CATÁSTROFE EN LA PLAYA
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Panorámica de La Playa en 2015 |
Dice la leyenda, que viviendo en el sitio un rico español
encomendero, propietario de una casa de posada, se negó a darle alojamiento a
un sacerdote que venía de la Ciudad de Mérida, rumbo a Pamplona o a Santa Fe de
Bogotá, ante semejante sacrílega actitud, el pastor de Cristo, maldijo al
citado señor y el castigo divino se dejó sentir a las pocas horas de camino del
viajero, cuando ante su mirada aterrorizada vio depositarse una tromba marina
en la cadena occidental del asentamiento español y minutos después un ruido
espantoso que originaba la mole orográfica en su descomunal recorrido hacia el
valle; desgarradores gritos de espanto y dolor, ladridos de perros, y bramar
del ganado cruzó los cielos de norte a sur y de este a oeste, y a los pocos
minutos el firmamento quedó cubierto de una nube negra de polvo y humo y un
silencio sepulcral y más luego el dantesco fenómeno de la represa del Zarzales
que viene a cubrir de agua lo poco que quedó fuera del alcance del
deslizamiento, allí en el mismo sitio, soportando millones de toneladas de
rocas reposan en la paz del Señor, el encomendero Ochoa, su mujer, sus hijos,
los indios encomendados y sus tesoros. Cuentan nuestros antepasados que de vez
en cuando se oyen los lamentos de las almas en penas y ladridos de perros en el
sitio.
En resumen, aquí se presenta en primer
plano el “rico español encomendero”, que niega su casa a un “Sacerdote”, ante
esta actitud el “Sacerdote” maldice a aquel hombre y como consecuencia sus
tierras y riquezas quedan sepultadas bajo tierra y agua. Es curioso que, tanto
en este primer relato, como en el segundo que ya se verá, la catástrofe ocurre
en horas de la noche, ya que es de suponer que el sacerdote pide posada porque
estaría ya anocheciendo en el momento en el que llegaba a la casa del español. En
los relatos originales sobre el fenómeno en cuestión, Fray Pedro Simón pone
hora específica al momento en que la tierra se empezó a mover y el cerro voló,
eran las tres de la tarde, con lo cual se halla la más notable incoherencia del
relato con la realidad, pero esto es aceptable, puesto que se trata de una
leyenda.
En la segunda
versión, se puede encontrar un relato más elaborado, lleno de detalles, aunque
en principio se trata del mismo escenario y posibles personajes, hace un ligero
cambio de los mismos, sin embargo, trata de explicar, al igual que la primera
leyenda, el fenómeno de la formación de La Playa. Esta segunda versión se toma
del Geógrafo José Herrera:
En tiempos pasados solo había un sacerdote en Bailadores
para asistir los actos religiosos de El Páramo de Mariño, La Playa, Guaraque,
teniendo que caminar o andar en mula grandes distancias e incluso, por varios
días, para confesar y dar los Santos Óleos a los enfermos moribundos. Sucedió
que un día el sacerdote fue buscado por un muchacho del Páramo de Mariño, para
asistir a un señor moribundo que no terminaba de fallecer hasta tanto no fuera
confesado y recibir la Sagrada Extremaunción. Al día siguiente, en las horas de
la madrugada partieron el padre y el muchacho a acompañados por un sacristán,
cabalgando dos mulas y un caballo, recorriendo largos caminos durante más de
ocho horas, para llegar a la casa del enfermo pasadas las 3 de la tarde,
confesándolo y dándole la extremaunción. Después de haber comido y reposado el
sacerdote emprendió el regreso a Bailadores, por otro camino más largo que lo
conduciría a La Playa y que le permitiría quedarse y dormir en la finca de Las
Barrancas, propiedad del rico hacendado ya mencionado, ya que por el camino que
hizo el recorrido anterior durante un día, no le daba tiempo suficiente para
