jueves, 7 de octubre de 2021

Todo de Dios III


La canción “Toma mi mano”, del grupo católico Alfarero, es un auténtico acto de fe y abandono en la voluntad del Señor. Esta canción me inspira a dejarlo todo en las manos de nuestro Dios. Pedirle que tome mi vida y la haga de nuevo es una constante invitación a dejarme moldear por el divino Alfarero: Jesús. Reconozco que es más fácil seguir el camino de la vocación si me dejo guiar por la mano de Aquel que conoce mi corazón y me ha llamado.

Los tres anhelos más importantes en mi vida son: en primer lugar cumplir satisfactoriamente con la misión que Dios me ha encomendado, es decir, responder a su llamado. En segundo lugar, en esa respuesta, darlo todo de mí, para dar gloria a Dios con mi vida entera, para sentir que soy útil a las personas, para sentirme colaborador de Dios en la salvación de las almas. Y en tercer lugar, anhelo alcanzar la santidad de vida a la que estoy invitado, como todos los cristianos. En definitiva los tres anhelos son: ser sacerdote, ser un sacerdote bueno, ser un sacerdote santo.

A nivel de estudios o de trabajo, en la actualidad, me gustaría seguir formándome oportunamente y aprovechando todas las circunstancias para crecer como persona en el aspecto laborar y su consecuente realidad de contacto con el prójimo. El trabajo dignifica y santifica, y los estudios también. Algo que no me gustaría estar haciendo a nivel de estudios o de trabajo, sería estar en el lugar incorrecto o equivocado, es decir, no me gustaría estudiar algo que no va en relación a mi propósito de vida y mucho menos trabajar en campos en los que no compagina mi llamado y mi formación, aun cuando todo trabajo honrado es bueno para glorificar a Dios, hay experiencias sin las cuales se puede seguir adelante. En pocas palabras, afortunadamente los pasos que he ido dando en este llamado de Dios han sido los más idóneos. Ahora en mi desempeño como docente de primaria puedo poner en práctica lo aprendido en años anteriores, y de igual manera estoy adquiriendo las herramientas necesarias para comprender las diferentes realidades de las personas, sus inquietudes, dificultades, propósitos, etc. y así poder brindar una ayuda.

En los próximos tres años espero adentrarme, con el favor de Dios, a la etapa final de mi formación en el Seminario, para luego recibir la ordenación diaconal y sacerdotal, que es para lo cual me vengo preparando desde hace ya diez años atrás. Metas a lograr en este trienio sería evidentemente la culminación de mis estudios teológicos y todos los pasos que la Etapa Configurativa propone para los candidatos al sacerdocio, como la recepción de los ministerios del lectorado y el acolitado.

Mi vida dentro de 20 años la vislumbro como una vida madura, serena y alegre, en el servicio que me toque desempeñar para ese momento. No puedo pensar en  el futuro sin mirar al pasado, sólo así sabré que según los pasos que he dado en el camino ya recorrido, voy directo al fiel cumplimiento de la voluntad de Dios y mi plena realización como persona y como cristiano. Pensar en el futuro me hace reflexionar sobre el presente, y puedo así comprender que desde ahora debo vivir según aquello que quiero alcanzar.

Muchas personas han influido en vida. De todas estas podría mencionar tres. En primer lugar mi madre, quien me ha demostrado todo su amor y apoyo incondicional en las diferentes etapas de mi vida. De ella he aprendido el valor de la responsabilidad y la perseverancia. En segundo y tercer lugar se encuentran dos reconocidos jerarcas de la Iglesia Católica: el papa emérito Benedicto XVI y el cardenal de mi ciudad en Venezuela, Baltazar Porras. De ellos he aprendido que el seguimiento de Jesús está sembrado de múltiples realidades de diversa índole, como los estudios, los cargos a desempeñar, las circunstancias socioculturales propias de cada época, entre otras. El papa emérito me impresiona con su ejemplo de humildad, así como su notable labor teológica en favor de toda la Iglesia. El cardenal Porras, a quien he conocido personalmente, me estimula a cultivar el orden, la disciplina, el interés por las personas, el estudio y la formación integral que todo sacerdote debería tener para responder con mejor actitud y aptitud a las problemáticas del mundo actual.

Ahora mismo pienso que una de las cosas o circunstancias que pudieran impedirme alcanzar mis anhelos sería una repentina enfermedad o una discapacitación física a causa de un accidente. Fuera de esto no veo claro qué otra realidad podría impedirme seguir adelante, pues sé que toda dificultad que se presente está puesta por Dios para ser superada con su ayuda.

Al describir mi vida como un camino, evidentemente el final será la meta más importante a alcanzar, y en este sentido, mi meta es la de todo bautizado, llegar al cielo. Durante ese camino habrán muchas otras pequeñas metas, que no serán sino un estímulo para seguir adelante. Reconozco que de acuerdo a como ande por el camino de la vida llegaré mejor o no a la meta final. Pero también sé que animado por los pensamientos de los santos puedo vivir aquí en la tierra un anticipo del cielo que me espera, como bien lo manifestó en santo cura de Ars, para quien el sacerdocio era vivir el cielo en la tierra.

