viernes, 23 de marzo de 2018

Homilía del Sábado Santo Ciclo B. 31 de marzo de 2018


CRISTO LUZ DEL MUNDO


Queridos hermanos. Esta es la noche santa que nos reúne para celebrar la acción litúrgica más antigua, solemne e importante de nuestra fe; la Vigilia Pascual, Madre de todas las celebraciones y por tanto, el centro del año litúrgico. Hemos iniciado esta liturgia en medio de la oscuridad, como pueblo consciente de nuestra realidad de pecado, pero unidos en la esperanza de Cristo, que resplandece como antorcha en esta noche de victoria sobre la muerte. Para hoy la reflexión girará en torno a tres palabras: la alianza, la luz y la resurrección, conscientes de que el centro de esta noche es Cristo, el Señor.

         Hermanos, cómo no estar alegres, cómo no dar gloria a Dios con nuestras vidas, si sabemos y profesamos que ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo[1]. Hemos escuchado una serie de lecturas de la Palabra de Dios que, han armonizado toda la solemnidad de esta celebración. En primer lugar es necesario meditar sobre la alianza, pues los relatos de la creación nos dicen que efectivamente, los hijos de Dios estamos hechos para gozar del Bien. Pero –para nadie es un secreto que- podemos tropezar en nuestro caminar con el dolor, porque escogemos triste y libremente el pecado o porque la Providencia de Dios permite el sufrimiento para que nos unamos a su Cruz, como pide en el Evangelio. La vida de los discípulos del Señor, así como la de nosotros hoy en día, experimenta momentos de soledad y tristeza, pues en oportunidades nos negamos a la certeza de que Dios está siempre con nosotros. Forma parte del misterio del hombre este coexistir cotidiano con el mal, una realidad que no debería desanimarnos, sino conducirnos a aumentar la esperanza en el Señor y el deseo de recurrir a Él, confiados en que el dolor y el sufrimiento no escapan a sus designios llenos de amor, como tampoco cae fuera de su providencia la invitación a arrepentirnos y recomenzar cuando hemos errado[2].

         Y ese arrepentirnos y recomenzar cuando hemos pecado, son precisamente las prácticas cuaresmales (ayuno, oración y limosna), que hicimos con la ayuda de Dios, pues somos un pueblo que busca a Dios en sus hermanos, que ha aprendido a levantarse del pecado, porque ha confiado en su Señor y también ha hecho lo posible por vivir con la dignidad que nos merecemos los hijos de Dios, dignidad que, por diversos factores, está siendo pisoteada. La alianza de Dios con su pueblo exige de nosotros el compromiso de serle fieles, pues él nos ha amado primero[3]. Hermanos, que en esta Vigilia Pascual nos decidamos de una vez y para siempre a ser fieles discípulos del Señor, propagadores de su alegría, en medio de una realidad tan hostil por la que estamos pasando como nación. La paz que viene de Dios nunca se acaba, busquémosla y multipliquémosla.

En segundo lugar, toda la noche será iluminada por el Cirio Pascual, que ya hemos bendecido con solemnidad, esa luz es Cristo. Hermanos, la luz es uno de los signos con que el hombre modestamente puede referirse a la riqueza divina; ella nace de la palabra creadora, cuya grandeza es principio y fin de toda bondad que el hombre, esclarecido por ella, percibe en la creación. «Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con sabiduría» nos relata el salmo 103. Pero, ¿qué es la luz de Dios para el hombre sino la fortaleza de espíritu, la fe y la indiscutida obediencia con que Abrahán se dispone, por mandato divino, sacrificar a su único hijo? Fue una prueba de amor recíproco, porque siglos después Dios Padre entregaría a su único Hijo como un cordero dócil, cuya sangre limpiaría el espléndido perfil, estropeado por la desobediencia humana[4]. Hoy la luz de Cristo tiene que iluminar toda nuestra vida, alejémonos de las tinieblas, seamos cristianos irradiadores de luz en la calle y en la casa. Ser luz es perdonar siempre, hacer el bien a los demás.

         La resurrección del Señor, más que un hecho histórico, es para nosotros verdad y certeza de fe, pues a esto nos adherimos con la firme esperanza de resucitar también nosotros en el día final. Con la resurrección iniciamos el tiempo pascual, que es tiempo de alegría, de una alegría que no se limita a esa época del año litúrgico, sino que se asienta en todo momento en el corazón del cristiano. Porque Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos. No: Cristo vive. Jesús es el Emmanuel: Dios con nosotros. Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos. Y ha cumplido su promesa. Dios sigue teniendo sus delicias entre los hijos de los hombres. Cristo vive en su Iglesia. Esos eran los designios de Dios: Jesús, muriendo en la Cruz, nos daba el Espíritu de Verdad y de Vida. Cristo permanece en su Iglesia: en sus sacramentos, en su liturgia, en su predicación, en toda su actividad. De modo especial Cristo sigue presente entre nosotros, en esa entrega diaria de la Sagrada Eucaristía[5].

