jueves, 31 de agosto de 2023

Resumen de la Instrucción Donum Veritatis, sobre la vocación eclesial del teólogo

DONUM VERITATIS

         El presente trabajo elaborado a modo de resumen buscará responder, luego de la lectura del documento magisterial, las siguientes interrogantes: ¿Cuál es el argumento principal del texto y qué ideas lo sostienen? ¿Qué aporta el texto para profundizar mi comprensión del quehacer teológico? ¿Encuentro alguna limitación en el argumento del texto?

Un interés personal me motivó al estudio de este documento, la reciente muerte de su suscriptor, el papa Benedicto XVI, quien fungía como Prefecto de la “Congregación para la Doctrina de la Fe” -otrora “Santa Inquisición” y “Santo Oficio” y actualmente “Dicasterio para la Doctrina de la Fe”- para el 24 de marzo de 1990, fecha en la que se publicó este texto. La muerte de Joseph Ratzinger se ha convertido en particular en una oportunidad para revalorizar su aporte teológico a la Iglesia contemporánea, principalmente en el estudio de sus diversos textos magisteriales. Es posible pensar que esta Instrucción haya sido especialmente preparada por el cardenal Ratzinger en comunión con sus colaboradores y bajo la venia de san Juan Pablo II, sobre todo cuando, al conocer su título, “Donum Veritatis”, encontramos una directa referencia al lema del escudo episcopal -luego pontificio- que el mismo Ratzinger eligió, porque realmente se comportó como un “Cooperatores Veritatis”, como un cooperador de la Verdad.

Esta Instrucción ha de ser entendida no únicamente como un aporte del cardenal Ratzinger, sino del conjunto total del Magisterio de la Iglesia, tal y como lo deja claro el mismo documento al expresar que, también forman parte del Magisterio los documentos aprobados por el Romano Pontífice en materia de moral y costumbres, y este es un caso de ellos.

La Verdad, que es un don de Dios a su Iglesia, nos hace libres y la ignorancia nos esclaviza, comienza afirmándose en la introducción del documento, a la vez aseverando que el cristianismo es conocimiento y vida, verdad y existencia, porque busca entender la fe encarnada en la cotidianidad de la vida, y no separándola de ella como si fuesen antagónicas entre sí. Esta Verdad, sin embargo, nos sobrepasa, de ahí que la búsqueda de la comprensión de la fe, es decir, la teología, sea ciertamente una exigencia y obligación de la Iglesia, porque efectivamente el hombre es capaz de Dios, como lo afirma el Catecismo de la Iglesia Católica.

El quehacer teológico pasa por el riesgo de permanecer en la verdad en la novedad de los problemas de los hombres de cada época, pues ciertamente Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre, y bajo esta premisa se entiende que la fe deba superar las modas pasajeras y las corrientes de pensamientos que, aunque muy bien fundamentados, no guarden fidelidad a la tradición eclesial. Por su parte la teología en el Concilio Ecuménico Vaticano II contribuyó en la profundización de las cosas, aunque no sin crisis y tensión, esta misma Instrucción es producto de la realidad eclesial del postconcilio, donde se hizo necesario fijar claramente la postura que ha de ser acogida por todos en la obediencia a la fe recibida. Es esta instrucción una respuesta a una realidad concreta de los signos de los tiempos.

La Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigió a los obispos de la Iglesia católica, y a través de ellos a los teólogos, esta Instrucción magisterial, para recordarles a ambos (obispos y teólogos) que la Verdad es un don de Dios a su pueblo, verdad que nos hace uno, porque la verdad busca la unidad de la fe, y es don de Dios a su pueblo, porque la totalidad de los fieles, que han recibido la unción del Espíritu Santo, no puede equivocarse cuando cree.

Hemos conocido al principio que esta Instrucción versa sobre “la vocación eclesial del teólogo”, pues bien, ¿cuál es en concreto esa vocación? El documento lo deja claro, el teólogo debe lograr, en comunión con el Magisterio, una profunda comprensión de la Palabra de Dios contenida en la Escritura inspirada y transmitida por la tradición viva de la Iglesia; podríamos ahora precisar las palabras claves en las que se desarrollará todo el contenido siguiente: Teólogo, Magisterio, Palabra de Dios, Escritura y Tradición.

Hacer teología es ponerse de cara a Dios, que es amor, por eso el amor desea conocer cada vez más a quien ama, y el teólogo que busca a Dios en sus estudios, lo ha de encontrar al unir siempre la investigación científica y la oración. Sabemos que, por una parte, el estudio científico procura una actitud crítica, y esto es aceptable, pero no es admisible un espíritu crítico, que todo lo cuestiona, que todo pretende depurar, en este sentido, la teología como vocación exige un esfuerzo espiritual de rectitud y de santificación, porque el teólogo no se sirve a sí mismo, sino a Dios y a los hermanos.

Donum Veritatis reconoce la capacidad que posee la razón humana para alcanzar la verdad, como también su capacidad metafísica de conocer a Dios a partir de lo creado, por eso se comprende que el teólogo recurra a la filosofía, a las ciencias históricas y humanas para ejercer su función, sin olvidar jamás que también es un miembro del pueblo de Dios, y que debe respetarlo y comprometerse a darle una enseñanza que no lesione en lo más mínimo la doctrina de la fe, pues el mundo puede condicionar el pensamiento del teólogo y hacerle creer que su razonar es infalible.

La Iglesia, por su parte, pondera la libertad para hacer teología dentro de la misma Iglesia, no fuera de ella, con discusiones imparciales y objetivas, en constante diálogo fraterno, apertura y disposición de cambio de cara a las propias opiniones. Esta libertad de investigación se inscribe dentro de un saber racional cuyo objeto ha sido dado por la revelación, transmitida e interpretada en la Iglesia bajo la autoridad del Magisterio y acogida por la fe. Rechazar estos datos, que tienen valor de principio, equivaldría a dejar de hacer teología. Nuevamente vemos la importancia de la intrínseca unidad que posee la vocación teologal, como se precisó anteriormente: Teólogo, Magisterio, Palabra de Dios, Escritura y Tradición.

La concepción de que la Verdad es un don de Dios a su pueblo significa también que él mismo dio a su Iglesia -que es el pueblo de Dios-, por el don del Espíritu Santo, una participación de su propia infalibilidad, es decir, que en lo que el pueblo cree no hay error, no significa de ningún modo que la Iglesia sea una democracia en la que la verdad sea determinada por el voto de la mayoría, como afirmó el mismo Benedicto XVI, pues esta creencia del pueblo ciertamente ha de ir en armonía con el Magisterio, la Palabra de Dios y la Tradición de la Iglesia, que son las fuentes de la Teología, aunque es cierto que se reserva solo a la autoridad del Magisterio la auténtica interpretación de la Verdad revelada por Dios.

Cristo mismo quiso encargar a hombres particulares, los apóstoles y sus sucesores, la misión de guardar, exponer y difundir la Palabra de Dios, este es el Magisterio, un elemento constitutivo de la Iglesia, y en este sentido, el servicio que el Magisterio presta a la verdad cristiana se realiza siempre en favor de todo el pueblo de Dios, llamado a ser introducido en la libertad de la verdad que Dios ha revelado en Cristo.

