“LA CUCHARA DE LA VERDAD”
Eran casi las 8:00 p.m., y el padre Martín terminaba de
celebrar la Santa Misa diaria; había tenido una jornada ajetreada, en la mañana
visitó algunos enfermos y por la tarde mantuvo una larga reunión con sus
catequistas; cuando parecía que ya no tenía ningún compromiso, vibró en su
bolsillo el teléfono móvil, era la llamada de una familia cercana a su
parroquia, quienes le habían invitado a cenar.
El padre Martín, considerando la grata amistad con sus
feligreses, ejemplares en la vida sacramental, siempre disponibles con la
Iglesia y atentos en sus necesidades personales, y a pesar del natural
cansancio de ese día, decidió hacer su último esfuerzo y acudió a aquella cena.
La conversación estuvo muy amena, la comida exquisita, y el postre lo aceptó
para llevar.
Culminada la cena, el padre Martín abandonó el lugar, los
esposos lo despidieron muy amables en la entrada de su hogar. Minutos más
tarde, la señora de la casa recogió la mesa y notó que una cuchara le faltaba.
No podía creerlo, pues se trataba de la cubertería de plata que usaban en
ocasiones especiales, y esa noche el único externo a la familia había sido el
padre Martín. Consternada y casi segura de lo que había pasado, decidió
comentarlo a su esposo, quien juzgó con los mismos criterios aquella situación.
Ambos se molestaron con el sacerdote y a partir de ese momento ya no fueron
iguales.
Durante todo un año estuvieron molestos y distanciados de
la parroquia, pero un buen día decidieron invitar al sacerdote otra vez para
cenar. El padre Martín acudió y se comportó de la manera más natural, pues
todavía los tenía por amigos, pero algo andaba mal, el ambiente de esa noche
estaba muy tenso, ya no era como antes. El señor de la casa no pudo aguantar
más y le preguntó: ¿Padre, usted se robó la cuchara el año pasado?, y el sacerdote
le contestó: “no, te la puse dentro de la Biblia”.
Esta interesante historia, sin preocuparnos de que sea
cierta o falsa, relata la realidad de muchas familias católicas, en las que se
vive la fe de una manera mecánica, tratando de demostrar a los demás lo buenos
que son, lo cumplidores que se mantienen con las cosas de la Iglesia, lo
atentos y amables con sus pastores, pero lo poco preocupados por leer las
Sagradas Escrituras, y por ende, el innegable desconocimiento de la Palabra de
Dios.
San Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín, decía que
el desconocimiento de las Sagradas Escrituras era el desconocimiento de Cristo
mismo. Pues bien, muy acertada esta sentencia, pues el relato bíblico en
general es de carácter cristocéntrico, es decir, que tiene como fundamento de
toda la Revelación a la Persona de nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios,
Salvador y Redentor del mundo.
Biblia es una palabra griega que significa “libros”, los
cuales fueron escritos por inspiración divina y en ellos Dios es el
protagonista, pero, no es que en estos libros se nos hable de Dios, sino que es
Dios mismo el que nos habla a través de estos libros, por eso, cuando asistimos
a Misa, las lecturas que son proclamadas solemnemente desde el púlpito, siempre
terminan con la frase: “Palabra de Dios”, y es que en realidad, el lector que
está ahí, frente a toda la asamblea reunida, presta su voz a Dios para hablar
al pueblo fiel.
Los católicos de este siglo XXI debemos dedicarnos más a la
lectura de la Biblia. No podemos conformarnos solamente con asistir a Misa los
domingos, o hacer obras de caridad al prójimo, todo esto ciertamente que es muy
importante, pero, la Palabra de Dios es la fuente de inspiración para que
obremos lo que a Dios agrada. Ese texto voluminoso que poseemos en nuestros
hogares, y que muchas veces no cambia de página durante años, como en el caso
de la historia relatada, debe ser desempolvado por nuestras manos, cuando nos dispongamos
a conocer a Cristo en la lectura bíblica.
El católico que abre la Biblia y dedica algún tiempo de su
jornada para leerla, recibe de Dios el don del entendimiento, que le hace capaz
de comprender las cuestiones más sencillas y las más dificultosas del texto
sagrado, y de no ser así, recibe la fortaleza para acudir a los entendidos en
la materia y buscar respuestas a sus interrogantes. Pero, la Biblia no es un
libro de ciencia, o de historia, o de geografía, que deba ser leído para ser
entendido en su totalidad. La Biblia contiene la Revelación de Dios, que ante
todo es un Misterio, y los misterios no son entendidos, sino creídos.
Finalmente, abriéndonos a la gracia de Dios a través de la
lectura bíblica, diremos como san Agustín de Hipona, “creo para entender y
entiendo para creer”.
Oración
Señor Jesús, Palabra
Eterna del Padre,
tú nos hablas a través
de las Sagradas Escrituras.
Infúndenos la gracia de
acudir a la lectura bíblica,
sabiendo que en ella
escuchamos tu dulce voz,
conocemos tu voluntad,
y nos configuramos
contigo.
Señor, que comprendamos
ahora y por siempre,
que conocer y leer las
Sagradas Escrituras,
es conocerte, seguirte
y amarte a ti.
Envíanos tu Espíritu
Santo,
que nos ilumine al leer
tu Palabra,
y nos conduzca por el
camino del bien.
Amén.
P.A
García
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