La canción “Toma mi
mano”, del grupo católico Alfarero, es un auténtico acto de fe y abandono en la
voluntad del Señor. Esta canción me inspira a dejarlo todo en las manos de
nuestro Dios. Pedirle que tome mi vida y la haga de nuevo es una constante
invitación a dejarme moldear por el divino Alfarero: Jesús. Reconozco que es
más fácil seguir el camino de la vocación si me dejo guiar por la mano de Aquel
que conoce mi corazón y me ha llamado.
Los tres anhelos más
importantes en mi vida son: en primer lugar cumplir satisfactoriamente con la
misión que Dios me ha encomendado, es decir, responder a su llamado. En segundo
lugar, en esa respuesta, darlo todo de mí, para dar gloria a Dios con mi vida
entera, para sentir que soy útil a las personas, para sentirme colaborador de
Dios en la salvación de las almas. Y en tercer lugar, anhelo alcanzar la
santidad de vida a la que estoy invitado, como todos los cristianos. En
definitiva los tres anhelos son: ser sacerdote, ser un sacerdote bueno, ser un
sacerdote santo.
A nivel de estudios
o de trabajo, en la actualidad, me gustaría seguir formándome oportunamente y
aprovechando todas las circunstancias para crecer como persona en el aspecto
laborar y su consecuente realidad de contacto con el prójimo. El trabajo
dignifica y santifica, y los estudios también. Algo que no me gustaría estar
haciendo a nivel de estudios o de trabajo, sería estar en el lugar incorrecto o
equivocado, es decir, no me gustaría estudiar algo que no va en relación a mi
propósito de vida y mucho menos trabajar en campos en los que no compagina mi
llamado y mi formación, aun cuando todo trabajo honrado es bueno para
glorificar a Dios, hay experiencias sin las cuales se puede seguir adelante. En
pocas palabras, afortunadamente los pasos que he ido dando en este llamado de
Dios han sido los más idóneos. Ahora en mi desempeño como docente de primaria
puedo poner en práctica lo aprendido en años anteriores, y de igual manera
estoy adquiriendo las herramientas necesarias para comprender las diferentes
realidades de las personas, sus inquietudes, dificultades, propósitos, etc. y
así poder brindar una ayuda.
En los próximos tres
años espero adentrarme, con el favor de Dios, a la etapa final de mi formación
en el Seminario, para luego recibir la ordenación diaconal y sacerdotal, que es
para lo cual me vengo preparando desde hace ya diez años atrás. Metas a lograr
en este trienio sería evidentemente la culminación de mis estudios teológicos y
todos los pasos que la Etapa Configurativa propone para los candidatos al
sacerdocio, como la recepción de los ministerios del lectorado y el acolitado.
Mi vida dentro de 20
años la vislumbro como una vida madura, serena y alegre, en el servicio que me
toque desempeñar para ese momento. No puedo pensar en el futuro sin mirar al pasado, sólo así sabré
que según los pasos que he dado en el camino ya recorrido, voy directo al fiel
cumplimiento de la voluntad de Dios y mi plena realización como persona y como
cristiano. Pensar en el futuro me hace reflexionar sobre el presente, y puedo
así comprender que desde ahora debo vivir según aquello que quiero alcanzar.
Muchas personas han
influido en vida. De todas estas podría mencionar tres. En primer lugar mi
madre, quien me ha demostrado todo su amor y apoyo incondicional en las
diferentes etapas de mi vida. De ella he aprendido el valor de la
responsabilidad y la perseverancia. En segundo y tercer lugar se encuentran dos
reconocidos jerarcas de la Iglesia Católica: el papa emérito Benedicto XVI y el
cardenal de mi ciudad en Venezuela, Baltazar Porras. De ellos he aprendido que
el seguimiento de Jesús está sembrado de múltiples realidades de diversa
índole, como los estudios, los cargos a desempeñar, las circunstancias
socioculturales propias de cada época, entre otras. El papa emérito me
impresiona con su ejemplo de humildad, así como su notable labor teológica en
favor de toda la Iglesia. El cardenal Porras, a quien he conocido
personalmente, me estimula a cultivar el orden, la disciplina, el interés por
las personas, el estudio y la formación integral que todo sacerdote debería
tener para responder con mejor actitud y aptitud a las problemáticas del mundo
actual.
Ahora mismo pienso
que una de las cosas o circunstancias que pudieran impedirme alcanzar mis
anhelos sería una repentina enfermedad o una discapacitación física a causa de
un accidente. Fuera de esto no veo claro qué otra realidad podría impedirme
seguir adelante, pues sé que toda dificultad que se presente está puesta por
Dios para ser superada con su ayuda.
Al describir mi vida
como un camino, evidentemente el final será la meta más importante a alcanzar,
y en este sentido, mi meta es la de todo bautizado, llegar al cielo. Durante
ese camino habrán muchas otras pequeñas metas, que no serán sino un estímulo
para seguir adelante. Reconozco que de acuerdo a como ande por el camino de la
vida llegaré mejor o no a la meta final. Pero también sé que animado por los
pensamientos de los santos puedo vivir aquí en la tierra un anticipo del cielo
que me espera, como bien lo manifestó en santo cura de Ars, para quien el
sacerdocio era vivir el cielo en la tierra.