Entonces, ¿qué es el Magisterio y por qué es tan importante? A la reunión de los obispos en comunión con el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, en la comunión del Espíritu Santo se conoce como Magisterio, y tiene infalibilidad en temas de fe y costumbres, lo que significa que lo que dice es la Verdad o está inspirado en esa Verdad. En este sentido, el Magisterio entendido como colegio episcopal, y ahora en los tiempos modernos desde la óptica de la sinodalidad, puede proponer de modo definitivo enunciados que, aunque no estén contenidos en las verdades de fe, se encuentran sin embargo íntimamente ligados a ellas, de tal manera que el carácter definitivo de esas afirmaciones deriva, en último análisis, de la misma Revelación.

Esta Revelación, es sabido por la Iglesia, contiene enseñanzas morales que de por sí podrían ser conocidas por la razón natural, pero cuyo acceso se hace difícil por la condición del hombre pecador, de ahí que cobre valor la vocación del teólogo, que está llamado a proclamar la fe en la verdad. Donum Veritatis aclara una cuestión de suma importancia en los diálogos y disquisiciones teológicas de este siglo XXI, y es que las decisiones magisteriales en materia de disciplina, aunque no estén garantizadas por el carisma de la infalibilidad, no están desprovistas de la asistencia divina y requieren la adhesión de los fieles, verbigracia: el celibato sacerdotal.

Al Papa, en su papel de Padre y Pastor Universal, le ayuda el Dicasterio para la Doctrina de la Fe y los documentos emitidos por este despacho de la Curia Romana son magisterio ordinario. Por su parte, en las iglesias particulares (patriarcados, arzobispados, obispados, prelaturas, vicariatos apostólicos, etc.), es el obispo es la autoridad para custodiar e interpretar la Palabra de Dios en comunión con el papa, comunión sin la cual no hay autenticidad. Las conferencias episcopales contribuyen al espíritu colegial con el Papa.

Tenemos hasta ahora, una distinción obvia entre la vocación del teólogo y el papel del Magisterio, de ambas se espera que exista una colaboración, la que se realiza especialmente cuando el teólogo recibe la misión canónica o el mandato de enseñar, es decir, la Iglesia autoriza canónicamente para que la vocación del teólogo pueda ser ejercida libremente en su razón de ser, a esto le conocemos como la “gracia de estado”.

Cuando el magisterio se pronuncia se exige adhesión de todos, sin embargo, puede que algunos documentos magisteriales tengan carencias, lo que no significa una relativización de los enunciados de la fe, pues solamente el tiempo ha permitido hacer un discernimiento y, después de serios estudios, lograr un verdadero progreso doctrinal.

Es normal que entre el teólogo y el Magisterio surjan algunas tensiones, esto ha de representar un factor de dinamismo y un estímulo que incita al Magisterio y a los teólogos a cumplir sus respectivas funciones practicando el diálogo. Por su parte el teólogo nunca debe presentar sus opiniones o sus hipótesis divergentes como si se tratara de conclusiones indiscutibles, y ha de renunciar a una intempestiva expresión pública de ellas. En definitiva, el teólogo debe ser humilde aun cuando no esté convencido de las enseñanzas magisteriales, y ha de cultivar una disponibilidad a acoger lealmente la enseñanza del Magisterio, que se impone a todo creyente en nombre de la obediencia de fe. Lo que refute el teólogo debe hacerlo con caridad, acudiendo a la autoridad y no a los medios de comunicación.

Finalmente, Donum Veritatis exhorta a evitar una especie de “magisterio paralelo” de los teólogos, en oposición y rivalidad con el magisterio auténtico, esto es lo que se conoce como el “disenso” que en ocasiones apela a una argumentación sociológica, según la cual la opinión de un gran número de cristianos constituiría una expresión directa y adecuada del sentido sobrenatural de la fe; el creyente en cambio puede tener opiniones erróneas, porque no todos sus pensamientos proceden de la fe. La libertad del acto de fe no justifica el derecho al disenso y el recurso al argumento del deber de seguir la propia conciencia no puede legitimarlo. El teólogo, para evitar estas tentaciones, está invitado a formar la conciencia rectamente.

Concluye la Instrucción proponiendo la figura de la Bienaventurada Virgen María como modelo de la Iglesia en su adhesión inmediata y sin vacilaciones a la Palabra de Dios, y ciertamente ella nos enseña a meditar y contemplar esas cosas en el corazón, pues Dios se revela a los humildes y sencillos y a quienes acojan con total disposición su mensaje de amor.

La Instrucción Donum Veritatis es, a mi modo de ver, un documento muy sólido y directo en sus proposiciones. Expresa lo que quiere transmitir de un modo diáfano para que sus destinatarios, los teólogos, se sientan aludidos a transmitir la fe con la misma sencillez y lenguaje que a todos pueda llegar, pues así mismo lo hizo Jesucristo, el Señor.

Me quedo con lo que pude corroborar a lo largo del estudio de este documento, que la vocación del teólogo pasa por la comunión con el Magisterio de la Iglesia, en la fidelidad a la verdad revelada y contenida en la Palabra de Dios y las Escrituras inspiradas y conservaba tal y como la Tradición viva de la Iglesia la ha mantenido durante dos milenios, en constante actitud de oración y buscando el testimonio y la santificación de la propia vida y la de los demás, pues el teólogo se debe al pueblo de Dios, al que debe respetar y evitarle, con la sana doctrina, los errores que le lleven a la perdición.

Personalmente no encuentro limitaciones en los argumentos propuestos por la Instrucción, mas bien una hermosa novedad e inspiración que me anima a seguir adelante en mis estudios teológicos, para hacerlos desde el sentir eclesial, sintiéndome parte del pueblo de Dios, en cuya creencia se manifiesta el don de la Verdad, y sin la cual no podría haber una teología recta y veraz.

Pedro Andrés García Barillas

P.D. Agradezco enormemente este primer curso de Introducción y método teológico dictado por el profesor Rolando Iberico Ruiz, pues en él pude encontrar las respuestas necesarias a los temas que me interesaban, y a su vez profundizar en los cuestionamientos que, estoy seguro, podré dar contestación en lo sucesivo de los estudios de esta Diplomatura en Teología.

P.A

García

miércoles, 30 de agosto de 2023

Festividad de Santa Rosa de Lima 2023

“MI PRIMER BAUTIZO”

El 30 de agosto es la festividad litúrgica de Santa Rosa de Lima en el Perú, y es día feriado no laborable, por lo que no asistí a la oficina del Arzobispado de Ayacucho para cumplir con mis funciones administrativas en esa entidad religiosa.

Este día asistí temprano a la parroquia Santa Rosa de Lima en la avenida Arenales de la ciudad de Ayacucho, para cumplir con lo que me había comprometido; y es que días antes me habían pedido el favor de salir a dos pequeñas comunidades que pertenecen a la jurisdicción eclesiástica para hacer la Celebración de la Palabra. Aunque la parroquia tenga tres sacerdotes para la atención pastoral, este día no podían salir, pues con motivo de la fiesta patronal, debían acompañar al celebrante principal del día, el señor arzobispo metropolitano.

En los preparativos para salir me informaron que, como de costumbre, debía llevar la reserva del Santísimo Sacramento, pero además me entregaron el Ritual de los Sacramentos y los santos óleos, a saber, el de los catecúmenos y el santo crisma, pues en una de las localidades que nos esperaban se debía celebrar un bautismo. Yo quedé extrañado, pues no se me notificó con tiempo, para al menos prepararme “litúrgicamente”, es decir, para echar un vistazo al rito de este sacramento para poder celebrarlo o “administrarlo” según la tradición de la Iglesia y las rúbricas de rigor. Así que, sin previo aviso, salimos en la camioneta de la parroquia. Manejaba un ministro extraordinario de la Eucaristía, quien además ejecuta el piano y canta las celebraciones; él en compañía de su mamá y yo de la mía.

