POR AMOR A DIOS
El domingo 24 de julio de 2011 dejé la
comodidad de mi casa y el entorno familiar para viajar a las afueras de Ejido,
sector Manzano Alto, Carretera Panamericana, con la intención de ingresar al
Cursillo de Verano del “Centro Vocacional de los Legionarios de Cristo”, que después
resultó ser un fabuloso “Seminario Menor” de dicha Congregación Religiosa.
El sábado 23 había participado en la que sería mi última
actividad como Scouts. Fuimos a una piscina en el sector Cucuchica de Tovar
para, entre otros motivos, hacer mi despedida, pues ya les había manifestado mi
deseo de ingresar en aquel internado, donde podía culminar mi bachillerato,
además de vivir una experiencia formativa en el ámbito religioso. A pesar de que
les advertí que no me sumergiría en la piscina, decidieron tomarme entre varios
y lanzarme desprevenidamente al agua, por lo que terminé con la ropa empapada.
Aquella tarde sabatina había entregado el banderín de la
Patrulla Lobo, la cual había fundado y estaba bajo mi guía, encomendándoles no
desmayar en el ánimo por seguir adelante. Todo esfuerzo fue en vano, pues me
enteré que aquella actividad no sólo fue la última para mí, sino también para
todo el “Grupo Scouts Cinco Águilas Blancas” de La Playa. Al parecer decidieron
desintegrar el grupo y aquella despedida mía era en realidad un punto y fin
para toda la comunidad Scouts.
En los días anteriores a mi partida al
seminario menor, había tenido dos previas citas con religiosos Legionarios de
Cristo. La primera fue en Mérida, a la que asistí con mi mamá, y mientras ella acudía
a la recepción de un Título de Postgrado, yo estuve con los padres Elías Sallet
(venezolano) y Luis Miguel Vargas (mexicano) en un restaurante cercano a la
Catedral, donde me propusieron observar un video sobre los centros vocacionales
de la Congregación. En esa oportunidad quedamos en que ellos irían a mi pueblo,
para afinar detalles sobre mi participación en el cursillo de admisión.
La segunda cita se llevó a cabo en mi
casa. Los padres precisaron el día y la hora del encuentro, y allí estuvieron
puntualmente. Por el camino iban llamando por teléfono para no perderse, sin
embargo, la dirección era muy fácil: La Playa, detrás de la Iglesia. En este
segundo encuentro, los padres compartieron el almuerzo con nosotros, y luego de
un breve reposo, nos convocaron a todos los de la casa para conversar sobre la
experiencia del cursillo y la posible admisión a la “Apostólica”, que es como
se le llama a los seminarios menores de la Legión de Cristo. Todo se
desenvolvió en un ambiente muy cordial.
Al final de aquel encuentro, los padres
nos dejaron un material impreso donde se contenía toda la información necesaria
para asistir al cursillo de admisión. Eran varias hojas que incluían: lista de
ropa y objetos personales, lencería, documentos básicos para poder asistir con
el permiso legal de los padres, entre otras cosas. Esa misma semana nos
empezamos a preparar con todo lo necesario. La parte más meticulosa fue coser a
cada prenda de vestir una pequeña etiqueta que identificaría mi ropa, era un
número impreso sobre una cinta de tela: “V-287”.
El domingo 24 de julio de 2011, como ya
les dije al principio, fue mi ingreso al cursillo vocacional. Ese día viajamos
desde La Playa, mi mamá, mi papá, mis hermanas y yo. Doña Eva (mi querida
abuela) se había quedado en casa a petición mía. Su colaboración en toda esta
novedosa experiencia había sido protagónica, pero yo sabía que despedirme de
ella sería más doloroso, por lo que decidí pedirle que no me acompañara hasta
Ejido, sino que me despidiera en la casa.
Llegamos en horas de la tarde al Centro
Vocacional. El ambiente era festivo. Una gran corneta dejaba escuchar canciones
cristianas de ritmos variados, la mayoría de esas canciones eran desconocidas
para nosotros. Los padres Elías y Luis Miguel nos esperaban en la puerta. Nos
hicieron pasar a unos recibidores muy cómodos y allí, nuevamente reunidos
todos, volvieron a conversar con mis padres sobre la experiencia que yo viviría
en esos próximos días. Mi mamá hizo una que otra pregunta y finalmente me
despedí de ellos. Antes tuve que dejarle mi teléfono móvil a mi hermana mayor,
pues no lo necesitaría, además de que no estaba permitido tenerlo mientras
duraba el cursillo.
Desde los ventanales del comedor, en la
parte de arriba de las oficinas donde nos despedimos, pude ver partir a mi
familia. Ellos se iban contentos y yo quedaba en la misma situación, alegre por
estar en ese lugar. Mientras se hacía de noche, me hicieron ubicar las maletas
en un pasillo e ir con un sacerdote y un grupo de jóvenes a jugar futbol en las
enormes canchas del Centro Vocacional. La distribución de aquel improvisado
partido fue rápida, me tocó la portería.
Al hacerse de noche nos convocaron a
todos frente a la Capilla. Un sacerdote, montado sobre la fuente, con una gran
lista donde estaban ordenadamente apuntados los nombres de todos los jóvenes,
nos fue llamando uno a uno, antes nos había pedido separarnos por estados, pues
no sólo éramos merideños, sino también tachirenses, zulianos, etc. Aquella
organización grupal sería la de pequeñas comunidades de vida que se llamarían
“Batallones”, identificados con una letra del abecedario y bajo el patrocinio
de un santo. Yo formé parte del “Batallón D” San Francisco de Asís, allí
estábamos los que habíamos culminado el segundo y tercer año de bachillerato.
Mi primer amigo en estas filas fue el
tachirense Javier Mauricio Sayago Bayona, con quien mantengo una buena amistad
desde ese tiempo. Fuimos muy cercanos en nuestros dos años de formación con los
Legionarios de Cristo. Ambos nos iniciamos en esta vida de formación y
frecuentemente recordamos las experiencias vividas desde aquel domingo 24 de
julio de 2011, hasta el mes de julio de 2013, cuando recibimos nuestro Título
de Bachiller de la República Bolivariana de Venezuela, mención “Ciencias”.
Quince días después de aquel 24 de
julio fue la primera visita familiar, la alegría por vernos nuevamente, fue
opacada por la triste noticia de esa mañana, pues había fallecido mi tío Luis
Castillo, hermano de mi abuela Eva. Antes de venir al cursillo me había
despedido de él, quise explicarle que ya no estaría disponible para hacerle los
mandados, como comprarle el chimó o el tiquete de lotería, todos los días, como
ya estábamos acostumbrados los dos.
De aquel cursillo de admisión tengo
muchas anécdotas, que en otra oportunidad les dejaré saber. Por ahora sólo me
gustaría culminar estas breves palabras, agradeciendo a Dios por aquel
maravilloso día, en el que dejé de vivir como un simple jovencito, y empecé a
ver el mundo desde la perspectiva de un futuro sacerdote.
Agradezco al padre José Ignacio Pernía,
quien fue mi director espiritual en ese tiempo de formación legionaria, además
de ser el Rector de la Apostólica, por todo el apoyo y atención hacia mí, sobre
todo cuando perdí físicamente a mi abuela. Y agradezco también al padre José
Gutstein, quien fue el Prefecto de la Comunidad de Precandidatos, es decir, mi
superior inmediato, con quien aprendí muchas cosas meritorias, como valorar la
patria, la familia y la vocación.
P.A
García
Pedrito Hermoso relato Dios te Bendiga e ilumine Siempre .Un Abrazote.
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