         Hermanos, meditemos y vivamos esas palabras que hemos escuchado en el Pregón Pascual: ¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos. Ésta es la noche de la que estaba escrito: «Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo.» Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos[6]. Hoy el Señor nos invita a vivir el compromiso de su alianza, siendo luz del mundo, para resucitar cada día, pues Dios nos regala cada día como una oportunidad para ser mejores, para morir al pasado y resucitar a la vida de gracia, en su presencia, en su amor.

         Con María, la Madre del Señor, emprendamos este camino de alegría, pues gracias al sí de esta jovencita judía Dios se hace hombre, vence la muerte y nos da nueva vida. ¡Señor!, que haces resplandecer esta noche santa con la gloria de Cristo resucitado, aviva en tu Iglesia el espíritu filial, para que, renovados en cuerpo y espíritu, nos entreguemos plenamente a tu servicio[7]. Amén.

P.A
García
Barillas



[1] Pregón Pascual.
[2] Mons. Javier Echevarría (2016). Misericordia y vida cotidiana. (P. 37)
[3] 1 Juan 4, 19.
[4] Pbro. Dr. Horacio Carrero (2015). Guion Semana Santa y Pascua. (P. 56)
[5] San Josemaría Escrivá. (1973) Es Cristo que pasa. (P. 220)
[6] Pregón Pascual.
[7] Oración Colecta, Vigilia Pascual.

La Conferencia Episcopal Venezolana, su Presidencia, ante la realidad venezolana.

OBISPOS VENEZOLANOS
         La presencia de la Iglesia Católica en la mayoría de los países del mundo hace necesaria la conformación de un grupo de Obispos Católicos que, para promover el bien de las Iglesias particulares, se reúnan en “conferencia” con periodicidad y así debatir líneas pastorales en favor del rebaño que les ha sido encomendado. En Venezuela es en 1904 cuando los Prelados se reúnen por primera vez, a pesar de que ya había Obispos en el país desde la época colonial; en esta primera “conferencia” se tiene como resultado la “Instrucción Pastoral”,  génesis de las publicaciones de este organismo eclesial, pero no es sino hasta 1973 cuando formalmente se habla de Conferencia Episcopal Venezolana, fecha en la cual se aprueban los estatutos que la regirán como institución. Al fundarse formalmente la CEV estuvo conformada por un Cardenal, seis Arzobispos y veinticinco Obispos de todo el territorio nacional.

         En nuestro país, la Conferencia Episcopal Venezolana, al ser “una institución de carácter permanente, asocia a los Obispos de la República para ejercer unidos algunas funciones pastorales respecto a los fieles de su territorio y promover, conforme a la norma del derecho el mayor bien que la Iglesia proporciona a los hombres sobre todo mediante formas y modos de apostolado convenientemente acomodados a las circunstancias de tiempo y lugar”.

         En cumplimiento de esta misión, los obispos venezolanos han sido una lumbrera en medio de tanta oscuridad. Es por eso que, a pesar de ser una institución intachable como lo es la misma Iglesia Católica, la Conferencia Episcopal Venezolana ha sido víctima de comentarios deméritos por parte de los entes gubernamentales, pues, éstos, sabedores de sus malas actitudes en el ejercicio del cargo para los cuales han sido electos por el pueblo, se comportan de la manera más lejana a la necesidad de la misma población, y es en ese momento cuando los Pastores del catolicismo venezolano alzan su voz para anunciar y denunciar lo que está afectando la misma dignidad de los hombres de esta nación. En palabras del Cardenal Baltazar Porras Cardozo, Arzobispo Metropolitano de Mérida, nunca en la historia de Venezuela los obispos habían tenido tanta reyerta con el Gobierno de turno como en los tiempos actuales, tal vez esto se deba a que quienes nos gobiernas son menos tolerantes a las críticas o llamadas de atención, empeñados en ejecutar unas políticas de las que es evidente su fracaso total.