El viaje no era tan largo para la primera comunidad, por lo que llegamos en al menos 30 minutos. Un pequeño caserío en las afueras de San Juan de la Frontera, una localidad que lleva el mismo nombre con el que fue fundada la actual Ayacucho por los españoles. En este lugar nos dieron mondongo y luego sí se realizó la celebración en honor a la santa peruana. Asistencia reducida y en un lugar incómodo, a plena calle, pues no hay templo católico. Yo bajo un techo donde se ubicó un improvisado altar, y la feligresía en la calle bajo el sol y a merced de cuanta distracción existiese a causa de los viandantes.

Particularmente no me agradan mucho los espacios abiertos para las celebraciones, porque la gente se distrae, incluso uno mismo puede empezar a fijarse en cosas externas y perder el sentido de lo que se está haciendo. No sucede lo mismo, por ejemplo, en un campo abierto en medio de la naturaleza, donde se sabe que estamos solo los que estamos y no habrá mayor distracción que la de la misma creación de Dios que no es en sí distracción sino, por el contrario, un buen medio para conectar con el Creador.

Esta primera celebración fue sencilla, comulgaron muy pocos, al final las fotos de rigor que evidenciaran históricamente que el evento se había llevado a cabo, y por supuesto, la gente merece tener un registro gráfico de la talla del “padrecito” que en la mayoría de las veces preguntan de dónde es y comprenden que se trata de un extranjero de mal supuesta nacionalidad española o norteamericana. Hay quien ha pensado en voz alta y se ha dejado escuchar un “pero si es que habla español”, como haciendo alusión a que no comparta la misma herramienta idiomática. Y la dificultad está es en el quechua, no por ellos, sino por mí.

Salimos para la otra comunidad, un poco más alejada, de nombre Pucuhuilca. De inmediato sentí curiosidad por saber el significado etimológico de esta toponimia, por lo que la consulté con el chofer que es nativo          quechuahablante. Viene de la quechuanización del castellano “poco”, es decir, “pucu”, y “huilca” significa “nietos”, por lo que comprendí que nos dirigíamos al pueblo de los “Pocos Nietos”, lugar en el que ya había hecho una Celebración de la Palabra en el cementerio local.

Llegados al pequeño pueblo, que sí cuenta con capilla, dejamos el Santísimo Sacramento en el altar y luego salimos invitados a desayunar, donde nuevamente recibimos un palto de mondongo, que no se puede negar bajo ninguna justificación, “para no desairar a las personas”. El ambiente era festivo, a los alrededores de lo que en el futuro puede ser la plaza del pueblo, habían carpas de comercio ocasional, y en una esquina una tarima de buenas proporciones donde parece se estaban presentando grupos musicales durante las noches anteriores y quien sabe hasta qué día se prolongaría esta “fiesta patronal” en honor a Santa Rosa de Lima de Pucuhuilca.

Con los mayordomos en sus lugares y todo listo para la celebración de la Palabra, se dio inicio con el canto de entrada. Aquella capilla es pequeña, dentro de la cual no cabrían más de 40 personas, por eso estaba “abarrotada de gente”. Luego de la reflexión de la Palabra de Dios y haciendo énfasis en la santa del día, se dio lugar el bautismo.

Siempre he enseñado y predicado que “en caso de necesidad” cualquier persona puede bautizar, incluso un no cristiano, pero jamás pensé que me tocaría a mí semejante responsabilidad sin ser sacerdote. Las razones pastorales que me llevaron a obedecer en este encargo quedan en la conciencia del párroco que me autorizó, yo solo obedecí con filial sumisión, pues anteriormente ya me había negado ante una propuesta pasada. Esta vez era diferente, esta vez no pude decir que no, principalmente porque no me dijeron con tiempo y ya todo estaba organizado de esa manera.

Recordé a un compañero de seminario, ahora ya felizmente sacerdote, a quien le “obligaron” prácticamente a bautizar a 16 niños en una iglesia casi catedral de una ciudad importante. Las fotos no tardaron en llegar al rector del seminario y fueron días angustiantes para aquel joven, porque incluso se manejó la posibilidad de la expulsión del seminario, por incurrir en tan evidente falta, pero todo finalmente se aclaró, ya que el sacerdote “i-responsable” asumió la defensa y el percance pudo superarse, para alivios de todos.

“Julianita Yandí, yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.” Las cámaras fotográficas encima de nosotros, la niña ya grandecita no lloró por razones obvias, el agua bendita fue derramada directamente de mi mano derecha, pues no había otro objeto más digno para esto. ¿Nervios? No. ¿Confusión? Sí, un poco. Como ya he dicho, jamás imaginé que yo pudiera agregar a esta criatura en el libro de los hijos de Dios por la gracia del bautismo sin aún ser sacerdote.

De regreso, y en el silencio de mi interior, busqué una explicación a lo sucedido, y la obtuve en la serenidad y con la certeza de saber que, en este día, 30 de agosto, Santa Rosa de Lima me estaba indicando que debo seguir esforzándome por ser cada día mejor y responder con generosidad y radicalidad al llamado sobrenatural que Dios me ha hecho en ser pescador de hombres.

P.A

García

sábado, 19 de agosto de 2023

María Margarita de Coromoto Salas Castillo de Calatayud

"TÍA COROMOTO"

Mi bisabuela materna, doña Tomasa Rafaela Castillo, contrajo nupcias con don Claudio Salas, de cuyo matrimonio nacería el último de sus hijos: María Margarita de Coromoto. Ella fue la hermana menor de mi abuela Eva, con quien siempre se mantuvo muy unida. Ambas eran vecinas, pues don Claudio Salas había donado un pedazo de terreno de su propiedad a su hijastra Eva, por el cariño que le había tenido, pues prácticamente la acompañó en su infancia y colaboró con su crianza.

Nuestra tía Coromoto, como cariñosamente la llamábamos, se casó con Raúl Antonio Calatayud Sánchez, del que tuvo dos hijos, Raúl Antonio y Andreina; Claudia, la hija mayor de Coromoto, no es hija de Raúl Calatayud, pero igualmente fue reconocida por él. Claudia se casó con William Riobó, mi padrino de bautizo, y con él tuvo un hijo, Raúl Hernando, que nació dos meses y medio antes que yo, el 27 de septiembre de 1995.

Son muchas las anécdotas que recuerdo sobre tía Coromoto. Fue una mujer caritativa y muy generosa conmigo y mis hermanas. En ocasiones nos compraba los útiles escolares y hasta uniformes. Por diciembre nos compraba regalos, los mismos que abríamos ilusionados al pie del árbol de navidad y frente al pesebre del niño Jesús. Tía Coromoto sufrió pacientemente la enfermedad que la llevó a la muerte en octubre de 2003. Como he dicho antes, estuvo siempre muy unida con mi abuela Eva, ambas compartieron momentos inolvidables y forjaron sus familias como si fueran una sola. Así lo sentimos y así lo vivimos, hasta que, años después, nos enemistamos varios años por dimes y diretes que, se olvidaron la noche del 1 de noviembre de 2012.

Lo que más quisiera enfocar en este texto es el día en que tía Coromoto murió. El día anterior al de su muerte, tía Coromoto había tenido una fuerte recaída en su habitación, recuerdo que decía cosas sin sentido, algo sucedió en su cabeza, perdió el conocimiento y vimos llegar la ambulancia que se la llevó. Raúl, su nieto, y yo, jugábamos en el patio cuando todo esto sucedía. Raúl preguntó para dónde se llevaban a “mamá moto”, como él le decía, y alguno le respondió que, “para el hospital, para que se pusiera mejor…”. Él no entendía mucho de lo que pasaba, yo un poco sí.

