CARTA A NUESTROS
HERMANOS RECLUSOS
Queridos hermanos reclusos, por medio de este breve texto
quiero darles a conocer el mensaje del Evangelio, específicamente en su
realidad de privados de libertad. Sabemos que entre ustedes hay,
lamentablemente, todo tipo de personas, que por la sociedad son considerados “anti-sociales”:
homicidas, extorsionadores, drogadictos, agresores familiares, ladrones, etc…
es necesario que comprendan de una vez que Cristo también derramó su preciosa
sangre por cada uno de ustedes. El Señor, es conocedor de nuestra intimidad,
siempre nos mira con ojos de misericordia, sabiendo que algunos están
arrepentidos y otros no, tomando en cuenta también a los que realmente son
inocentes de lo que se les acusa.
Es necesario que comprendamos que la justicia de los
hombres, es la consecuencia de nuestros actos, es decir, todo lo que en la vida
realizamos, consciente o inconscientemente, tiene sus consecuencias buenas o
malas. Sabiendo que ustedes están privados de libertad a causa de sus actos,
les anuncio que en Cristo encontramos el sentido del sufrimiento humano, ya que
él también sufrió por nuestra salvación, a causa de nuestros pecados.
Para ustedes, dentro de su sufrimiento por haber hecho el
mal, existe una esperanza salvadora, que es el arrepentimiento sincero. Dios
acoge a sus hijos rebeldes y los perdona, como el la parábola del hijo pródigo;
incluso aquellos que no desean volver a él, los espera incansablemente. Comprendan
que la libertad verdadera es aquella que nos impulsa a hacer el bien, por su
parte la esclavitud es la que nos mantiene sumergidos en el pecado, en el
error.
Los exhorto ahora a vivir una vida de recogimiento y de
entrega al servicio de Dios, desde su realidad, sabiendo que en medio de sus
días deben cultivar el amor y la alegría manifestándola con su buen
comportamiento y sus buenas acciones para con los otros.
Les recuerdo, con palabras llenas de caridad que Dios no los
ha castigado a ustedes por sus malas acciones, les repito, lo que ahora sufren
es consecuencia de sus actos, sin embargo, nuestra Iglesia Católica ora
incesantemente por la conversión de los pecadores y el arrepentimiento sincero,
y los acoge en sus entrañas de misericordia.
Me despido de ustedes, deseándoles bendiciones de parte de
Dios, y entregándole por Madre a la Santísima Virgen María, la Madre de Dios y
Madre nuestra, auxilio de los cristianos y poderoso consuelo de los afligidos.
“Por mi vida, dice el Señor, no me complazco en la muerte de
pecador, sino en que cambie su conducta y viva”
P.A
García
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