VEN-PERÚ

En la noche del lunes 16 de noviembre
de 2020 preparé mi maleta para el largo viaje que me esperaba. Después de
organizar la habitación, dejando todo en orden, sobre todo la biblioteca con 1.830
libros que tengo en mi casa, llamé por teléfono a mi primo Alexander Pereira,
para pedirle el favor de llevarme en su moto hasta el Terminal de Tovar en la
madrugada del 17 de noviembre. Afortunadamente la moto de Alexander tenía
suficiente gasolina y no dudó en comprometerse a llevarme. El martes 17 me
levanté a las 4:00 a.m. para prepararme, desayunar y estar listo a las 4:45
a.m. cuando Alexander pasara buscándome. Habíamos quedado a esa hora para poder
salir en el primer bus hasta El Vigía. Conforme a lo planeado, a las 4:45 a.m.
me despedí de mamá frente a mi casa en Las Delicias de La Playa, traté de
hacerlo lo más rápido posible para evitar las lágrimas. Alexander pensaba que
yo iba de retiro espiritual a San Cristóbal, pues fue la razón que le di, por
eso al dejarme en Tovar se comprometió a buscarme cuando estuviera de regreso.
Lo tendré en cuenta.
De Tovar tomé un bus hasta El Vigía, de
ahí hasta La Tendida, y luego hasta San Cristóbal, donde me esperaba mi buen
amigo José Gregorio Parra, con quien había compartido dos años en el seminario menor
de los Legionarios de Cristo en Mérida. Parra se había comprometido conmigo
para ayudarme a pasar hasta Cúcuta y encaminarme en el viaje. Como es bien
sabido, las fronteras están cerradas por el tema de la Pandemia del Covid-19,
sin embargo, no podía retrasar ni un día más mi viaje al Perú.
El martes 17 de noviembre pernocté en
la casa de Parra en el sector “Campo C”, cerca de San Cristóbal. Al día
siguiente salimos en la mañana para San Antonio del Táchira y apenas estando en
Capacho fuimos detenidos por una mujer policía, quien nos mandó a parar para
preguntarnos por qué nos trasladábamos, si estaba prohibido. El chofer del
carro particular en que viajábamos tuvo que darle 30 mil pesos a la funcionaria
pública para que nos dejara pasar, pero por cuestiones de derrumbes por las
lluvias, no pudimos llegar en horas de la mañana a San Antonio, por lo que nos
devolvimos para San Cristóbal pensando intentar nuevamente en la tarde. Esa
mañana, cuando regresábamos por el derrumbe, desayunamos en un restaurante que
está frente a la famosa “Hacienda La Mulera”, lugar donde nació el general Juan
Vicente Gómez. Volvimos en la tarde y ya el paso estaba arreglado. Me despedía de
Venezuela en medio de un ejemplar caso de corrupción.
En la tarde del miércoles 18 de
noviembre llegamos a San Antonio del Táchira. Durante el trayecto pudimos
evitar cancelar en diferentes alcabalas, pues yo viajaba vestido de negro y con
camisa clerical, por lo que los funcionarios nos dejaban pasar sin siquiera
requisar el vehículo, sólo era necesario bajar el vidrio y hacer una profunda
venia desde el carro, venia que era correspondida desde afuera por los
uniformados. Al primer oficial que nos conseguimos (la mujer policía) la
catalogué de corrupta desvergonzada por cobrarnos 30 mil pesos; a los
siguientes oficiales que nos dejaron el paso libre, los vi como honorables
servidores de la patria, no sin antes desearles el mejor de los éxitos en sus
vidas e imaginándome hablando con ellos sobre la manera correcta de ejercer sus
trabajos, que se resume en dos palabras: no robar.
En San Antonio del Táchira no estaba
habilitado el paso peatonal por el “Puente Internacional Simón Bolívar”, por lo
que debíamos cruzar a Cúcuta a través de las famosas “trochas”. Antes ya había
escuchado los comentarios sobre estos caminos, que eran muy peligrosos y se
debía pagar al menos 30 mil pesos por llevar maleta. Estas trochas son
controladas por los mismos habitantes de San Antonio, quienes han encontrado
una mina de oro en la parte de atrás de los solares de sus casas que, por
fortuna, colindan con el río que divide las dos hermanas repúblicas de Colombia
y Venezuela.
Nos ubicamos en una trocha llamada “La Platanera”, al llegar
había una cola de mil personas aproximadamente, todas esperaban pasar para
Colombia, tenían sus maletas en mano, muchos de ellos viajarían como yo. Se
corrió el rumor de que habían cerrado la trocha, y que al día siguiente en la
madrugada la volvían a abrir, falacia estratégica para despachar gente y así
hacer más cómodo el paso. Parra decidió que nos adelantáramos a todas aquellas
personas, para estar más cerca de la trocha. Así lo hicimos. Al llegar al lugar
de control había una gran multitud esperando pasar, la aglomeración era enorme,
todo estaba militarizado por la Guardia Nacional Bolivariana y por “civiles con
armas”, por no llamarlos de otra manera.