Al día siguiente, estábamos en la escuela, desayunando. Raúl no estudiaba conmigo, aunque sí el mismo grado, no en la misma sección. Mientras desayunábamos en el comedor de la escuela, una niña que era conocida por su inquieto y travieso comportamiento, a la que llamaban “Triquitraqui”, se me acercó para decirme sin rodeos: “su tía Coromoto se murió”. Yo ya sabía lo que significaba la muerte, pues meses antes habíamos visto morir a la bisabuela Tomasa, pero no entendía cómo esta niña estuviera diciendo eso, además, no era digna de crédito. Al terminar de comer, fui a llevar la bandeja a la mesa de recolección, pero en vez de salir del comedor seguidamente, fui directo hacia donde estaba sentado mi primo Raúl y le dije que lo esperaba en la salida del comedor para decirle algo importante, y que se diera prisa en terminar la comida. Raúl comía un poco más lento que los demás.

Estando ya afuera del comedor, le dije: “Raúl, me dijeron que tía Coromoto se murió, vamos a llamar a la nana Deysi para preguntarle”, y como la casa y la escuela son vecinas, fuimos corriendo por las áreas verdes y empezamos a gritar a la nana, para que saliera; ya en oportunidades anteriores por el mismo sitio se solventaron algunos improvistos, por lo que sabíamos que era seguro contactar a la nana por ahí.

La nana Deysi salió a ver qué queríamos, estábamos Raúl y yo, solos, queriendo preguntar por la noticia que nos habían dado. No sabíamos si era cierta o falsa. Yo le pregunté a la nana. No recuerdo exactamente cuál fue su respuesta, pero imagino que lo negó para que estuviéramos tranquilos. Minutos más tarde vinieron a buscarnos a la escuela. Tal vez la nana Deysi avisó que ya nosotros sabíamos de la muerte de tía Coromoto y por eso nos buscaron a media mañana en la escuela, para ir a la casa, cambiarnos de ropa y esperar que llegara el cuerpo.

Al mediodía, o en horas de la tarde, ya estábamos todos a la espera del ataúd con el cuerpo sin vida de tía Coromoto. Guardo en mi memoria las imágenes de aquel momento. Un carro fúnebre negro se estacionó de retroceso en el patio de la casa y de su interior sacaron la urna entre varios, para depositarla en la sala principal, donde estaría las próximas 24 horas hasta la misa exequial y entierro en el cementerio, que sería al día siguiente.

Cuando introdujeron el ataúd a la sala, estábamos todos allí. Fuimos los primeros en acercarnos a verla. Recuerdo que dentro del ataúd se había filtrado una mosca, por lo que nos sacaron a todos de la sala, cerraron las puertas y mi padrino William, papá de mi primo Raúl, fue el encargado junto a otros de abrir el ataúd para sacar la mosca, no sin antes cubrirse la nariz con un tapabocas, para cuidar su salud. Le acompañó de cerca Raúl Antonio, único hijo varón de tía Coromoto.

Al día siguiente fuimos a la iglesia para la misa de exequias. Yo estuve en la primera banca a mano derecha, junto a mis hermanas y primos, todos los niños nos ubicamos en el mismo lugar. En el momento de rezar el Padrenuestro, era costumbre tomarnos todos de la mano, y como yo no tenía a nadie a mi izquierda, sino que ahí se encontraba el ataúd de tía Coromoto, puse mi mano izquierda sobre el cajón y recé la oración del Señor sintiendo de cerca a mi tía Coromoto fallecida. Lo mismo hice en el momento de la paz, dirigiéndome hacia el ataúd para el gesto de la paz, que no fue un abrazo afectuoso, sino un ligero toque y entre dientes pronuncié “la paz eterna, tía”. Al salir de la misa fuimos al cementerio, pero de ahí no recuerdo nada.

Como lo dije anteriormente, ya antes de la muerte de tía Coromoto, para finales de julio del mismo año, habíamos vivido de cerca la muerte de la bisabuela, nona Tomasa, que, con 98 años de edad había sufrido una caída en el porche de la casa y, partiéndose el fémur derecho, quedó imposibilitada de caminar. Ella en silla de ruedas le pedía a su hijo Luis Alberto que le trajera un cuchillo para cortar las cuerdas que la sujetaba a la silla, pues pretendía caminar por su cuenta, a pesar de que esto era imposible.

Era de noche y recibimos una llamada de la casa de tía Coromoto donde nos avisaron que ya el padre del pueblo había visitado a nona Tomasa y le había dado la Unción de los enfermos, y al parecer había dicho que estaba lista para morir. Nos preparamos y subimos todos bien abrigados en compañía de Nieves Teresa Castillo, que fue convocada para dirigir los rezos esa noche.

Al llegar a la casa, entramos a la habitación donde estaba en agonía nona Tomasa. Todos los familiares nos ubicamos alrededor de ella y rezábamos el Santo Rosario. En algún momento los niños salimos al patio interior a jugar, pero antes habíamos visto cómo nona Tomasa hacía señas con la mano de que la bajaran al piso, y así lo hicieron, la reclinaron sobre una colchoneta y en el piso, santiguándose exhaló su espíritu a Dios, momento que presenciamos todos, a su alrededor, rezando. Al morir, al exhalar, su cuerpo entregó su alma al Creador, y rejuveneciendo como por arte de magia, cambió de semblante, la rigidez de la agonía se convirtió en una paz indescriptible.

La misa de exequias de nona Tomasa la recuerdo perfectamente, pues la homilía del sacerdote fue de casi una hora de discurso ininterrumpido, explicando, entre otros temas, lo meticuloso del arte de la pesca en el mar de Galilea, donde Jesús frente a sus discípulos les propinó la pesca abundante y milagrosa. Este fue el tema de varios días, lo largo de la homilía del cura de La Playa. También hubo comentarios sobre el estipendio de la misa, pues el cura había dado varias opciones, el expresó que, dependiendo del grado elegido, el monto sería mayor o menor, pues no eran lo mismo unas exequias, “de primera, de segunda o de tercera”.

En sucesivas posteriores visitas al cementerio observábamos el lugar donde había sido enterrada nona Tomasa y meses después tía Coromoto. Para nosotros, aún niños de escasamente 7 u 8 años, era todo un misterio lo que ocurría ahí dentro. No teníamos ni idea de que el cuerpo de los difuntos se lo comían los gusanos, o que tiempo después solo se encontrarían los huesos, ya sin carne ni ropa.

En una ocasión, aprovechando la visita al cementerio, yo escribí una carta para tía Coromoto, diciéndole que la extrañaba mucho y, sobre todo, extrañaba la jocosa forma que ella tenía de llamarme, “cacha e’ mundo” haciendo alusión a que tenía la cabeza muy grande. Dicha carta fue guardada, sin que yo me diera cuenta, en una de las gavetas de la habitación de tía Coromoto, y tiempo después, la conseguimos Raúl y yo, interpretando dicho acontecimiento de la manera más esotérica posible, pues asegurábamos que había sido tía Coromoto en persona quién la había traído del cementerio para guardarla en la que había sido su habitación.

También recuerdo que, en los días posteriores a la muerte de nona Tomasa, yo queriendo reparar el dolor que todos sentían por su ausencia, pedía fuertemente a Dios que le devolviera la vida a ella y que me llevara a mí al cielo. Esto lo pedía una y otra y otra vez, cerrando los ojos fuertemente y tratando de pedirlo a Dios con la mayor concentración para ser escuchado. Por alguna extraña razón levantaba mi cabeza hacia el cielo y hacía mi atrevida petición: “que vuelva a vivir nona Tomasa y que en cambio me muera yo…”. ¡Qué extraño! ¿No?

