“TERRORISMO
VISUAL”
Imagen referencial presente en la web, lo que indica que la práctica es más común de lo que se cree.
El
Diccionario de la Lengua Española explica sobre el terrorismo, en su segunda acepción,
que es una “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”, y
quiero dejar clara la definición del término en uso para poder justificar por
qué lo utilicé en el subtítulo de este comentario.
El
año pasado mientras caminaba como de costumbre de mi casa al colegio donde
trabajo vi un enorme cartel que aquí le llaman gigantografía, de proporciones
industriales, ubicado en una calle cercana al cementerio general de la ciudad
de Ayacucho. Dicho material visual contenía un mensaje que yo no dudé en
catalogar desde el primer momento en que lo leí como “terrorismo visual”, y es
que, entre otras cosas, apuntaba en letras mayúsculas y rojas que “TODO DELINCUENTE QUE SEA CAPTURADO SERÁ LINCHADO”
y en otros párrafos considerablemente más pequeños al anterior se advertía que
a quien fuese capturado delinquiendo sería entregado a la policía.
El primer mensaje me dejó impactado por varios días. Cada vez que pasaba por ahí,
volteaba la mirada para darme cuenta de lo que realmente decía, porque no
pasaba a creerlo. En oportunidades me hacía el propósito de no mirar para no
mortificarme, pero era inútil, y peor me fue aun cuando descubrí que al final
de dicha calle habían colocado otro cartel idéntico, de modo que ya no era uno
solo, sino dos enormes gigantografías incitando a la violencia desmedida, la
anarquía y el terrorismo “comunal”.
Pasaban
los días y yo seguía dándole vueltas al asunto. Quería hacer algo, necesitaba
hacer algo para contrarrestar una barbaridad tan catastrófica y anticristiana. Lo
primero que hice fue conversar con mis alumnos, ya que muchos de ellos viven
por la zona. Primero les pregunté si habían visto el cartel, y fueron pocos los
que se habían enterado. Luego les pregunté si estaba bien o mal poner algo así
en la calle, y la respuesta de la mayoría fue desaprobatoria. A través de
reflexiones y sin tratar de imponerles mi manera de pensar, llegamos todos a la
conclusión de que era un acto que incitaba a la violencia, por lo que era
reprobable.
Pero
no era suficiente con conversar con mis alumnos. Era necesario ir más allá, y
recordé que justo en frente de donde estaba ubicado uno de los anuncios violentos
de vereda a vereda vivía una señora conocida que frecuentaba la iglesia, con la
cual ya había tenido algún tipo de confianza en oportunidades anteriores, por
lo que me atreví a hacerle algunas preguntas sobre el tema. La señora negó
saber quiénes habían puesto eso allí, pero aseguró que fue una decisión
comunitaria en la que participaron varios de los habitantes de esa calle en
particular, al parecer cansados de sufrir robos y buscando tomar la justicia en
sus manos. Finalmente cuestioné a la señora si desde nuestra fe católica ese
acto era bueno o malo, a lo que respondió sin titubear que era un acto inmoral,
malo, negativo, que incitaba a la violencia, un acto desmedido, un error, una
falla de raciocinio de todos aquellos a quienes se les ocurrió la desastrosa idea
de acabar con la delincuencia con un anuncio violento, es decir, acabar con la
delincuencia con más delincuencia, ¡qué absurdo y ridículo!
Cuando
parecía que yo ya estaría conforme, recordé que en el Perú existen leyes que
normalmente se hacen cumplir, por lo que me pregunté si en la municipalidad
distrital habrían dado algún tipo de permiso o habrían sabido de la colocación
de dicho material visual violento en plena calle, y así me dirigí presuroso
hasta el local de gobierno del distrito para averiguar un poco. En el distrito
la atención fue buena, una recepcionista me escuchó con esmero, manifestó no
saber de la existencia del cartel y me invitó a poner por escrito mi duda o
reclamo, y como era viernes, me indicó que sería llamado el lunes siguiente para
ser atendido personalmente por algún funcionario público al que le
correspondiese tratar un caso como el que yo exponía.
Pasó
ese fin de semana y el día lunes no fui llamado, ni el martes, ni el miércoles.
La decepción se aproximaba, pues mi objetivo era hacer caer en la cuenta de que
esto estaba mal y había que quitarlo de inmediato. El día jueves en la mañana,
cuando pasaba caminando para ir a trabajar, me fijé que el cartel violento ya
no estaba, había sido roto por mitad y ambas partes colgaban en cada uno de los
extremos desde donde había sido sujetado. Un sentimiento de orgullo y satisfacción
corrió por mi mente. Había logrado mi objetivo, quitar de la calle un anuncio
de terrorismo visual. Pero, ¿realmente fui yo el promotor de que quitaran ambos
anuncios violentos? Me surge la duda
porque en realidad nunca regresé a la municipalidad distrital para preguntar
sobre el asunto y tampoco fui llamado, además de saber que por esa calle entran
y salen con cierta periodicidad algunos camiones de carga que, a juzgar por sus
alturas, pudieron haber sido los responsables de la rotura en dos de los anuncios
violentos, pues al intentar pasar por la calle, de seguro les estorbaba y
tuvieron que deshacerse de ellos.
Como
profesor, no podía soportar la idea de que mensajes tan abominables se
presentasen en plena calle como si nada. Pensaba en que eso afectaría la
educación de los niños, porque crecerían con la conciencia de que al que hace
algo malo hay que matarlo, asesinarlo a sangre fría, porque eso es lo que significa
la palabra “linchar”, ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un sospechoso o
a un reo.
Es
conocido también que en algunos lugares han prendido fuego a los que la gente
misma ha capturado infraganti. Sé que la rabia y la desesperación es muy grande
cuando somos víctimas de la delincuencia, yo mismo lo he sido en varias
oportunidades, pero eso no justifica que matar deje de ser un grave pecado y un
delito.
Algunos
días después, nos enteramos de que una señora carnicera apuñaló a un perrito de
la calle que le robó un pedazo de carne de su local. Toda la ciudad se
pronunció en rechazo del acto, hubo marchas en protesta, diciendo no al
maltrato animal, pero nadie protestó como debería por la ubicación de un anuncio
violento en plena calle, ¿acaso eso lo ven con normalidad? No puede ser. La violencia
genera más violencia, al mal hay que acabarlo a fuerza de bien.
¿Qué
propondría yo en vez de gastar dinero en carteles violentos y además con errores
ortográficos? Destinar los esfuerzos de la comunidad en la colocación de varias
cámaras de seguridad que puedan captar a los delincuentes, muchos de los cuales
se trasladan en motos, para que así puedan ser rastreados por la policía. Me parece
que es una solución un poco más razonable, pues se colabora con la justicia,
más no se la toma en las manos desproporcionadamente. A nadie hay que hacer lo
que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros. Hay que usar más la cabeza y
menos las vísceras.
“Bienaventurados
los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. (Mt 5,
9)
P.A
García
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