LA AMISTAD
“Un amigo fiel es un refugio seguro,
quien lo encuentra ha encontrado un tesoro” Eclo 6,14. La experiencia de la amistad ha sido una de las
más gratificantes en mi vida. Desde la infancia he sabido cultivar este
maravilloso regalo de la amistad. En la época escolar tuve mis “mejores
amigos”, disfrutaba mucho compartir con ellos, sin embargo, la vida nos fue
encaminando por rutas distintas y todo menguando hasta el punto de no saber
dónde están. En los inicios de la adolescencia empecé a entablar a amistades
con personas mayores que yo, con ellas me sentía valorado y protegido, además
de sentir que aprendía de ellos, de sus labores, de sus maneras de actuar, etc.
varias de esas personas ya han fallecido, lo que me ha llevado a valorar aún
más las amistades. Aunque me considero una persona amigable, no soy de muchos
amigos, por el contrario he sido bastante selectivo con quienes me relaciono,
pero nunca he menospreciado a nadie por ningún motivo dentro de mis amistades.
En la experiencia del seminario la amistad la he vivido de una manera sana,
respetuosa y abnegada. Ha sido tal el nivel de amistad, que mis verdaderos
amigos pueden decir quién soy yo, cómo pienso y cómo actuaría en cualquier
circunstancia, aun cuando uno mismo nunca termina de conocerse a sí mismo. Con
las amistades he sido abierto, sin secretos, sin dobles intenciones, sin afán
de poseer ni de manipular, aunque sí debo reconocer que en la mayoría de las
veces he sido influyente en mis amistades, pues considero que tengo la
característica de saber llegar a las personas, convencerles del bien, de lo
bueno, he sabido formar parte de la vida de los demás para el bien. No soy un
modelo a seguir, pero sé que mis amigos confían en mí y me ven con respeto y
consideración. Por natural convicción he tenido más amigos que amigas. Con los
amigos la confianza ha sido más plena, pues entre personas del mismo sexo hay
más apertura en todo tipo de temas o vivencias. Con las amigas he sabido
aprender a tratar al género femenino, ellas me han sabido demostrar que en este
mundo estamos para complementarnos los unos a los otros, es decir, que detrás de
un gran hombre siempre está una o unas buenas mujeres, que corrigen, que
apoyan, que aportan, que son fieles y, sobre todo, que oran por uno, para ser
cada día mejor. No he sido irrespetuoso con ninguna mujer, ni con ningún
hombre, en contextos de amistad. Tengo un especialísimo respeto y admiración
por las mujeres que se dedican a la vida consagrada. Finalmente, mis amistades
en Venezuela son varias, mantengo constante comunicación con 8 o 10 de ellos,
nos llamamos, entablamos largas conversaciones, nos contamos las cosas más
personales, y así, permanecemos unidos a pesar de la distancia. En este año y
tres meses que llevo en el Perú, puedo decir que he conocido personas, más no
he entablado amistades, las razones son obvias, el fenómeno de la pandemia ha
restringido los lugares y ocasiones de hacer amistades. Suelo demostrar mi
amistad a través de detalles materiales, también escuchando con paciencia a mis
amigos, interesándome de verdad por sus vidas, tratando de apoyar en sus
dificultades, aconsejándoles lo mejor cuando es oportuno. Como lo deje claro
más arriba, he sido influyente con mis amistades, por lo que suelen consultarme
cosas para saber mi opinión, en todas estas ocasiones he procedido con madurez
y responsabilidad, pidiendo luz al Espíritu Santo para decir solo lo que sea
más agradable a Dios, aun cuando no agrade a los hombres. De mis amigos siempre
me acuerdo en la oración, también de los difuntos, a ellos los tengo muy
presentes en mis oraciones. Con mis amigos soy desprendido, generoso y abierto.
Entablar
amistades desde cero no siempre es fácil, sin embargo, con la apertura de
corazón se puede lograr. Uno conoce a una persona de verdad cuando conversa con
ella, cuando comparte diferentes facetas de la vida, cuando se pasa tiempo
juntos. En lo personal me agrada tener amistades, no soy para nada una persona
solitaria, aunque comprendo la importancia de la vivencia de la soledad para
vivir auténticamente la vocación a la que he sido llamado. Hay amistades que
son demasiado cerradas y oprimentes, nunca he formado parte de una, pero sí las
he conocido. Considero que tengo una buena capacidad de relación social,
sobretodo porque soy capaz de escuchar a los demás, a todos, no solo a los que
podrían serme útiles en el futuro. He conocido personas que buscan hacerse
amigos de otras solo por un interés pasajero, no me acostumbro a eso y siempre
he evitado esas “amistades forzadas por un interés”. Con la mayoría de mis
amigos he tenido experiencias positivas, agradables y buenas de recordar. Con
muy pocos he tenido dificultades naturales, por malos entendidos, etc, con
estos he optado por alejarme y olvidar, no he sido insistente, pues así como
somos capaces de recibir hay que aprender a despedir. No todo en la vida es
ganar, también hay que saber perder, y, aquellos amigos que se han perdido tal
vez ha sido porque no era la voluntad de Dios que estuvieran ahí toda la vida.
Aclaro que un amigo perdido no es necesariamente un enemigo. Como lo he
detallado en fichas anteriores, no tengo ningún enemigo. Cuando un amigo me ha
fallado mi actitud ha sido la comprensión, porque reconozco mi pequeñez y mi
idéntica capacidad de fallar. No me escandalizo del mal obrar de nadie, pues yo
mismo soy capaz de reproducir aquello o de empeorarlo. La concupiscencia nos
atrae hacia el mal que no queremos hacer y que muchas veces no sabemos evitar.
A la luz del texto leído de Mc 2,1-12, puedo reflexionar y llegar a la conclusión de que sí he contado con amigos que me han acercado a Dios, con sus palabras, con sus testimonios de vida, con sus correcciones. En el seminario y en la vida parroquial he contado con amigos que se han acercado a mí para, entre variadas palabras y acciones, acercarme más a la vivencia del Evangelio y a Dios. Siempre he sabido agradecer a aquellas personas que me han demostrado su aprecio corrigiéndome y animándome a seguir adelante. De igual manera, iluminado por la misma cita evangélica, puedo decir que también mi actitud ha sido la de u amigo que ha hecho lo posible y lo imposible por llevar almas a Dios, especialmente la de aquellos que comparten o han compartido conmigo una relación de amistad, pues, esta actitud es propiamente la de un buen cristiano y más aún debe ser la de un joven con aspiraciones sacerdotales. Mi relación con Dios es una relación de amistad, pero me gusta verla más como una relación de Padre a hijo, pues realmente me siento hijo de Dios y me consuela y agrada dirigirme a él como a un Padre, pues realmente lo es. No sabría valorar con exactitud qué o cual relación sea la más acorde, si la de un par de amigos (con respecto a Dios) o la de un Padre y un hijo, en cualquiera que sea el caso, considero que lo importante es la relación misma: la intimidad, la confianza, la disponibilidad que debo hacia Dios, mi gran amigo, mi Padre celestial, poderoso y misericordioso. Como lo manifiesta la fe católica lo creo: Jesús es mi hermano y Señor, que me llama a ser su amigo, como lo hizo con sus discípulos; este llamado es la vocación. Me esfuerzo todos los días por ser coherente entre mi amor a Dios y mi amor al prójimo, sabiendo que amando a los demás es como realmente amo a Dios.
P.A
García