Nona Tomasa había quedado con la boca abierta dentro del ataúd, por lo que también tuvieron que destaparla para solucionar el detalle, pero este caso yo tuve un protagonismo en la solución, pues me indicaron que me subiera al árbol de limón que estaba detrás del lavadero de la casa, para buscar un limón del tamaño necesario para ubicar en el cuello de nona Tomasa y así evitar que la mandíbula se le bajara. El limón fue disimulado con el traje blanco que portaba la difunta, un traje como de primera comunión.

De manera que la experiencia de la muerte ha estado muy presente en mi vida desde edad temprana. Lo más doloroso era darnos cuenta de que la presencia de esos seres queridos ya no la tendríamos, ahora había un vacío imposible de llenar. Las personas son más queridas cuando ya están fallecidas, porque, como dice el dicho “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.

Cada año recordamos un aniversario más de la muerte de nona Tomasa y tía Coromoto, que se fueron juntas, el mismo año, pero con meses de diferencia. Recordamos los buenos momentos compartidos, como las paraduras de Niño Jesús, cuando nos daban ataques de risa mientras se rezaba el Rosario, por lo que dificultosamente se podía terminar para pasear al niño cantando villancicos y luego compartir el bizcocho con vino de uva, para grandes y pequeños.

Los momentos en familia son inolvidables. Los buenos momentos deben permanecer, los malos momentos es preciso olvidarlos, porque recordar es vivir, y nadie quiere volver a vivir los malos momentos.

P.A

García

miércoles, 16 de agosto de 2023

Mordida de canino, una experiencia dolorosa

“BOBY”


         El jueves posterior al día de mi primera comunión estábamos en casa todos muy contentos. Mi nona Eva había preparado unas deliciosas croquetas de arroz, las que degustamos con queso fresco y café bien caliente. Esa tarde, durante la merienda, yo animaba el compartir familiar con mi singular imitación del perrito del vecino, de nombre Coby, a quien ficticiamente yo reprendía por orinarse en la pared de la casa, pero en realidad se trataba de mi mejor producción onomatopéyica del chillido de un perro…

         Luego de comer las croquetas, salí de casa con destino al templo parroquial, pues todos los días participaba por la tarde de la santa misa, y ese día, al ser jueves, estaba expuesto en adoración el Santísimo Sacramento del Altar. Yo llegué a la iglesia e hice una sencilla oración de rodillas, pero tenía la costumbre de esperar en el atrio al padre, que venía de Tovar luego de hacer un programa en la radio; él dejaba la iglesia abierta desde las 3:00 p.m. y a las 5:00 p.m. regresaba para la bendición con el Santísimo y luego celebrar la misa.

         Mientras estaba en el atrio vi en la esquina a mi mamá, ella iba caminando y decidí alcanzarla para preguntarle para dónde iba. Me comentó que estaba yendo a ver una cocina que Jaime, su pareja, había terminado de construir en una casona del sector El Verde. Yo decidí acompañarla y faltar ese día a la misa, pues ya habían llegado los demás monaguillos y eran suficientes para colaborar en el Altar.

         Al llegar a la casa donde Jaime trabajaba él no hizo entrar, para mostrarnos su trabajo. Mi mamá y yo advertimos de inmediato la presencia de un perro de raza Pastor Alemán, quien nos olfateó rigurosamente para luego dejarnos tranquilos. Yo sentí miedo de aquel perro desde el momento en que lo vi, pues me parecía bastante grande y amenazador. Jaime nos aseguró que el perro no nos haría daño, por eso seguimos confiados observando su trabajo.

         Pasamos al solar de la casa a ver unos arcos de metal que se utilizaban como moldes para hacerlos de ladrillo en el interior de la casa, y de repente, cuando nos disponíamos a salir, el perro salió por detrás y me mordió en la parte trasera del muslo de mi pierna derecha (isquiotibiales). Mi mamá, al escuchar mi grito, me haló fuertemente hacia ella, momento en el que sentí cómo la sangre caliente salía por la herida y recorría mi pierna. El perro me soltó y se comió el pedacito de piel que salió por la bota del pantalón caqui que quedó notablemente agujereado.

         El dolor que se siente de la mordida de un canino es casi indescriptible. Desde ese momento no pude poner el pie en el piso, sino que saltaba de dolor apoyándome solo en el pie izquierdo. Jaime nos hizo salir a la calle, a pedir algún tipo de ayuda. Justo pasaba en su moto el señor Jairo, policía, quien nos llevó de inmediato a mi mama y a mí hasta el comando policial, frente a la Plaza Bolívar, creyendo que la patrulla serviría para trasladarme de emergencia hasta el hospital de Tovar, pero no fue así. La patrulla efectivamente estaba estacionada, pero como era nueva adquisición, se negaron a llevarme, pues con la sangre mancharía los cojines nuevos. No pasábamos a creer lo que nos decían.

         Por suerte mi casa era perfectamente visible desde donde estábamos, y justo estaba un amigo con su carro. Le hicimos señas de que bajara rápido y así lo hizo; él nos llevó de inmediato hasta Tovar. Llegamos al hospital e ingresamos por emergencia. Lo primero que hicieron los enfermeros fue lavarme la herida y seguidamente inyectarme algún calmante, para el dolor. Recuerdo que ellos conversaban entre sí, como pensando en voz alta, que algo debí yo hacerle al perro para que me mordiera con tanta furia, a lo que yo repetía, con la ayuda de mi madre, que en ningún momento habíamos molestado al perro, es más, desde que llegamos a esa casa habíamos tratado de mantenernos alejados de él, pues nos daba miedo. Pero los enfermeros, tercos y opinando sin conocimiento de causa, se negaban a dar crédito a lo que decíamos, pues aseguraban que un Pastor Alemán jamás le haría eso a un niño.

         Pasados algunos minutos, alguien del personal médico presente tomó la determinación de enviarme para el I.A.H.U.L.A (Instituto Autónomo Hospital Universitario de Los Andes) el más importante de la región, pues la gravedad de la mordedura no era competencia del hospital tipo II “San José de Tovar.” El viaje lo hicimos en la ambulancia, yo estaba acostado en la camilla, la rapidez del conductor y las curvas de la carretera hicieron que vomitara las croquetas que había comido horas antes. Llegamos a la ciudad de Mérida en 45 minutos, cuando el recorrido normal era de dos horas. Me esperaba un mes de hospitalización y cuatro intervenciones quirúrgicas.

         Nos ubicaron en la sala de emergencias y a la media noche una doctora nos dio la orden de hacer una placa para descartar afectaciones óseas. Pero, la doctora por alguna razón se confundió y apuntó mal el sitio de la mordedura, pues no era en la tibia-peroné, como ella apuntó, sino en el fémur, por lo que el radiólogo nos obligó a corregir la orden y luego volver para hacer la placa, la que felizmente descarto que los colmillos del perro hubiesen llegado hasta el hueso.

         Esa misma doctora efectuó la primera operación “ambulatoria”. No sabemos si pidió opinión a otro doctor, o simplemente quería experimentar conmigo, lo cierto fue que inyectó cuatro puntos de anestesia en el perímetro de la herida y se dispuso a coser ella misma la poca piel que el perro había dejado sana. Como si se tratara de estirar una tela para hacer un remiendo, la doctora me cosió la pierna como un remiendo de talabartería, asegurando que bastaba solo con eso.

