sábado, 2 de noviembre de 2019

Sobre una leyenda playense en dos versiones

CATÁSTROFE EN LA PLAYA

Panorámica de La Playa en 2015
El playense, en su vivencia cotidiana ha encontrado la manera de dar explicación al fenómeno de 1610, por ello ha sobrevivido una misma leyenda, pero con dos versiones, que se aproximan a ser un relato coloquial de lo sucedido, donde se mezclan datos verídicos con pensamientos de la piedad cristiana. La primera versión de la leyenda la proporciona para este estudio Miguel Vivas, la cual indica:

Dice la leyenda, que viviendo en el sitio un rico español encomendero, propietario de una casa de posada, se negó a darle alojamiento a un sacerdote que venía de la Ciudad de Mérida, rumbo a Pamplona o a Santa Fe de Bogotá, ante semejante sacrílega actitud, el pastor de Cristo, maldijo al citado señor y el castigo divino se dejó sentir a las pocas horas de camino del viajero, cuando ante su mirada aterrorizada vio depositarse una tromba marina en la cadena occidental del asentamiento español y minutos después un ruido espantoso que originaba la mole orográfica en su descomunal recorrido hacia el valle; desgarradores gritos de espanto y dolor, ladridos de perros, y bramar del ganado cruzó los cielos de norte a sur y de este a oeste, y a los pocos minutos el firmamento quedó cubierto de una nube negra de polvo y humo y un silencio sepulcral y más luego el dantesco fenómeno de la represa del Zarzales que viene a cubrir de agua lo poco que quedó fuera del alcance del deslizamiento, allí en el mismo sitio, soportando millones de toneladas de rocas reposan en la paz del Señor, el encomendero Ochoa, su mujer, sus hijos, los indios encomendados y sus tesoros. Cuentan nuestros antepasados que de vez en cuando se oyen los lamentos de las almas en penas y ladridos de perros en el sitio.

         En resumen, aquí se presenta en primer plano el “rico español encomendero”, que niega su casa a un “Sacerdote”, ante esta actitud el “Sacerdote” maldice a aquel hombre y como consecuencia sus tierras y riquezas quedan sepultadas bajo tierra y agua. Es curioso que, tanto en este primer relato, como en el segundo que ya se verá, la catástrofe ocurre en horas de la noche, ya que es de suponer que el sacerdote pide posada porque estaría ya anocheciendo en el momento en el que llegaba a la casa del español. En los relatos originales sobre el fenómeno en cuestión, Fray Pedro Simón pone hora específica al momento en que la tierra se empezó a mover y el cerro voló, eran las tres de la tarde, con lo cual se halla la más notable incoherencia del relato con la realidad, pero esto es aceptable, puesto que se trata de una leyenda.

En la segunda versión, se puede encontrar un relato más elaborado, lleno de detalles, aunque en principio se trata del mismo escenario y posibles personajes, hace un ligero cambio de los mismos, sin embargo, trata de explicar, al igual que la primera leyenda, el fenómeno de la formación de La Playa. Esta segunda versión se toma del Geógrafo José Herrera:

