesia, y en este sentido, el servicio que el Magisterio presta a la verdad
cristiana se realiza siempre en favor de todo el pueblo de Dios, llamado a ser
introducido en la libertad de la verdad que Dios ha revelado en Cristo.
Entonces, ¿qué es el Magisterio y por
qué es tan importante? A la reunión de los obispos en comunión con el Romano
Pontífice, sucesor de Pedro, en la comunión del Espíritu Santo se conoce como
Magisterio, y tiene infalibilidad en temas de fe y costumbres, lo que significa
que lo que dice es la Verdad o está inspirado en esa Verdad. En este sentido,
el Magisterio entendido como colegio episcopal, y ahora en los tiempos modernos
desde la óptica de la sinodalidad, puede proponer de modo definitivo enunciados
que, aunque no estén contenidos en las verdades de fe, se encuentran sin embargo
íntimamente ligados a ellas, de tal manera que el carácter definitivo de esas
afirmaciones deriva, en último análisis, de la misma Revelación.
Esta Revelación, es sabido por la
Iglesia, contiene enseñanzas morales que de por sí podrían ser conocidas por la
razón natural, pero cuyo acceso se hace difícil por la condición del hombre
pecador, de ahí que cobre valor la vocación del teólogo, que está llamado a
proclamar la fe en la verdad. Donum Veritatis aclara una cuestión de
suma importancia en los diálogos y disquisiciones teológicas de este siglo XXI,
y es que las decisiones magisteriales en materia de disciplina, aunque no estén
garantizadas por el carisma de la infalibilidad, no están desprovistas de la
asistencia divina y requieren la adhesión de los fieles, verbigracia: el celibato
sacerdotal.
Al Papa, en su papel de Padre y Pastor
Universal, le ayuda el Dicasterio para la Doctrina de la Fe y los documentos
emitidos por este despacho de la Curia Romana son magisterio ordinario. Por su
parte, en las iglesias particulares (patriarcados, arzobispados, obispados,
prelaturas, vicariatos apostólicos, etc.), es el obispo es la autoridad para custodiar
e interpretar la Palabra de Dios en comunión con el papa, comunión sin la cual
no hay autenticidad. Las conferencias episcopales contribuyen al espíritu
colegial con el Papa.
Tenemos hasta ahora, una distinción
obvia entre la vocación del teólogo y el papel del Magisterio, de ambas se
espera que exista una colaboración, la que se realiza especialmente cuando el
teólogo recibe la misión canónica o el mandato de enseñar, es decir, la Iglesia
autoriza canónicamente para que la vocación del teólogo pueda ser ejercida
libremente en su razón de ser, a esto le conocemos como la “gracia de estado”.
Cuando el magisterio se pronuncia se
exige adhesión de todos, sin embargo, puede que algunos documentos magisteriales
tengan carencias, lo que no significa una relativización de los enunciados de
la fe, pues solamente el tiempo ha permitido hacer un discernimiento y, después
de serios estudios, lograr un verdadero progreso doctrinal.
Es normal que entre el teólogo y el
Magisterio surjan algunas tensiones, esto ha de representar un factor de
dinamismo y un estímulo que incita al Magisterio y a los teólogos a cumplir sus
respectivas funciones practicando el diálogo. Por su parte el teólogo nunca
debe presentar sus opiniones o sus hipótesis divergentes como si se tratara de
conclusiones indiscutibles, y ha de renunciar a una intempestiva expresión
pública de ellas. En definitiva, el teólogo debe ser humilde aun cuando no esté
convencido de las enseñanzas magisteriales, y ha de cultivar una disponibilidad
a acoger lealmente la enseñanza del Magisterio, que se impone a todo creyente
en nombre de la obediencia de fe. Lo que refute el teólogo debe hacerlo con
caridad, acudiendo a la autoridad y no a los medios de comunicación.
Finalmente, Donum Veritatis
exhorta a evitar una especie de “magisterio paralelo” de los teólogos, en
oposición y rivalidad con el magisterio auténtico, esto es lo que se conoce
como el “disenso” que en ocasiones apela a una argumentación sociológica, según
la cual la opinión de un gran número de cristianos constituiría una expresión
directa y adecuada del sentido sobrenatural de la fe; el creyente en cambio
puede tener opiniones erróneas, porque no todos sus pensamientos proceden de la
fe. La libertad del acto de fe no justifica el derecho al disenso y el recurso
al argumento del deber de seguir la propia conciencia no puede legitimarlo. El
teólogo, para evitar estas tentaciones, está invitado a formar la conciencia
rectamente.
Concluye la Instrucción proponiendo la
figura de la Bienaventurada Virgen María como modelo de la Iglesia en su
adhesión inmediata y sin vacilaciones a la Palabra de Dios, y ciertamente ella
nos enseña a meditar y contemplar esas cosas en el corazón, pues Dios se revela
a los humildes y sencillos y a quienes acojan con total disposición su mensaje
de amor.
La Instrucción Donum Veritatis es,
a mi modo de ver, un documento muy sólido y directo en sus proposiciones.
Expresa lo que quiere transmitir de un modo diáfano para que sus destinatarios,
los teólogos, se sientan aludidos a transmitir la fe con la misma sencillez y
lenguaje que a todos pueda llegar, pues así mismo lo hizo Jesucristo, el Señor.
Me quedo con lo que pude corroborar a
lo largo del estudio de este documento, que la vocación del teólogo pasa por la
comunión con el Magisterio de la Iglesia, en la fidelidad a la verdad revelada
y contenida en la Palabra de Dios y las Escrituras inspiradas y conservaba tal
y como la Tradición viva de la Iglesia la ha mantenido durante dos milenios, en
constante actitud de oración y buscando el testimonio y la santificación de la
propia vida y la de los demás, pues el teólogo se debe al pueblo de Dios, al
que debe respetar y evitarle, con la sana doctrina, los errores que le lleven a
la perdición.
Personalmente no encuentro limitaciones
en los argumentos propuestos por la Instrucción, mas bien una hermosa novedad e
inspiración que me anima a seguir adelante en mis estudios teológicos, para
hacerlos desde el sentir eclesial, sintiéndome parte del pueblo de Dios, en
cuya creencia se manifiesta el don de la Verdad, y sin la cual no podría haber
una teología recta y veraz.
Pedro Andrés García
Barillas
P.D. Agradezco enormemente este primer
curso de Introducción y método teológico dictado por el profesor Rolando
Iberico Ruiz, pues en él pude encontrar las respuestas necesarias a los temas
que me interesaban, y a su vez profundizar en los cuestionamientos que, estoy
seguro, podré dar contestación en lo sucesivo de los estudios de esta
Diplomatura en Teología.
P.A
García