Mi amigo y yo nos ubicamos justo en frente del portillo que
regula el paso, allí estaba un militar con aspecto indígena (guajiro), al que
pedí ayuda para pasar, él me indicó que me esperara un momento a un lado para
hacerme pasar luego. De repente se armó un descontrol en aquel sitio y la gente
empezó a correr para cruzar el puesto de control, en ese momento pasaron unas
20 personas y yo intenté aprovechar la oportunidad, pero, como mi maleta estaba
muy pesada, no logré pasar a tiempo y quedé justo en frente de un jovencito de
unos 18 años con un arma de fuego, al que supliqué que me dejara pasar. Aquel
joven me miró con desprecio de pies a cabeza y apuntándome con su arma me
indicó el camino sin decirme palabra alguna. Pude pasar de último en aquel
despelote de gente. El corazón por poco se me salía del pecho, el último
venezolano que vi en mi patria Venezuela me había apuntado con una pistola.
Más adelante de aquel portillo estaba
la persona encargada de cobrar el paso por la trocha, al verme me pidió 30 mil
pesos, pero mi amigo Parra me había dicho que sólo llevara en el bolsillo un
billete de 2 mil pesos, que por “ser cura” me dejarían pasar por esa cantidad,
cosa que resultó ser cierta, por suerte. Dejé los dos mil pesos en la mano del
cobrador y continué mi camino por aquella irregular vía de tierra, rodeada de
plantas de caña, hasta llegar al río donde estaba un improvisado puente de
madera.
Al otro lado del puente había una gran multitud esperando
pasar para Venezuela con sus mercancías compradas en Cúcuta. Crucé aquel
angosto puente con mi maleta en la mano, consciente de que dejaba atrás a mi amado
país y me encaminaba a un mejor futuro. Algunas gotas del revoltoso río
lograron manchar mis zapatos negros. La noche anterior había llovido con fuerza
y el agua bajaba revuelta. Supuestamente habían fallecido cuatro personas
ahogadas mientras intentaban cruzar para Colombia.
De las personas que regresaban para
Venezuela por esta trocha, vi a una que tenía en su espalda una nevera, otra
cargaba una camilla clínica, otra un gran colchón matrimonial y así demás
objetos pesados y grandes. Llegamos a Cúcuta, y acompañé a mi amigo Parra a
hacer sus compras en el centro, él tenía que regresar a San Cristóbal esa misma
tarde, yo por mi parte debía tomar un bus para Bogotá, pero el tiempo se nos
fue volando y no nos dio chance de buscar mi bus ni de él regresar, por lo que
tuvimos que pernoctar esa noche del miércoles 18 de noviembre en casa de una
tía de Parra, en Cúcuta. Esa tarde busqué el dinero del viaje: 330 dólares, más
que suficientes.
En la mañana siguiente, jueves 19 de
noviembre, fuimos temprano al Terminal de Pasajeros de Cúcuta, allí compré mi
pasaje para Bogotá y salí esa misma mañana. Me despedí de Parra en el Terminal,
ahora estaba yo sólo y de ahí en adelante no iba a contar con la ayuda de nadie
para gestionar pasajes o preguntar destinos y economías, cosa que resultó menos
complicada de lo que me imaginaba, pues comprobé dos dichos: 1 hablando se
entiende la gente y 2 preguntando se llega a Roma.
En resumidas cuentas el viaje fue para
mí un paseo turístico. Lo disfruté al máximo, observando la naturaleza y siendo
consciente de que pasaba por lugares y ciudades históricas de Colombia, Ecuador
y Perú. El total de los kilómetros recorridos fue el siguiente:
Desde La Playa hasta San Antonio del Táchira (Venezuela):
200 km. Recorridos en una moto, tres buses y un carro particular. Pasando por
San Cristóbal.
Desde San Antonio del Táchira hasta Cúcuta: 11 km. a pie por
la trocha, y luego en bus. Pasando por caminos de tierra y barrios de clase
baja y alto nivel de peligrosidad.
Desde San José de Cúcuta hasta Santa Fe de Bogotá (Colombia):
556 km. en bus. Pasando por ciudades como Pamplona (que ya había conocido
antes), Chitagá, Málaga, Soatá, Duitama, Paipa, Tunja, Chocontá, hasta Bogotá. En
éste viaje fui al lado de un jovencito de Anaco (Oriente venezolano) que
viajaba con su familia hasta Cali, donde le esperaban otros familiares. Al
terminal de Bogotá llegué el viernes 20 de noviembre, en horas de la madrugada
y el frío era insoportable. Yo llevaba buen abrigo, bufanda, gorro y guantes.
El local donde desayuné era de comida venezolana.
Desde Bogotá hasta Ipiales (Colombia): 911 km. en bus.