Breve reflexión de Lc 4, 16-21. En este pasaje evangélico el Señor se encuentra en su tierra Nazaret, el sábado va a la sinagoga y luego de leer un pasaje de Isaías manifiesta a los presentes que dicha profecía se cumplía en él. Este texto leído por Jesús y comentado por él mismo revela sus ideales de compromiso con el hombre. En primer lugar Jesús manifiesta que el Espíritu de Dios está sobre él, es decir, que se reconoce a sí mismo como enviado de Dios, más concretamente como su Hijo. Luego reconoce que ha sido ungido para llevar el evangelio a los pobres, evangelio que es la buena nueva de la liberación de la esclavitud del pecado. Jesús resalta la liberación de los cautivos y oprimidos y la vista de los ciegos y un año de gracia del Señor, es decir, que todas las dificultades concretas por las cuales pasa la humanidad, son enmendadas y restituidas en Cristo y por su misión evangelizadora que tiene su culmen en la pasión, muerte y resurrección. El compromiso de Cristo con el hombre se manifestó en su servicio al pueblo, servicio que pasó por obrar milagros y enseñarles con parábolas y con su propio ejemplo cómo debían comportarse para ser mejores personas y agradar a su Padre Dios, esta es la pedagogía divina.

La lectura de este texto de Lucas, así como los fragmentos de los comentarios del Santo Padre Francisco encontrados en esta ficha vocacional n°3 me ayudan a reflexionar sobre el verdadero sentido del servicio y cómo debe ser entendido éste dentro del ambiente eclesiástico. El Papa es muy claro a la hora de afirmar que el servicio es también un poder, el poder de ayudar desinteresadamente a las personas, sabiendo que así encontramos el sentido de nuestra vida y a su vez podemos vivir la vida con un sentido concreto. A la luz del texto evangélico y de los comentarios del Papa puedo concluir que el servicio para el cual me debo preparar debe estar centrado en la incansable búsqueda de la santificación de las almas, que no es otra cosa que llenar a las personas de Dios, de su palabra y sobre todo ayudarles en el camino de la santificación con la administración de los sacramentos. Teniendo esto muy claro, podemos dar el segundo paso, es de luchar contra las injusticias que se viven en la sociedad, como la pobreza, la discriminación, la apatía por las cosas espirituales, entre otras tantas. Comprendo que mi servicio debe ir primero orientado en infundir en las almas el deseo por el Reino de Dios, para que así éstas puedan llevar a sus hogares o lugares de trabajo lo hermoso de vivir con Dios en el corazón.

En relación a lo que realmente me haría feliz puedo afirmar que muchas cosas pueden hacerme feliz, desde lo más humano o terrenal, pero sólo aspiro a la felicidad que Dios me promete, de manera concreta como sacerdote. Sé que puedo ser feliz en esta vocación, porque conozco muchos sacerdotes que son felices en su ministerio y así como ellos pueden entregarse desinteresadamente por los demás y en esto encuentran su felicidad, a ejemplo del mismo Cristo, así también me veo plenamente feliz y realizado en esta vocación a la que Dios me ha llamado y en la cual Él mismo me va dando las herramientas necesarias para hacer lo que Él me pide de la mejor manera y con aspiraciones a grandes frutos espirituales y también, por qué no, materiales.

Finalmente con el trabajo de esta ficha vocacional n°3 he podido hacer una mirada introspectiva y a la vez que me he interrogado con las preguntas propuestas en el material, he podido responderme a mí mismo sobre la importancia de tener claro un propósito en la vida, y una vez concretado el propósito, preguntarme si estoy dando los pasos necesarios que me encaminen a esa realización.

En la lectura espiritual de estos días he estado trabajando con la carta apostólica del papa san Juan Pablo II “Mane nobiscum Domine”, sobre el año eucarístico que aconteció en la vida de la Iglesia entre 2004 y 2005. El título de este breve documento es la frase latina de la cita bíblica de Lc 24, 29 en la que los discípulos de Emaús piden al Señor, una vez que le reconocen al partir el pan, que se quede con ellos: “quédate con nosotros, Señor,…”. En la introducción de esta carta apostólica, san Juan Pablo II precisa que “la Eucaristía es el centro vital en torno al cual deseo que se reúnan los jóvenes para alimentar su fe y su entusiasmo”. Pues bien, animado por estas palabras, me animo a participar cada día con mayor piedad y fervor de la santa Misa, sabiendo que en ella, como joven que soy y con la invitación del papa, puedo encontrar refugio en la fe y el entusiasmo necesario para seguir adelante.

Efectivamente para mí la recepción de la Sagrada Comunión es y debe ser siempre el oportuno alimento espiritual que me anima y me da mayor fortaleza para crecer en la fe, la esperanza y el amor. Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.

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