         Al amanecer del día siguiente, hubo cambio de guardia, y según el informe médico recibido, los nuevos doctores tomaron la decisión de enviarme a la hospitalización en el piso número ocho, destinado a los niños, yo tenía once años de edad.

         Estando en hospitalización conocí a una niña negrita que tenia un tumor en la cabeza y estaba perdiendo la vista paulatinamente. Ella jugaba conmigo, conversábamos largo rato, al parecer no sobrevivió. Otro niño, llamado Jesús, había sido atropellado por un camión que le destrozó por completo el talón, por lo que caminaba con muletas o también andaba en silla de ruedas, como yo. Con él hice unas cuantas carreras de velocidad alrededor del piso de niños. Conocí otro niño que fue operado de apendicitis, era el que más se quejaba del dolor.

         Recibí la visita de familiares, amigos y conocidos. Asistía a la misa dominical en la capilla del hospital, con un padre anciano. El padre me preguntó qué debíamos hacer los que leíamos la Biblia, y yo le respondí que ponerla en práctica, razón que lo dejó sorprendido y me felicitó; claro, nunca le dije que era monaguillo y me sabía tal cual sermón de memoria. Vinieron también payasos, se proyectaron películas, me obsequiaron regalos, libros infantiles para la lectura, etc.

         Volviendo con el caso médico, y haciendo un gran esfuerzo sintetizador, la primera operación no sirvió, por lo que en la segunda tuve que entrar a quirófano. Recuerdo perfectamente lo bien limpio e iluminado que estaba aquel lugar. Me pasaron entre varios a la mesa de operaciones, y antes de que perdiera el conocimiento me introdujeron un tuvo por la boca, hasta la garganta, seguido del oxigeno en la nariz y finalmente me ataron los brazos en forma de cruz. En lo sucesivo de las operaciones el efecto de la anestesia hacía que el último sentido en volver fuera la vista, es así como primero empezaba a escuchar voces a mi alrededor, luego a sentir el dolor en la pierna, y finalmente, algunos minutos después, podía ver con cierta dificultad.

         De regreso en el piso de hospitalización, recuerdo que venía un grupo de ocho o hasta diez médicos a revisar el avance de la cicatrización de mi herida, y uno de ellos, el que me quitaba los puntos, me trataba con especial rudeza, y ante mi protesta me decía, “muerde la almohada, Boby”, y ese era precisamente el nombre del perro que me había mordido. Otro dolor que tuve que soportar fueron las siete inyecciones antirrábicas alrededor del ombligo; qué cosa más dolorosa, una aguja en el ombligo, y además la inyección debía realizarse con una técnica especial, que era ir dando vueltas a la aguja en sentido contrario a las agujas del reloj. El tratamiento intravenoso era otra cuestión fastidiosa, pues me suministraban unos líquidos muy espesos y fríos que recorrían mis pobres venas, ya cansadas de tantas perforaciones.

         La última intervención quirúrgica estuvo a cargo de una doctora cirujano plástico, conocida de mamá. Ella dio la solución final a mi caso, y fue necesario un injerto de piel que fue extraído del mismo muslo derecho para ser ubicado “como un parche” en el sitio de a herida que había quedado hueco. Este injerto no fue tan doloroso como los comentarios que suscitó en el pueblo, pues se corrió la voz de que supuestamente me habían quitado un pedazo de nalga para pegarlo en la herida. Tuve que desmentir este bulo hasta el cansancio, pero estoy seguro que habrá quien todavía crea cierta la versión popular.

         Al salir del hospital, un mes después de haber ingresado, todavía no podía caminar, por lo que pasé en cama otros ocho o diez días. Al tiempo fijado por la junta médica regresamos a Mérida, esta sería la última cita con el dolor, pues es encuentro era el definitivo para saber si e injerto había servido o no. Yo tuve todo ese tiempo la pierna encogida, sin poder ni querer estirarla por completo, pero ese día un doctor me obligó a estirarla por completo. Me acostó en una camilla y puso su mano sobre mi rodilla, pero sin tocarla, y fue bajando su mano a medida que yo iba estirando la pierna. Evidentemente me dolía, y hasta pensaba que se iba a romper la operación, pero aquel médico me aseguró dos cosas: la primera, que eso no pasaría, es decir, que no iba a perder la operación, y la segunda fue que, si yo no le obedecía en estirar la pierna, él mismo lo haría con su mano. Al final la estiré, no paso nada grave y salí del hospital caminando pausadamente, pues estar de pie un mes y medio después no era tarea fácil con el equilibrio, fue como aprender a caminar de nuevo.

         Estando ya recuperado en mi pueblo, y todavía algunos días de vacaciones, recibí un bonito regalo, una bicicleta que habían restaurado para mí. La usé poco tiempo, pues la presté a mi primo y él la dañó el mismo día que la recibí. Durante todo este tiempo no falte a clases en la escuela, pues todo ocurrió en los meses de julio y agosto del año 2006.

P.A

García

martes, 15 de agosto de 2023

Cuatro tristes relatos de mi alegre infancia

¡CUIDEN MUCHO A LOS NIÑOS!

Cuando tenía doce o trece años me regalaron una buena bicicleta, principal razón por la cual descuidé repentinamente mis obligaciones de sacristán de la parroquia, y tanto fue así, que una tarde vino el párroco a hablar conmigo, para saber el porqué de mi notable alejamiento de la Iglesia. No supe explicarle, pero la razón era la bicicleta nueva.

El señor Martín

En una ocasión, mientras paseaba con el vecino del frente, “Miguelito”, ambos en bicicleta y cada uno en la suya, vimos cómo la acequia se había tapado y el agua salía a borbotones por la alcantarilla sobre la calle. Notamos que había un señor agachado tratando de desatorar la basura que no permitía el cruce normal del agua. Nos acercamos, era el señor Martín, del sector Los Rastrojos, un hombre muy serio y respetable, aunque después no tanto, por las razones siguientes.

Resulta que, al acercarnos en nuestras bicicletas, mi amigo y yo saludamos al hombre y le preguntamos qué hacía, por lo que la respuesta era evidente y la pregunta un tanto necia. No creo él nos haya respondido, sin embargo, decidimos permanecer allí, junto a la alcantarilla, para observar cómo la desatoraba el tapón y luego ver pasar el agua sin dificultad, pero algo extraño ocurrió.

Aquel hombre, agachado, con sus rodillas en el suelo, se valía de sus propias manos para sacar las hojas, ramas y basura doméstica que tapaba la acequia. En principio, la ubicaba sin mayores esfuerzos a un lado de donde él se encontraba, pues de seguro después la iba a recoger para botarla en un lugar adecuado, cuando de repente, al señor Martín se le ocurrió la brillante idea de empezar a tirar la basura mojada que sacaba de la acequia hacia mí, la lanzó con tanta rapidez y fuerza, que me empapó completamente mientras yo retrocedía aún montado en mi bicicleta. No sé por qué razón él hizo eso, lo cierto fue que mi amigo no paró de reír, y yo, mojado de la cabeza hasta los pies, tuve que ir a bañarme y cambiarme de ropa; la tarde de paseo y diversión había terminado con un acto de abuso e irrespeto por parte de este sujeto hacia mí, un jovencito que miraba de cerca lo que él hacía en plena calle y justo en frente de mi casa.