llegar a Bailadores con buena claridad. Así fue, el sacerdote, llegó
anocheciendo a la finca de Las Barrancas, donde fue muy bien recibido por la
familia y los peones de la finca, y le prepararon una suculenta cena compuesta
de varios potajes y excelente vino. Sirvieron la cena con la familia y el
mayordomo de la finca e iniciaron los comentarios respectivos a las siembras y
cosechas, enfermedades, religión y los bienes que poseía, saliendo a relucir la
gran riqueza del hacendado, con cofres o baúles repletos de morocotas de oro y
joyas, que según cuentan, las hormigas y los bachacos, movían las monedas
dentro del cuarto destinado para guardarlas. Durante la amena conversación
introductoria para la cena, el sacerdote preguntó al rico hacendado como hizo
para acumular tantas riquezas y sobretodo las costosas morocotas de oro,
respondiéndoles, que todo aquello era el fruto de su esfuerzo, tesón y trabajo
durante muchos años; continuó diciendo “mire padre, mi riqueza es tan grande
que ni Dios me la puede quitar”, situación que hizo parar al sacerdote de la
mesa y dijo sabiamente, que había olvidado dar la confesión a un enfermo en La
Playa, por lo que debía seguir su camino en la noche. El hacendado trató de
persuadirlo, sobre lo peligroso del camino en la noche, el sacerdote insistió
en continuar y sin tomar ni siquiera un bocado de la gran comida, ensillaron
las mulas y junto con el sacristán abandonaron la finca pasadas las 8 de la
noche. Después de varias horas de recorrido montaña abajo, estando ya en los
predios de La Playa Arriba, escucharon un ruido ensordecedor de gran estruendo,
era un gran terremoto que desgajaba el Cerro las Barrancas arrastrado lo que
encontraba a su paso, asentándose en la mitad del valle u chocando con la
vertiente contraria del río Mocotíes, para dar origen a los terrenos de la
finca El Volcán entre Tovar y La Playa desapareciendo los terrenos de Las
Barrancas, junto con familia, peones y morocotas, transformando este bello
paisaje ondulado de páramo a unas tierras quebradas con zanjones, que es en
realidad los terrenos que hoy día conocemos de la finca Las Barrancas.[1]
Como
ya se mencionó al analizar el primer relato, este segundo también ubica la hora
de la catástrofe ya entrada la noche. Es de resaltar que, a diferencia del
primero, el sacerdote si es aceptado en la casa, pero por cuestiones de ofensas
a la religión decide no quedarse. En los dos relatos la constante es la
“riqueza del hacendado español” y el castigo de Dios por su orgullo y
arrogancia, dejando entrever que, bajo el suelo de La Playa hay una gran
riqueza, representada en oro y materiales de lujo que posiblemente tuvo en su
casa este hombre desdichado.
La
incoherencia más notoria de este segundo relato es que, narrando la formación
de La Playa ya se nombra dentro del cuento como un lugar geográfico determinado
a La Playa, es decir, se supone que el relato quiere dar origen a La Playa,
pero resulta que para el mismo relato ya La Playa existía, pues era el lugar
hacia donde se dirigió el sacerdote para atender a un moribundo después del
Páramo de Mariño, pero como se dijo anteriormente, se trata de una leyenda, por
eso se respeta la imaginación de quienes la han mantenido viva en sus vidas.
Lo
cierto de todo esto es que, para las dos versiones de la leyenda, y para los
relatos de Fray Pedro Simón sobre el terremoto de 1610, es cierto que debajo
del cerro asentado quedaron atrapados algunos españoles e indios, en una casa
que pudo haber sido una rica hacienda de maíz, tabaco y ganado.
P.A
García
[1]
Herrera, J. (2006) La Playa entre Tovar y Bailadores. Costumbres, origen y algo más. Mérida
Venezuela. Fondo Editorial El Cobijo. (p.p. 13-15).
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