viernes, 8 de enero de 2021

La Teología de la Agricultura

AGRICULTURA

         Desde el Génesis, el preludio de los libros de la Biblia, se da razón de la existencia del primer agricultor que inició esta labor sobre la tierra, se trata de Caín, hermano de Abel e hijo de Adán y Eva, la primera pareja de humanos, creados por Dios a su imagen y semejanza.

El capítulo 4 del mencionado texto, en sus versículos 1 y 2 relata: “Adán se unió a Eva, su mujer; ella concibió, dio a luz a Caín […]. Después dio a luz al hermano de Caín, Abel. Abel era pastor de ovejas, Caín era agricultor”. El primer hijo de Adán y Eva se dedicó a la agricultura, cultivando la tierra que había sido creada y bendecida por Dios en el día tercero de la creación, cuando Dios formó las plantas: “La tierra produjo vegetación: hierbas que dan semilla, por sus especies, y árboles que dan fruto con la semilla dentro, por sus especies; y vio Dios que estaban bien” (Gen 1, 12). El hermano mayor se dedicó a la agricultura, el menor al pastoreo, en el primer arte se necesita de fuerza y temple, propios de un hijo mayor, en el segundo arte es menester la delicadeza y la bondad, comunes en un hijo menor.

         En los inicios de la humanidad, los que se dedicaban a ser pastores, por lo general eran nómadas, viajaban con sus rebaños en busca de verdes praderas, por su parte los agricultores eran sedentarios, en razón de la labor que ejercían, esto contribuyó “no sólo a suavizar las costumbres más ásperas de la vida nómada, sino también a desarrollar el espíritu patriótico por el afecto a la tierra que llevaba consigo tal oficio”[1]. El agricultor no sólo trabaja la tierra para aprovecharse de ella, también siente el deseo de agradecer a Dios por los frutos obtenidos con el sudor de su frente, respetando sus tierras y valorándolas como don del Altísimo. El agricultor reconoce que el éxito agrario, la mayoría de las veces, está en las manos de Dios.

         El libro del Deuteronomio (14, 22-23) precisa la ley divina de la ofrenda que los agricultores deben presentar ante Dios: “Todos los años apartarás la décima parte de los productos de tus campos […] para que aprendas a respetar al Señor, tu Dios, mientras te dure la vida”. Las ofrendas de los campos hacia Dios es señal del respeto por el Creador de todas las cosas.

         El hecho de presentar ofrendas agrarias a Dios desde siempre ha sido una costumbre religiosa de los antiguos, siendo así que al inicio de la cosecha, los agricultores ofrecían a sus divinidades lo mejor de sus frutos, esto con el propósito de agradecer lo que se recibía. Aunque esta práctica no siempre se trataba sólo de gratitud, pues también se pretendía “comprometer” a la divinidad para que el siguiente año fuera asimismo muy productivo. “Cuando no era así, se interpretaba que la divinidad no había aceptado las ofrendas del año anterior, las había rechazado y con ellas al oferente. Éste pudo ser el caso de Caín, una mala cosecha a causa de la escasez de lluvias, por plagas o por ladrones; en definitiva, un fracaso agrario le lleva a deducir que su ofrenda del año anterior había sido rechazada por Dios mientras que la de su hermano, no”[2].

         Es curioso que al primer agricultor de la humanidad le haya ido mal en sus cosechas. Esto contiene un gran significado: el enorme sacrificio que emplean los agricultores para sacar adelante sus siembras en medio de tantas dificultades, cuando muchas veces no obtienen los mejores frutos, o en el peor de los casos, buenos frutos pero pésimas remuneraciones. Los enemigos de la agricultura han sido siempre los mismos: las sequías, las plagas y los ladrones. Desde las primeras páginas de la Biblia Dios deja claro que el oficio del agricultor es valiosísimo como dificultoso, más no irrealizable.

El profeta Moisés consciente de la importancia del trabajo procuró hacer de la agricultura la principal ocupación de los israelitas, para así conseguir ligarlos estrechamente al suelo, porque un pueblo que lucha por un suelo, debe valorarlo. Con este fin promulga una verdadera ley agraria que distribuye la tierra en partes iguales. La tierra de Palestina era muy fértil en tiempos del Antiguo Testamento; es proverbial para describir la tierra de los hebreos como un país “que mana leche y miel”[3].