Breve reflexión de
Lc 4, 16-21. En este pasaje evangélico el Señor se encuentra en su tierra
Nazaret, el sábado va a la sinagoga y luego de leer un pasaje de Isaías
manifiesta a los presentes que dicha profecía se cumplía en él. Este texto
leído por Jesús y comentado por él mismo revela sus ideales de compromiso con
el hombre. En primer lugar Jesús manifiesta que el Espíritu de Dios está sobre
él, es decir, que se reconoce a sí mismo como enviado de Dios, más
concretamente como su Hijo. Luego reconoce que ha sido ungido para llevar el
evangelio a los pobres, evangelio que es la buena nueva de la liberación de la
esclavitud del pecado. Jesús resalta la liberación de los cautivos y oprimidos
y la vista de los ciegos y un año de gracia del Señor, es decir, que todas las
dificultades concretas por las cuales pasa la humanidad, son enmendadas y
restituidas en Cristo y por su misión evangelizadora que tiene su culmen en la
pasión, muerte y resurrección. El compromiso de Cristo con el hombre se
manifestó en su servicio al pueblo, servicio que pasó por obrar milagros y
enseñarles con parábolas y con su propio ejemplo cómo debían comportarse para
ser mejores personas y agradar a su Padre Dios, esta es la pedagogía divina.
La lectura de este
texto de Lucas, así como los fragmentos de los comentarios del Santo Padre
Francisco encontrados en esta ficha vocacional n°3 me ayudan a reflexionar sobre
el verdadero sentido del servicio y cómo debe ser entendido éste dentro del
ambiente eclesiástico. El Papa es muy claro a la hora de afirmar que el
servicio es también un poder, el poder de ayudar desinteresadamente a las
personas, sabiendo que así encontramos el sentido de nuestra vida y a su vez
podemos vivir la vida con un sentido concreto. A la luz del texto evangélico y
de los comentarios del Papa puedo concluir que el servicio para el cual me debo
preparar debe estar centrado en la incansable búsqueda de la santificación de
las almas, que no es otra cosa que llenar a las personas de Dios, de su palabra
y sobre todo ayudarles en el camino de la santificación con la administración
de los sacramentos. Teniendo esto muy claro, podemos dar el segundo paso, es de
luchar contra las injusticias que se viven en la sociedad, como la pobreza, la
discriminación, la apatía por las cosas espirituales, entre otras tantas.
Comprendo que mi servicio debe ir primero orientado en infundir en las almas el
deseo por el Reino de Dios, para que así éstas puedan llevar a sus hogares o
lugares de trabajo lo hermoso de vivir con Dios en el corazón.
En relación a lo que
realmente me haría feliz puedo afirmar que muchas cosas pueden hacerme feliz,
desde lo más humano o terrenal, pero sólo aspiro a la felicidad que Dios me
promete, de manera concreta como sacerdote. Sé que puedo ser feliz en esta
vocación, porque conozco muchos sacerdotes que son felices en su ministerio y
así como ellos pueden entregarse desinteresadamente por los demás y en esto
encuentran su felicidad, a ejemplo del mismo Cristo, así también me veo
plenamente feliz y realizado en esta vocación a la que Dios me ha llamado y en
la cual Él mismo me va dando las herramientas necesarias para hacer lo que Él
me pide de la mejor manera y con aspiraciones a grandes frutos espirituales y
también, por qué no, materiales.
Finalmente con el
trabajo de esta ficha vocacional n°3 he podido hacer una mirada introspectiva y
a la vez que me he interrogado con las preguntas propuestas en el material, he
podido responderme a mí mismo sobre la importancia de tener claro un propósito
en la vida, y una vez concretado el propósito, preguntarme si estoy dando los
pasos necesarios que me encaminen a esa realización.
En la lectura
espiritual de estos días he estado trabajando con la carta apostólica del papa
san Juan Pablo II “Mane nobiscum Domine”, sobre el año eucarístico que
aconteció en la vida de la Iglesia entre 2004 y 2005. El título de este breve
documento es la frase latina de la cita bíblica de Lc 24, 29 en la que los
discípulos de Emaús piden al Señor, una vez que le reconocen al partir el pan,
que se quede con ellos: “quédate con nosotros, Señor,…”. En la introducción de
esta carta apostólica, san Juan Pablo II precisa que “la Eucaristía es el
centro vital en torno al cual deseo que se reúnan los jóvenes para alimentar su
fe y su entusiasmo”. Pues bien, animado por estas palabras, me animo a
participar cada día con mayor piedad y fervor de la santa Misa, sabiendo que en
ella, como joven que soy y con la invitación del papa, puedo encontrar refugio
en la fe y el entusiasmo necesario para seguir adelante.
Efectivamente para
mí la recepción de la Sagrada Comunión es y debe ser siempre el oportuno
alimento espiritual que me anima y me da mayor fortaleza para crecer en la fe,
la esperanza y el amor. Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento
del Altar.
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