RATZINGER
El año pasado el africano Cardenal Robert
Sarah publicó un libro titulado “Desde lo
más hondo de nuestros corazones” en coautoría con Joseph Ratzinger, el papa
emérito Benedicto XVI. La edición estuvo a cargo de Nicolas Diat y la
traducción al castellano es de Gloria Esteban Villar. El título original en
francés es “Des profondeurs de nos coeurs”,
por lo que me agrada más traducirlo como “Desde lo más profundo de nuestros corazones”. El texto está dedicado: “En homenaje a los sacerdotes del mundo
entero”. Agradezco a mi buen amigo Nilson Guerra Zambrano por compartirme
este libro en PDF desde WhatsApp.
La importancia de las cavilaciones del papa emérito, las
justifica el mismo Cardenal Sarah, pues, ciertamente: “Debemos meditar las reflexiones de un hombre que se acerca al final de
su vida. En una hora tan decisiva nadie toma la palabra a la ligera”. Animado
por esta introducción, doy paso a resumir el capítulo I de este libro, “El Sacerdocio Católico”, cuyo autor es
Benedicto XVI, haciendo énfasis únicamente en el tema del celibato sacerdotal y
la vocación.
La
cuestión vocacional:
Benedicto XVI plantea la diferencia vocacional
entre el sacerdocio veterotestamentario y el sacerdocio neotestamentario, es
decir, entre el antiguo sacerdocio judío y el actual cristiano-católico. El
primero correspondía a una herencia familiar, puesto que para ser sacerdotes
del Señor era preciso pertenecer a la familia-tribu de Leví, lo que no
significa que estos no fueran llamados por Dios. Por su parte en el caso
cristiano es Dios el que va eligiendo a sus sacerdotes, es una llamada divina
personal, que debe ser reconocida y aceptada. Como ejemplo de esto tenemos la
vocación de los apóstoles, que fueron llamados directamente por Jesús, fue el
mismo Mesías, Dios y Hombre verdadero, quien pronunció sus nombres.
Si en el Antiguo Testamento el sacerdocio estaba asegurado
por generaciones, porque los sacerdotes se podían casar y tener hijos, en el
Nuevo Testamento no se tiene la misma seguridad, de ahí la recomendación
evangélica de Mateo 9, 38: “Rogad, por
tanto, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies”, en este sentido
expresa Benedicto XVI: “Generación tras
generación, la Iglesia vive animada por la esperanza y el deseo de hallar a
quienes son llamados”. La Iglesia acepta a los que se sienten llamados por
Dios. Es Dios quien llama, es la Iglesia quien acepta. Ante una llamada de Dios
debe corresponder una aceptación del que es llamado y de la Iglesia. Si la
Iglesia no acepta, es decir, si la Iglesia rechaza –sin razones convincentes-, en vano ruega con las palabras de Mt 9,
38 y en este sentido falla a la generosidad de Dios que sigue enviando obreros
a su mies.
La cuestión del
celibato:
Este tema es de los más debatidos porque es de los menos
comprendidos. Recientemente –en octubre de 2019- se celebró un Sínodo de la
Amazonía donde se llevó a la palestra el supuesto “imposible celibato” en los pueblos
indígenas, cuestión que animó a Robert Sarah y Benedicto XVI a publicar sus
reflexiones.
En la conciencia judía los sacerdotes estaban obligados a
abstenerse sexualmente mientras se encontraban ejerciendo su sacerdocio en el
Templo, puesto que no era una situación perenne sino solamente por periodos
específicos. La abstinencia era necesaria porque se estaba en contacto con el
misterio divino. Explica Benedicto XVI: “Dado
que los sacerdotes del Antiguo Testamento solo debían consagrarse al culto durante
determinados períodos, el matrimonio y el sacerdocio eran compatibles”.
Para los sacerdotes de la Nueva Alianza la situación cambia.
Se sabe que la celebración de la Eucaristía “misterio
divino” se hizo rápidamente cotidiano, era cuestión de todos los días, pues
esto mismo era el (panem nostrum
quotidianum) “el pan nuestro de cada día”, que insistentemente pedían los
cristianos en la oración dominical. Es
por esta razón que los sacerdotes de Jesucristo están constantemente en
contacto con lo “divino”, exigiéndoseles naturalmente la exclusividad para las
cosas de Dios, cuestión donde no es compatible el matrimonio.
Es necesario aclarar que en la Iglesia
primitiva ciertamente se contaba con obispos, sacerdotes y diáconos que estaban
casados, sin embargo, estos hombres sólo podían recibir el sacramento del Orden
si se comprometían a vivir la abstinencia sexual, lo que fue llamado el “matrimonio
de san José”, cosa que fue muy normal en los primeros siglos del cristianismo.
Dice Benedicto XVI: “El verdadero fundamento de la vida del
sacerdote, la sal de su existencia, la tierra de su vida es Dios. El celibato
que practican los obispos de toda la Iglesia oriental y occidental —y, según
una tradición que se remonta a una época cercana a la de los apóstoles, los
sacerdotes de la Iglesia latina en general— solo se puede comprender y vivir de
forma irrevocable sobre este fundamento”.
El celibato en el siglo
XXI año 2021
Como lo manifiesta el Catecismo de la Iglesia Católica, el
celibato es una opción de vida a la que se accede desde la libertad. Leámoslo
en el numeral 1599: “En la Iglesia
latina, el sacramento del Orden para el presbiterado sólo es conferido ordinariamente
a candidatos que están dispuestos a abrazar libremente el celibato y que
manifiestan públicamente su voluntad de guardarlo por amor del Reino de Dios y
el servicio de los hombres”. El celibato se abraza libremente por el Reino
de Dios. “Libremente” significa que acepta con conocimiento de causa la
obligación de ser célibe y lo hace por amor y porque ha recibido ese don de
Dios, aparte de ser una norma eclesiástica que debe cumplir, como lo refiere
expresamente el Código de Derecho Canónico en su numeral 277, parágrafo 1: “Los clérigos están obligados a observar una
continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan
sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios mediante el cual
los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón
entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres”.
Para el padre Fortea, exorcista español, el celibato es “ante todo un sacrificio que se ofrece a
Dios por amor a Él. Un sacrificio que tendrá su recompensa, especial, en el
Reino de los Cielos. Es una inmolación, un matrimonio espiritual con el
Infinito Espíritu Creador”.
El celibato es un don de Dios para su Iglesia, es una joya
preciosa que no podemos menospreciar. El mismo Jesucristo fue célibe, por eso
los sacerdotes, que son otros Cristos, comprenden el celibato y lo viven para -como
dijo el Santo Cura de Ars- “vivir el cielo en la tierra”. Apoyar el celibato
católico no es ser fundamentalistas, es simplemente vivir una Fe clara, según
el Credo de la Iglesia.
“Como los hijos buenos de Noé, cubre con la capa de la
caridad las miserias que veas en tu padre, el Sacerdote”
San Josemaría Escrivá de Balaguer
Camino 75
P.A
García
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