         En todo este panorama, la Conferencia Episcopal Venezolana, en su CIX Asamblea Ordinaria Plenaria eligió a la nueva directiva, quienes estarán en funciones a partir de este año 2018 hasta el 2021, un trienio que se caracteriza por estar sumergido en la peor de las crisis de la historia venezolana. La Presidencia le correspondió al trujillano Excmo. Mons. José Luis Azuaje Ayala, Obispo de Barinas, el Primer Vicepresidente es el caraqueño Excmo. Mons. Mario del Valle Moronta Rodríguez, Obispo de San Cristóbal, el Segundo Vicepresidente es el caraqueño Excmo. Mons. Raúl Biord Castillo, Obispo de La Guaira, y como Secretario General fue electo el merideño Excmo. Mons. José Trinidad Fernández Angulo, Obispo Auxiliar de Caracas. Además, junto a este equipo de obispos, se suman a la Presidencia de Honor los Señores Cardenales Jorge Liberato Urosa Savino, Arzobispo de Caracas, y Baltazar Enrique Porras Cardozo, Arzobispo de Mérida, quienes en compañía del Señor Nuncio Apostólico de Su Santidad en Venezuela, el Excmo. Mons. Aldo Giordano, hacen de puentes directos entre el Santo Padre Francisco y la realidad política, social, cultural y religiosa venezolana.

Todos ellos son hombres comprometidos con su misión evangelizadora, ejercerán con la mayor firmeza, pues son conscientes de que aún en medio de unos días tan convulsionados, la Iglesia Católica debe ser portadora de un mensaje de esperanza y caridad, a pesar de que los días oscurecen cada vez más. La colegialidad de los Pastores de la Iglesia es cosa loable, pues en conjunto reflexionan mejor sobre cómo orientar a sus ovejas tan confundidas y heridas.  La voz de los obispos es muy clara y siempre será escuchada y bien recibida por la inmensa mayoría del pueblo venezolano.

P.A
García

miércoles, 21 de marzo de 2018

Homilía de Mons. Juan de Dios Peña Rojas en la festividad de San José en el Seminario de Mérida.


JOSÉ VARÓN JUSTO
Mons. Juan de Dios Peña Rojas

        
Cuando leemos y meditamos este texto del evangelio de Mateo, lo primero que se nos dice de José es que era un hombre justo. La justicia siempre va por delante. Luego, una vez que se le anuncia que va a ser padre, José asume con humildad esa misión. Desde la justicia vemos a un José que escucha, a un José que piensa muy bien antes de tomar una decisión apresurada, y por eso es que nos dice el texto que como él amaba mucho a María pensaba repudiarla, pero en secreto. No tomó una decisión apresurada, sino como hombre justo pensaba. Y, por supuesto, la presencia del Ángel que le comunica en sueños el mensaje del Señor, lleva a José a hacer todo lo que le había mandado el Ángel del Señor. Es un hombre obediente.

         Podemos empezar a sacar todos estos valores, que tenemos que aplicar nosotros a nuestra vida. Primero, si estamos en su Seminario, es porque tenemos que aprender a ser justos, justos para con los demás, aprender a escuchar siempre la Palabra de Dios, y no olvidar que nosotros, estamos llamados a ser hombres de la Palabra, estamos precisamente para escuchar la Palabra, una Palabra que nos tiene que llevar a tomar decisiones, pero reposarlas, pensarlas, calcularlas, para que podamos responder con obediencia y con fidelidad lo que nos pide el Señor, porque el Señor también, al igual que a José, fija su mirada en nosotros para llamarnos.

         La presencia de José, su figura, su testimonio, su humildad, siempre ha impactado a lo largo de los siglos, y eso no ha sido extraño para nosotros, los que habitamos en estas tierras. No se si ustedes han estudiado la historia de la Iglesia local, como el primer templo que fue construido en la ciudad, en el lugar donde está actualmente la Catedral, estuvo bajo el patrocinio de San José. El primer patrono que tuvo la Iglesia Merideña, antes de ser Diócesis, era San José. Luego ese patrocinio fue cambiado, en el momento de la erección de la Diócesis, en 1778, por el de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, llamando la atención que, aún en ese momento, no se había proclamado como dogma de fe la Inmaculada Concepción, y aun así, la Diócesis de Mérida de Maracaibo de aquel entonces, se puso bajo el patrocinio de la Bienaventurada Virgen María, la Inmaculada Concepción. Entonces, es una Iglesia que nace bajo la protección de la Sagrada Familia, primero José, patrono de la primera Iglesia constituida en la ciudad de Mérida, y luego María Inmaculada.