         La agricultura en tiempos de Jesús[4]

        Para los años en que predicó Jesús su Evangelio, la agricultura de las familias de Galilea había sido tradicionalmente muy variada. Los campesinos cultivaban en sus tierras diferentes productos, pensando en sus múltiples necesidades y en el mercado de intercambio y mutua reciprocidad que existía entre las familias y vecinos de las aldeas. “A los grandes terratenientes les interesaba para aumentar la producción, facilitar el pago de impuestos y negociar con el almacenamiento de los productos. Mientras tanto, los propietarios de pequeñas parcelas y los jornaleros quedaban cada vez menos protegidos. Las elites urbanas no pensaban en las necesidades de las familias pobres, que se alimentaban de cebada, judías, mijo, cebollas o higos, sino en productos como el trigo, el aceite o el vino, de mayor interés para el almacenamiento y el lucro”.

         Jesús no ignoraba la sociedad agrícola y bovina en la que vivía, por eso, en muchas de sus parábolas, al explicar a las multitudes el Reino de los Cielos, usó comparaciones y vocabularios netamente agrícolas, como en el caso de la Parábola del Sembrador, en Mateo 13, 1-23. Jesús reconoce el esfuerzo y las complicaciones de la agricultura.

         La agricultura y la Eucaristía:

         En la Santa Misa, después de la predicación del sacerdote, al iniciar la Liturgia Eucarística, se tiene una clara y directa relación con la agricultura, esto sucede en la presentación de las ofrendas, justo en el momento del ofrecimiento del pan y del vino, cuando de ordinario el mismo celebrante, eleva la patena que contiene la forma (hostia) que va a ser consagrada, mientras se entona un canto adecuado o el celebrante pronuncia el siguiente ofrecimiento:

“Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos, él será para nosotros pan de vida”. A lo que la asamblea reunida debe responder: “Bendito seas por siempre, Señor”.

La referencia a la agricultura es evidente, en las palabras: “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”.

En seguida, quien ha elevado la patena, la deposita sobre el altar y a continuación, después de que se ha mezclado el vino con una pequeña cantidad de agua, el mismo celebrante, eleva el cáliz que contiene el vino que va a ser consagrado, mientras se canta o se pronuncia el siguiente ofrecimiento:

“Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este vino, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos, él será para nosotros bebida de salvación”. La asamblea vuelve a responder: “Bendito seas por siempre, Señor”.

¡Qué hermoso! La Eucaristía es posible gracias al trabajo de los agricultores. Las uvas y el trigo que son cultivados y cosechados por manos humanas, se convierten en el pan y el vino que al ser consagrados son el Cuerpo y la Sangre del Señor, alimento de salvación.

Mensaje de la Iglesia Católica a los agricultores:

         El Concilio Vaticano II, en su Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”, sobre la Iglesia en el mundo actual, en el numeral 66 expresa: “[…] en muchas regiones, teniendo en cuenta las peculiares dificultades de la agricultura tanto en la producción como en la venta de sus bienes, hay que ayudar a los agricultores para que aumenten su capacidad productiva y comercial, introduzcan los necesarios cambios e innovaciones, consigan una justa ganancia y no queden reducidos, como sucede con frecuencia, a la situación de ciudadanos de inferior categoría. Los propios agricultores, especialmente los jóvenes, aplíquense con afán a perfeccionar su técnica profesional, sin la que no puede darse el desarrollo de la agricultura. La justicia y la equidad exigen también que la movilidad, la cual es necesaria en una economía progresiva, se ordene de manera que se eviten la inseguridad y la estrechez de vida del individuo y de su familia”.

         El mismo Concilio, en la Constitución Dogmática “Lumen Gentium”, sobre la Iglesia, expresa bellamente: “La Iglesia es "agricultura" o labranza de Dios. En este campo crece el vetusto olivo, cuya santa raíz fueron los patriarcas, en la cual se efectuó y concluirá la reconciliación de los judíos y de los gentiles. El celestial Agricultor la plantó como viña elegida”.

         El patrono de los agricultores:

        San Isidro Labrador es un santo español muy popular; patrón de los agricultores y de Madrid, su ciudad natal; fue laico, de condición humilde, cuya canonización generó culto extendido en su época y hasta nuestros días. Se casó con María de la Cabeza, también santa. Isidro fue un agricultor pobre, al servicio siempre del prójimo. Era muy piadoso. Acostumbraba madrugar para rezar y asistir a la Santa Misa antes de empezar su trabajo en el campo. Se distinguió por su generosidad con los más necesitados. La muerte lo alcanzó a edad avanzada, hacia el año 1130. Su efigie es popular al representar un hombre de barba con los ojos elevados hacia el cielo en profunda oración, mientras unos ángeles guían a los bueyes que aran la tierra.


San Isidro Labrador. Ruega por los agricultores.

P.A

García



[1] Diccionario Bíblico, p. 38

[2] Luis Alonso Schökel, (2008), La Biblia de Nuestro Pueblo.

[3] Diccionario Bíblico, p. 38

[4] José Antonio Pagola, (2007), Jesús. Aproximación histórica. Editorial PPC. Madrid, España, p.p. 26-27

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