Nunca he olvidado esto que me ocurrió, ciertamente fue un baño de humildad, merecido o inmerecido, no lo sé, lo cierto es que esas cosas no se deben hacer nunca, a nadie y menos a un niño, porque lo que se le hace a un niño lo marca para toda la vida, el recuerdo perdurará para siempre. Y aprovecho la ocasión para relatar otros tres recuerdos de la infancia, a ver si resulta interesante.

Testículos calientes

Estando más pequeño de edad, tal vez de seis o siete años, estaba jugando en el patio delantero de mi casa, cuando vi que unos grandes camiones y maquinaria pesada pasaba delante de mí, iban a asfaltar la calle.

La jornada de trabajo era rápida: un camión, al que llaman “volteo” descargaba la grava mezclada con aceites negros y a temperaturas elevadas, mientras los obreros con rastrillos esparcían uniformemente el material por la calle, para que luego pasara la aplanadora, que era el espectáculo más impresionante, pues esta máquina hacia vibrar el piso.

La cuestión fue que yo salí hasta la acera del frente de mi casa, para ver de cerca lo que hacían y cómo lo hacían, con la característica curiosidad de un niño que tenía tiempo de preguntarse la razón de las cosas; y a uno de esos obreros, un señor de grueso bigote, se le ocurrió tocarme indebidamente, pues llamando la atención de sus compañeros metió su mano sucia por dentro de mi short y ropa interior y me tocó los testículos, sin razón aparente, o solo para hacer reír a los demás.

Yo quedé de piedra, no sabía qué hacer. Evidentemente supe que eso estaba mal, pero indefenso y confundido no supe reaccionar. Años después le conté a mamá lo sucedido y concluimos que a los niños no se les puede dejar solos ni un instante.

Testículos con mango

En el mismo contexto de mi infancia, es decir, con la misma edad, me ocurrió otro extrañísimo tocamiento indebido.

Frente a mi casa hay un gran árbol de mango, muy bueno en sus cosechas. Acostumbrados estábamos a permitir que los que quisieran mangos los tumbaran ellos mismos o recogieran los que estaban en el suelo. Por lo general las personas mayores tiraban piedras al árbol tratando de golpear el mango que querían comer, mientras que los jóvenes preferían subirse en el árbol y tener una experiencia un tanto más agradable. Ambas cosas eran posibles gracias a la generosidad de mi madre y mi abuela.

Una vez, un grupo de adolescentes, no mayores de quince años de edad, pidieron permiso para subirse al árbol y agarrar mangos para comer, y hubo facilidades para ellos, a pesar de las advertencias naturales de subirse con cuidado de no caerse y esas cosas…. Yo los observaba desde abajo, y algún mango que cayó al piso lo tomé para mí.

Cuando los jóvenes bajaron del árbol, se sentaron todos a comer desaforadamente, como haciendo competencia a ver quién de ellos comía más rápido y la mayor cantidad de frutos. En un determinado momento, uno de ellos me llamó, y al yo acercarme, metió su mano embadurnada de mango entre mis pantalones y ropa interior y me tocó los testículos como limpiándose, los demás estallaron en risas, yo no supe que hacer, si gritar, correr, llorar… no dije nada, me quedé muy asustado.

A ese joven abusador lo recuerdo siempre, su rostro me inspira rechazo, por no decir rabia. Él no tuvo por qué hacer lo que hizo, al igual que el obrero y el señor Martín, me hicieron el motivo de sus burlas. A los niños no se les hace eso. Todos merecemos respeto.

La maestra Rosalba

Y un último relato, no tan trágico, pero igual significante. Recuerdo que estando en la etapa inicial con cinco o seis años, mi profesora Rosalba, que en paz descanse, nos ocupó en una sencilla actividad que consistía en bordear una imagen de la cara de un canino con caraotas o frijoles negros.

En principio era tarea fácil, imagino que ella daría las instrucciones y todos nos ubicamos con nuestra hoja y materiales para trabajar. Yo no recuerdo cómo estaba haciéndolo yo, si bien o no tan bien, lo cierto fue que al pasar la maestra revisando a cada alumno, cuando se detuvo detrás de mí, lanzó un grito, un fuerte ¡no!, se escuchó en todo el salón, y tomando sin el menor cuidado mi hoja, la rompió delante de mí quejándose de lo mal que había quedado, de inmediato lanzó la bola de papel y caraotas a la basura y buscó un nuevo modelo para que yo empezara desde cero la actividad.

La maestra Rosalba de seguro fue muy buena conmigo, recuerdo que me llamaba “don Pedro”, pero lastimosamente de ella solo recuerdo esta desagradable vivencia.

Y tengo más relatos parecidos, pero los dejaré para otras oportunidades.

P.A

García


viernes, 4 de agosto de 2023

Lectura de “La tía Tula” de Miguel de Unamuno

“SORORIDAD”


     Miguel de Unamuno (1864-1936), un interesante filologo, filósofo y escritor español, publicó en 1921 su novela “La tía Tula” que había escrito en 1907, en la que narró la interesante historia de una mujer muy adelantaba para su época, a quienes algunos le han catalogado como “la mujer quijotesca” por lo brillante de su temperamento, aunque a la par sacrificada e incomprendida.

     Desde el prólogo de la obra Unamuno deja claro por dónde quiere guiar su novela, y lo hace planteando lo que para él sería una “sutileza de lingüista y filólogo”, al diseñar la siguiente observación (que a mí me parece de especial belleza): “así como tenemos la palabra paternal y paternidad que derivan de pater, padre, y maternal y maternidad, de mater, madre, y no es lo mismo, ni mucho menos, lo paternal y lo maternal, ni la paternidad y la maternidad, es extraño que junto a fraternal y fraternidad, de frater, hermano, no tengamos sororal y sororidad, de soror, hermana.”; dando introducción de esta manera al gran tema que versará en la novela, la abnegada entrega y amor incondicional de una hermana, de las mujeres en general.

     Podría parecer insultante, o tal vez no, catalogar a Unamuno como escritor feminista, sobre todo por el concepto mismo del feminismo que está actualmente tan embrollado, pues ya no es lo que se quiso cuando fue concebido en principio como una “doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres.” Unamuno podría ser feminista en cuanto al justo reconocimiento del valor de la mujer en la sociedad, pues plantea en la tía Tula el pilar fundamental sobre el cual se forjaría la vida familiar de su hermana menor, cuando esta se casó y tuvo hijos.

     La tía Tula, cuyo nombre es Gertrudis, en un perfecto ejercicio sororal, no quiso tener vida propia, sino que la suya fue en favor de los demás, aunque sirviendo incondicionalmente a su hermana y cuñado en la crianza de los sobrinos, la tía Tula supo darse el lugar más importante en el hogar, pues todo giraba en torno a su palabra, y sus opiniones eran la ley por la que todos se regían. Hay un ligero límite entre el servicio y el poder, y la tía Tula demuestra que quien sirve es el mayor de todos, y a su vez, ese liderazgo es motivo de decepciones e injusticias.

     Tal era la originalidad y el coraje de Gertrudis que ni su mismo tío, sacerdote de oficio, tenía el valor de contrariarla y le guardaba muchísimo respeto pues su razonar era, en la mayoría de las veces, inequívoco y eficiente; aunque la misma Tula reconociera -según Unamuno- que su formación se debía en gran parte a la figura paternal de su tío cura don Primitivo.