         Pero, además de eso, nuestros pueblos también tienen muy arraigada la imagen de José. Es un hombre que llama la atención precisamente por su humildad, que es lo que deberíamos de asumir cada uno de nosotros, sobre todo en cuanto que el ministerio que tenemos que ejercer, es un ministerio de servicio, no de dominio, no de imposición, y para poder servir, tenemos que hacerlo con humildad.

         Yo quiero simplemente sintetizar el cómo aplicar la imagen de José, o las virtudes de José en nuestra vida, retomando brevemente un texto que me llamó la atención, que leía precisamente hace dos días atrás, y yo creo que nos puede ayudar, porque, el peligro, o la gran tentación de los que tenemos que servir, o de los que tenemos que ponernos al frente de la comunidad, es precisamente enaltecernos, enriquecernos, volvernos prepotentes, llevarnos por delante a los demás, y la tentación que creo que más nos toca de cerca es el creer que nosotros somos los protagonistas, los que mandamos, y resulta que no, el Señor ha fijado su mirada en nosotros pero para que seamos sus colaboradores y tenemos que asumir la misión con mucho orgullo y con mucha humildad.

         Entonces, tenemos que pedirle a san José, que desde su humildad, desde su postura justa, desde esa capacidad de escuchar y obedecer, que nos enseñe, que nos ayude a no ser protagonistas. No olvidemos que el Protagonista es Jesús. Y cuando nosotros tenemos que dirigir o animar a la comunidad y anunciar el mensaje, tiene que ser el mensaje de Jesús. Muchas veces nosotros nos dedicamos es como a proyectarnos a nosotros mismos, a hacernos publicidad. Cuántas veces las homilías nuestras es hablando y exaltando nuestros valores y nos olvidamos de lo principal y central que es el mensaje de Jesús, es decir, nosotros no somos los protagonistas.

         Pedirle a José que nos enseñe a avanzar en el camino, en el camino del servicio, y que nos ayude a evitar pisotear a los demás, porque cuando vamos avanzando en el camino, cuando vamos subiendo, muchas veces queremos hacerlo todo a prisa, y cuando eso ocurre, nos llevamos por delante a los demás. Y, cuántas veces no subimos, o ascendemos, utilizando a los demás como peldaños, eso es lo que tenemos que pedirle a san José, que nos ayude a evitar esa tentación: pisotear a los demás, no llevarnos por delante a los demás, porque somos servidores del Señor.

         Pero también tenemos que pedirle a san José que nos ayude a entender que nosotros tenemos que aprender a ser los número dos, precisamente en esa actitud de servicio, porque no somos protagonistas. Que nos ayude a asumir la misión con humildad, con entrega, con disponibilidad, que aprendamos a ser colaboradores sin imponernos, y es por eso que cuando uno trata a la gente, tiene que tratarla con cariño, con justicia, con cercanía, con amor. Y cuando uno está en una comunidad tiene que aprender a dialogar, y organizar con la gente para no imponer, sino simplemente para ofrecer el mensaje de salvación.

         Pedirle a José que nos ayude a obedecer, que nos enseñe a obedecer, eso es lo que más nos cuesta, y siempre se va a convertir como el gran reto a asumir dentro de la vida, no sólo sacerdotal, sino en cualquier estilo de vida. Que nos ayude a obedecer. Que nos ayude a luchar frente a tanta desesperanza. Que nos enseñe a hacer las cosas desde el segundo puesto, desde el segundo lugar. El primer puesto lo ocupa Jesús. Y aunque nosotros ejercemos un ministerio en el nombre de Jesús y en persona de Jesús, no olvidar que el número uno es él, nosotros somos sus colaboradores, somos servidores de Jesús.

         Que nos ayude a ser grandes, pero evitando caer en la tentación de exhibirnos, de mostrarnos a nosotros, de aparecer nosotros. Que todo lo que hagamos sea siempre tratando de evitar los aplausos, somos humanos y necesitamos motivaciones, y cuántas veces queremos que nos digan que lo hicimos muy bien, pero tratar de evitar el aplauso, que el aplauso no nos lo llevemos nosotros, sino que se lo lleve el Señor.

         Que en la medida en que vayamos avanzando en el camino, san José nos ayude a evitar caer en ese ambiente publicitario, porque muchas veces nos hacemos publicidad a nosotros, y nos mostramos como lo único, como lo mejor, como lo máximo y nos olvidamos de lo principal que es dar a conocer a Jesús.