En tiempos pasados solo había un sacerdote en Bailadores para asistir los actos religiosos de El Páramo de Mariño, La Playa, Guaraque, teniendo que caminar o andar en mula grandes distancias e incluso, por varios días, para confesar y dar los Santos Óleos a los enfermos moribundos. Sucedió que un día el sacerdote fue buscado por un muchacho del Páramo de Mariño, para asistir a un señor moribundo que no terminaba de fallecer hasta tanto no fuera confesado y recibir la Sagrada Extremaunción. Al día siguiente, en las horas de la madrugada partieron el padre y el muchacho a acompañados por un sacristán, cabalgando dos mulas y un caballo, recorriendo largos caminos durante más de ocho horas, para llegar a la casa del enfermo pasadas las 3 de la tarde, confesándolo y dándole la extremaunción. Después de haber comido y reposado el sacerdote emprendió el regreso a Bailadores, por otro camino más largo que lo conduciría a La Playa y que le permitiría quedarse y dormir en la finca de Las Barrancas, propiedad del rico hacendado ya mencionado, ya que por el camino que hizo el recorrido anterior durante un día, no le daba tiempo suficiente para llegar a Bailadores con buena claridad. Así fue, el sacerdote, llegó anocheciendo a la finca de Las Barrancas, donde fue muy bien recibido por la familia y los peones de la finca, y le prepararon una suculenta cena compuesta de varios potajes y excelente vino. Sirvieron la cena con la familia y el mayordomo de la finca e iniciaron los comentarios respectivos a las siembras y cosechas, enfermedades, religión y los bienes que poseía, saliendo a relucir la gran riqueza del hacendado, con cofres o baúles repletos de morocotas de oro y joyas, que según cuentan, las hormigas y los bachacos, movían las monedas dentro del cuarto destinado para guardarlas. Durante la amena conversación introductoria para la cena, el sacerdote preguntó al rico hacendado como hizo para acumular tantas riquezas y sobretodo las costosas morocotas de oro, respondiéndoles, que todo aquello era el fruto de su esfuerzo, tesón y trabajo durante muchos años; continuó diciendo “mire padre, mi riqueza es tan grande que ni Dios me la puede quitar”, situación que hizo parar al sacerdote de la mesa y dijo sabiamente, que había olvidado dar la confesión a un enfermo en La Playa, por lo que debía seguir su camino en la noche. El hacendado trató de persuadirlo, sobre lo peligroso del camino en la noche, el sacerdote insistió en continuar y sin tomar ni siquiera un bocado de la gran comida, ensillaron las mulas y junto con el sacristán abandonaron la finca pasadas las 8 de la noche. Después de varias horas de recorrido montaña abajo, estando ya en los predios de La Playa Arriba, escucharon un ruido ensordecedor de gran estruendo, era un gran terremoto que desgajaba el Cerro las Barrancas arrastrado lo que encontraba a su paso, asentándose en la mitad del valle u chocando con la vertiente contraria del río Mocotíes, para dar origen a los terrenos de la finca El Volcán entre Tovar y La Playa desapareciendo los terrenos de Las Barrancas, junto con familia, peones y morocotas, transformando este bello paisaje ondulado de páramo a unas tierras quebradas con zanjones, que es en realidad los terrenos que hoy día conocemos de la finca Las Barrancas.[1]

         Como ya se mencionó al analizar el primer relato, este segundo también ubica la hora de la catástrofe ya entrada la noche. Es de resaltar que, a diferencia del primero, el sacerdote si es aceptado en la casa, pero por cuestiones de ofensas a la religión decide no quedarse. En los dos relatos la constante es la “riqueza del hacendado español” y el castigo de Dios por su orgullo y arrogancia, dejando entrever que, bajo el suelo de La Playa hay una gran riqueza, representada en oro y materiales de lujo que posiblemente tuvo en su casa este hombre desdichado.

         La incoherencia más notoria de este segundo relato es que, narrando la formación de La Playa ya se nombra dentro del cuento como un lugar geográfico determinado a La Playa, es decir, se supone que el relato quiere dar origen a La Playa, pero resulta que para el mismo relato ya La Playa existía, pues era el lugar hacia donde se dirigió el sacerdote para atender a un moribundo después del Páramo de Mariño, pero como se dijo anteriormente, se trata de una leyenda, por eso se respeta la imaginación de quienes la han mantenido viva en sus vidas.

         Lo cierto de todo esto es que, para las dos versiones de la leyenda, y para los relatos de Fray Pedro Simón sobre el terremoto de 1610, es cierto que debajo del cerro asentado quedaron atrapados algunos españoles e indios, en una casa que pudo haber sido una rica hacienda de maíz, tabaco y ganado.
P.A
García



[1] Herrera, J. (2006) La Playa entre Tovar y Bailadores. Costumbres, origen y algo más. Mérida Venezuela. Fondo Editorial El Cobijo. (p.p. 13-15).

No hay comentarios:

Publicar un comentario