     Ramiro es un personaje muy curioso en toda esta historia. Es el marido de Rosa, la hermana de Gertrudis. Tiene un carácter mutable o inexistente, pues lo vemos en toda la novela sin mayor protagonismo, sin rastros de “machismo”, mas bien sumiso totalmente a su mujer y cuñada. Pero, ¿por qué?, Unamuno cambia los paradigmas de la época y reduce el papel del marido a solo engendrar hijos y lo deja al borde de la inutilidad e incapacidad frente a la empresa familiar. Ahora bien, ¿será que los hombres no sirven para levantar a una familia como lo hace una mujer?, o tal vez será que la mujer nunca le ha dado la oportunidad de desenvolverse en lo que cualquier persona puede hacer (a excepción de amamantar a un bebé) …

Breve aspecto religioso de la novela

     Unamuno se valió de los pensamientos de Ramiro para confesarse religiosamente con sus lectores, ya que apunta, reflexionando sobre el amor: “Los más cantores amatorios saben de amor lo que de oración los mascullajaulatorias, traganovenas y engullerosarios. No, la oración no es tanto algo que haya de cumplirse a tales o cuales horas, en sitio apartado y recogido y en postura compuesta, cuanto es un modo de hacerlo todo votivamente, con toda el alma y viviendo en Dios. Oración ha de ser el comer, y el beber, y el pasearse, y el jugar, y el leer, y el escribir, y el conversar, y hasta el dormir, y rezo todo, y nuestra vida un continuo y mudo «hágase tu voluntad», y un incesante «¡venga a nos el tu reino!», no ya pronunciados, más ni aun pensados siquiera, sino vividos.”

     Y, ¿quiénes son los mascullajaculatorias?, los que rezan oralmente entre dientes, pronunciando mal las palabras, hasta que ya no se logra entender nada de lo que dicen; ¿y los traganovenas?, tal vez serán los que creen que por repetir “Señor, Señor” se salvarán; y, finalmente, ¿quiénes son los engullerosarios?; serán estos últimos los que no ponen atención ni a lo que dicen ni cómo lo dicen ni teniendo presente el por qué.

     No creo que Unamuno esté condenando la oración comunitaria, sino más bien esta haciendo un llamado de atención para que la vida misma sea una continua oración. Que son necesarios los momentos de silencio o de adoración y alabanza frente al Santísimo Sacramento del Altar, pues sí que lo son, pero aunado a esto, testimonio cristiano, presencia de Dios, porque efectivamente en él vivimos, nos movemos y somos. Coram Deo.

   Las confesiones de Gertrudis con el cura del pueblo son casi una sesión psicológica, y lo digo porque la psique, es decir, el alma, es lo que se remueve cada vez que la mujer angustiada va conversar con el hombre espiritual. Hay una verdadera comunicación, entre ambos existe una mutua comprensión y es así como las interrogantes del cura remueven la conciencia y la estabilidad moral de la tía Tula. Ojalá y nuestras confesiones tuvieran el nivel de esta novela. (Hasta aquí el comentario de la parte religiosa).

     Esta novela corta, publicada por la editorial Planeta, de tapa dura y atrayente portada, y que compré por solo 10 soles, la leí en solo tres horas y la recomiendo a todos aquellos que deseen leer buena literatura para poder luego escribir algo más o menos soportable (como esto que yo mismo escribo).

   La tía Tula no murió virgen, pero sí supo que el matrimonio era cosa muy seria. No soportó ser amada, sino más bien quiso ella amar a los demás. Su legado permaneció en la familia de 5 sobrinos que hizo crecer al calor de su pecho. Murió satisfecha de haber logrado lo que se había propuesto. Aunque no convenció a la sociedad en la que le tocó vivir ni llenó las expectativas de la época (porque no se casó y vivió en la misma casa de un hombre primero casado y luego viudo), fue mujer plena y madre de verdad, pues llegó a la honorable conclusión de que padre o madre no es solo aquel que engendra, sino el que educa, el que dedica tiempo, el que está cuando debe estar y ama y corrige con paciencia y sin procrastinar.

     Tula es un buen reconocimiento de Miguel de Unamuno para todas aquellas mujeres que desgastan su vida en el complicado trabajo de sacar adelante a una familia. Aunque, deduciendo el relato general de Unamuno, era el hombre quien evidentemente aportaba lo económico para el sostenimiento material de la casa, pero esto es tan insignificante para Unamuno que ni siquiera se molesta en mencionarlo, porque aquí lo importante es la mujer, la madre, la hermana, la hija…

     Para finalizar transcribo un chat de WathsApp que me motivó a comprar la novela de Miguel de Unamuno y a leerla de una sola sentada. Saquen ustedes sus propias conclusiones:

Sandino Márquez: Imagínate las mamás (como la mía, como Isaura, como Laura la morocha) que fueron amas de casa toda su vida y que nunca percibieron nada por el trabajón que es llevar un hogar, sostener una casa, criar a unos hijos y además calarse a los maridos. Es un tema mi querido Pedro.

Pedro: Usted me perdona don, yo no sé filosofar. Interesante tema…

Sandino Márquez: Pedro, ¿tú recuerdas cómo trabajaba Laura en esa casa? Atendiendo gallinas, lavando ropa, atendiendo a Luis Gorila, que si llegaba Alfonso eso era como si hubiera llegado un general. ¡Coño!, esa vaina es trabajo, mucho trabajo, y trabajo sin quince y último.

Pedro: Perfectamente, como casi todas las amas de casa de nuestro pueblo, eso es realmente admirable.

Sandino Márquez: Claro, pero más allá de la visión romantizada de la entrega, el coraje, la abnegación de la madre campesina, la verdad es que eran y son mujeres sumamente explotadas.

Pedro: Somos una sociedad machista.

Sandino Márquez: Mamá nos atendía a nosotros, a dos hermanos torcidos, la casa, los perros, gatos y el resto del zoológico que había en la casa y además atendía el café, los cambures, el conuco, como un obrero.... Trabajaba doble. Excesivamente.

Pedro: Es cierto, y cómo pueden con todo a la vez.

Sandino Márquez: Y medio toche, porque entonces esas enormes brechas de desigualdad acabamos arropándolas con un discurso romántico, casi idealizado y dejamos bajo la mesa el meollo del asunto. Son vainas.

Pedro: Sí, aunque no se puede negar que "el amor todo lo soporta".

Sandino Márquez: Claro, es un ejercicio de amor, sumamente amoroso ese, pero también en nombre del amor se tapa que el papá de uno no fuera capaz ni de hervir agua para un café. Que tenían que atenderlos como si fueran emperadores romanos. Entonces uno dice ¡oh!, ¡qué maravillosa la mujer del campo, que da teta, ordeña las chivas, palea papa, cocina, ayuda en las tareas a los hijos y atiende la casa! Pero lo que subyace pues es una persona que se autoexplota, que está siendo maltratada por un compañero que no asume su rol y se queda simplemente como proveedor y ya. Mucho de eso hay que erradicarlo, incluso desde el discurso. Ustedes en la Iglesia tienen mucho trabajo en esa materia, tanto en la revisión de su historia, en qué han contribuido en la conformación de la sociedad actual, etc., hasta planteamientos para su superación, que es lo más importante. Creo que ahí el compa Francisco es un aliado para por lo menos detenerse a pensar esas cosas.

Pedro: No es cuestión de acomodar por WhatsApp, pero sé y conozco que la Doctrina Social de la Iglesia ha abordado el tema con suficiente profundidad, solo que pasa como sucede con la mayoría de los textos, que se queda todo en papeles y no se lleva a la praxis.

Sandino Márquez: La he leído, y sí, hay un intento de resignificación antropológica, pero sí creo que es insuficiente. Además, Pedro, la mejor forma de predicar es el ejemplo.

Pedro: Esa esa la paideia divina. Por suerte tenemos la posibilidad de mejorar siempre...

P.A

García