Padre
Fortea
Leer libros (digerir libros), para mí, siempre
ha sido un placer agraciado y un vicio muy económico, sobre todo cuando se
trata de libros electrónicos, en formato PDF, que es hasta donde he podido
llegar en cuanto a tecnología se refiere. Pero, sean libros digitales o en
físico, en definitiva siempre se trata de adentrarse en un mundo desconocido,
que puede conocerse en su totalidad solamente cuando se llega a la última
página, o que se puede completar con la vida propia, la de cada lector.
La vida hay que vivirla como se leen los libros, o como lo expresa el cantante Luis Enrique en su tema “Yo no sé mañana”: “esta vida es igual que un libro, cada página es un día vivido, no debemos de correr antes de andar”. Leer cada página de un libro es como vivir cada día de nuestra vida de manera apasionada, conscientes de que somos los protagonistas de nuestra propia historia, y que esa, nuestra historia, también puede ser contada, narrada, escrita en un libro.
La vida hay que vivirla como se leen los libros, o como lo expresa el cantante Luis Enrique en su tema “Yo no sé mañana”: “esta vida es igual que un libro, cada página es un día vivido, no debemos de correr antes de andar”. Leer cada página de un libro es como vivir cada día de nuestra vida de manera apasionada, conscientes de que somos los protagonistas de nuestra propia historia, y que esa, nuestra historia, también puede ser contada, narrada, escrita en un libro.
Hay que leer de todo un poco. Al padre José Antonio Fortea
estoy leyéndolo constantemente desde que ingresé al seminario mayor en 2013. He
leído sus libros, no todos, pues son muchos, sin embargo, por recomendación
suya dediqué un espacio privilegiado a la lectura de su mejor libro: “Historia del Mundo Angélico”, como él
mismo me lo indicó mediante un email, con un español bastante suyo: “Si tenéis que leer un
libro mío, el mejor es el de Historia del mundo angélico y su segunda parte
"Las corrientes que riegan los cielos"”. También leo su blog, el Blog del Padre Fortea, donde él opina
todos los días de diversos temas, esto ha sido una inspiración para escribir en
mi blog, el Blog de Pedro García.
Aquí les quiero hablar brevemente no de
“Historia del Mundo Angélico”, sino de
“Memorias de un exorcista”, que es
el libro autobiográfico del padre Fortea. El mismo consta de 198 páginas en su versión
digital y lo he leído en su totalidad dos veces. La primera en 2015 pausadamente
y casi sin interés, y la segunda en diciembre de 2019, durante mis descansos en
las misiones decembrinas. Fue en esta segunda vez que más lo supe disfrutar,
bastaron ocho días para digerirlo.
“Memorias de un
exorcista” es un libro con una lectura
muy llevadera, para nada es fanática en el tema del demonio, es más, a mi
juicio el título no debería ser el que tiene, sino otro, pues el padre Fortea apenas
menciona algunos casos de posesiones demoniacas y exorcismos, pero ese no es el
tema central de la autobiografía. Detrás del padre Fortea no solamente hay un
famoso demonólogo y exorcista, sino un gran sacerdote, un hombre de Dios, un
intelectual, un santo moderno.
Hay frases en este libro con las que me
identifico, pues la vida del padre Fortea es, como la de todos los seminaristas
y sacerdotes, (o como la de cualquier cristiano) una vida de luchas, derrotas y
victorias, gracias a Dios más victorias que derrotas, para tristeza de muchos
por ahí. La vida del padre Fortea es providencialmente agradable de conocer. Recomiendo
la lectura de “Memorias de un exorcista”,
para que conozcamos que sí se puede ser diferente en medio de tanta monotonía.
De las 198 páginas cargadas de
innumerables memorias, la que ahora les presento me agradó más que muchas otras,
pues en esta el padre Fortea habla sobre el tema de la amistad, desde su experiencia propia. Se las copio completa y
espero que la disfruten, como lo hice yo:
A
veces me pregunto por qué aquel grupo de amigos de Barbastro se deshizo. No sé.
Creía que éramos amigos para siempre. Pero cada uno se fue en una dirección […].
Ahora miro atrás y creo que en la amistad siempre di más de lo que recibí. Creo
que en la amistad siempre puse mi corazón, mientras los otros no buscaban
tanto.
Ellos no buscaban tanto.
Quizá yo, […] buscaba más en esa amistad. Amigos para siempre, amistad eterna,
envejecer en la amistad... pero algunos de ellos, al final, sólo vieron en mí
al clérigo, al amigo que iba a ser sacerdote, al seminarista que no podía ir a
las discotecas, un chico que ni bebía, ni fumaba, ni nada. No era buena
compañía para ellos. En cierto modo, podían verme como un lastre, un santo
lastre. Ahora me doy cuenta, ahora, de que ellos no eran dignos de mi amistad.
En realidad no perdí ningún amigo, nunca los tuve. Después de doce años
compartiendo cumpleaños, tardes de cine, campamentos, conversaciones... me doy
cuenta de que en realidad no había nada entre nosotros. Me queda la
tranquilidad de saber que no fui yo el que se alejó de ellos, sino ellos de mí.
En cuestión de amistad debo admitir que la fortuna no me ha sido propicia.
Cuánto he buscado el tesoro de la amistad. Pero esto como los noviazgos, es una
lotería. Y a veces no tienes el número. En los noviazgos, en la amistad, en la
salud, en tantas cosas, a veces tienes buena suerte y a veces no; y no hay que
darle más vueltas.
Hasta aquí las palabras del padre Fortea, que a partir de
este momento las hago mías también. Ahora, la ensalada literaria que sigue es inspiración
propia:
¡Amigos! ¿Dónde están?
¿A dónde fueron a parar?
Pensé que no habría
motivos
que obligaran a cortar
la amistad que un día
gozamos
y que nunca había de
acabar,
mas ahora se ve violentada
por el silencio y la
crueldad
de no saber nada de
nadie
y de no atreverse a
preguntar:
¿Cómo estará ese amigo
que se tuvo que marchar?
que confiando en los
demás
le tocó todo enfrentar
y sin poder decir por
doquier
más que toda la verdad
evitando simplemente
a los amigos perjudicar,
que Dios se apiade de
aquellos
que se atreven a
traicionar
y que Dios me ayude a mí
a poder todo olvidar
a aprender de los
errores
y a saberlos perdonar
después que tanto han herido
y tanto han hecho llorar.
Ahora bien, para no
dejarlos tan preocupados por mi salud mental y espiritual, termino este
comentario con una frase de Borges, que me consuela bastante, citada también por
el padre Fortea en su libro: “Yo no hablo
de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón.”
P.A
García