Pasando por ciudades como Ibagué, Armenia, Tuluá, Cali, Popayán, Pasto, hasta
llegar a Ipiales que es la frontera de Colombia con el Ecuador. Fue un viaje
largo, pero interesante. Estaba sólo en un puesto para dos, pues la empresa no
permitía que los pasajeros estuvieran tan cerca, para evitar contagios de
Covid-19. A Ipiales llegué en la mañana del domingo 20 de noviembre, llovía.
Desde Ipiales hasta Tulcán (trocha): 11 km. recorridos en un
taxi desde Ipiales hasta la trocha y luego en una camioneta rústica desde la
trocha hasta la parada de taxis donde tomé uno hasta el terminal de Tulcán. En
la camioneta rústica fuimos un grupo de venezolanos en la parte de atrás, el
terreno estaba muy inestable, casi nos caíamos por las vueltas y tropiezos del
vehículo 4x4. El barro alcanzó nuestros rostros. Por un momento me sujetaron
fuerte para que no saliera disparado de la camioneta. Esta trocha se pasa con
un dólar.
Desde Tulcán hasta Huaquillas (Ecuador): 807 km. en bus.
Pasando por ciudades como Ibarra, Otavalo, Calderón, Quito, Machachi -desde
donde se puede ver el gran Volcán Corazón-, Latacunga, Ambato, Riobamba,
Cuenca, hasta el Cantón Huaquillas, que es la ciudad fronteriza entre el
Ecuador y el Perú. Allí también hacía frío. Este recorrido es rápido y se cruza
todo el Ecuador en un mismo bus. En Tulcán desayuné mientras conversaba con un
ex militar venezolano que viajaba hasta Guayaquil donde lo esperaba su esposa,
hijos y nietos.
Desde el Cantón Huaquillas hasta Tumbes (Trocha): 30km. en
una moto hasta la trocha y luego en un taxi hasta la agencia de viajes de
Tumbes. Pasando por la ciudad de Zarumilla. Aquí fue la segunda vez que un
policía nos pedía dinero para dejarnos pasar. El mototaxista dejó un dólar al
policía peruano para poder seguir el camino. En Tumbes, suelo peruano, ya
estaba más cerca del destino.
Desde Tumbes hasta Lima (Perú): 1.272km en bus. Pasando por
ciudades como Máncora, Piura, Chiclayo, Trujillo, Chimbote, entre otras
ciudades costeras del Perú hasta llegar al Gran Terminal Plaza Norte de Lima.
Este viaje fue muy largo porque el bus llevaba otras mercancías que fue
descargando a lo largo del trayecto. Fueron 24 horas en total. A Lima llegué el
23 de noviembre –cumpleaños de mi hermana Thalía- en la mañana, compré dos
libros (El Diario de Ana Frank y la Historia de One Direction) y empecé a leer
mientras se hacía la hora de salir para Ayacucho. En este terminal las medidas
de sanidad eran muy buenas, había suficientes empleados como para mantener
controlada a las personas mientras esperaban su turno de partida o mientras
compraban sus pasajes.
Desde el Cercado de Lima hasta Ayacucho-Huamanga: 560km. en
bus. Pasando por ciudades costeras del Perú hasta el deseado y esperado destino
final (supuestamente). Para un total de 4.188 km. desde mi pueblo de La Playa
hasta la ciudad de Ayacucho, Perú, donde ahora resido felizmente.
Parece mentira que haya recorrido casi toda Colombia, todo
el Ecuador y más de la mitad del Perú para llegar al lugar donde me esperaba mi
familia. Fue un largo viaje que concluyó el 24 de noviembre de 2020 a las 8:00
a.m., cuando me rencontré con mis dos hermanas y mi papá, después de varios
años distanciados. Fueron 5 días de carretera sin parar, no descansé en ningún
hotel, comía en las paradas del camino. Todo sucedió de la mejor manera, sin
ningún inconveniente. Tenía siempre conexión WiFi en los buses donde viajaba,
por lo que a cada rato revisaba el Google Maps, para saber por dónde iba, el
camino que había recorrido y lo que me faltaba por recorrer. En todo el viaje
solamente un policía me pidió la Cédula de Identidad, esto sucedió en el
terminal de Cúcuta, pero nada más. No me revisaron la maleta en ningún lugar.
Conversé con algunas personas que se me acercaban a preguntarme algo. Presté mi
teléfono a cuanto venezolano necesitaba comunicarse con sus familiares que les
esperaban en sus respectivos destinos.
En los buses aprovechaba de rezar el Santo Rosario y la
Liturgia de las Horas desde el teléfono, además de ir leyendo las principales
informaciones de las ciudades por las que iba pasando. Viajé en constante
comunicación con la familia y con la profunda convicción de que todo me iba a
salir bien, tal como ha sucedido hasta este momento, para gloria de Dios.
Perú en general y Ayacucho en particular están muy ligados a
Venezuela y a la historia de la emancipación de los pueblos de América. Más
adelante escribiré estas relaciones.
María Consuelo de los
Migrantes. Ruega por nosotros.
P.A
García