         Que nos enseñe a perseverar, a no perder la esperanza, y, sobre todo esto es clave, desde el ejemplo que nos da José, que nos ayude a alcanzar la gloria desde el silencio. En ninguno de los evangelios se nos muestra ninguna palabra atribuida a José. José no habla, no porque era mudo, sino porque se dedicó a hacer lo que le había pedido el Ángel del Señor. Menos palabras y más acciones. Aprender a asumir la vida desde esta actitud de silencio, para que, desde esa paz que tenemos que experimentar dentro, desde ese vaciarnos a nosotros para llenarnos de la Palabra, podamos transmitir y podamos hacer eco con nuestra vida, del mensaje de salvación.

         Yo les invito para que aprendamos de José lo que él nos transmite desde su humildad, ser un hombre justo, un hombre fiel, de escucha, un hombre que pensaba muy bien antes de tomar decisiones, y precisamente pensaba escuchando. Pero sobre todo era un hombre que obedecía, que hacía todo lo que le mandaba el Señor, en este caso, a través del Ángel.

         Y pidamos en esta eucaristía por todos nuestros padres, para que ellos sigan siendo para nosotros imagen de José, que sigan custodiando nuestras familias, y que nos ayuden desde el ministerio sacerdotal con ese temple con que nos formaron. Aunque, por supuesta está la realidad nuestra, me imagino que muchos de ustedes no tuvieron a su lado la imagen paterna, otros si la tuvimos, pero por eso pidámosle al Señor por los que tenemos a nuestro padre aún vivo, que nos dé en ellos ese modelo de seguir a José, y que aprendamos a valorarlos, porque ellos han sido justos y han cumplido con su misión de padre.

         Ofrezcámosle al Señor esta eucaristía, y que sea él el que nos conceda la gracia de perseverar sirviendo a la Iglesia y no sirviéndonos de la Iglesia.

P.A
García

domingo, 18 de marzo de 2018

Origen y naturaleza de los Evangelios Sinópticos. Parte II

R. Aguirre y A. Rodríguez: Evangelios Sinópticos y Hechos de los Apóstoles. Capítulo 1 Origen y naturaleza de los Evangelios Sinópticos


III NATURALEZA DE LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS: Los evangelios son textos narrativos que presentan el curso de la vida de Jesús y su enseñanza. Lo primero en precisar es la naturaleza literaria de los evangelios,  conociendo antes que a lo largo de toda la Biblia se pueden conseguir textos de género argumentativo, apelativo, exhortativos, poéticos, sin embargo, imperará mayoritariamente el género narrativo, ya que la teología judía y cristiana tienen una dimensión última e irreductible de carácter narrativo.

         Narratividad e historicidad son términos que se relacionan, pues, se entiende por historicidad la narración de acontecimientos temporal y localmente situados. De todos los evangelios, el más narrativo es el de Marcos, ya que las palabras de Jesús son escasas, lo que significa que el autor se dedicó de lleno a la narración de hechos, más que de manera fabulosa, donde intervienen los personajes.

         En los evangelios sinópticos es posible admirar la trama narrativa, pues como es evidente, en ellos hay personajes, tienen unos inicios, un desarrollo, y un desenlace. Lo narrativo da la posibilidad de provocar de nuevo el interés en el lector, aun cuando ya sabe el desenlace. La Palabra de Dios siempre tiene algo nuevo que decir. En la narración de los evangelios, lleva la primacía la perícopa de la Pasión, pues, como lo expresa Kahler: “los evangelios son el relato de la pasión con una larga introducción”.

         En la narración de los evangelios sinópticos, Marcos parece ser el más antiguo, Lucas y Mateo pudieron haber tenido contacto con este texto a la hora de escribir sus evangelios respectivamente, sin embargo, Lucas y Mateo utilizan una colección de dichos de Jesús que no aparecen en Marcos, pero que supieron introducir en el estilo narrativo, cosa que no hizo el Evangelio de Tomás, pues éste trato únicamente de recopilar una serie de dichos sueltos.

         Los evangelios no son narraciones de pura ficción ni tampoco crónicas históricas del pasado, son precisamente narraciones teológicas porque descubren la actuación de Dios en la vida de Jesús. Los evangelistas se encuentran en la tradición historiográfica judía, que descubre la actuación de Dios en la historia. Los evangelios son narraciones de Jesús con una trama que desemboca en la cruz, pero, al mismo tiempo, son confesiones sobre la presencia actual del Señor resucitado, que está presenta en la comunidad y le dirige su palabra.

         Bultmman expresa que los evangelios están escritos a la luz de la resurrección y a los pies de la cruz y como para no olvidar la cruz, Jesús es el Señor resucitado y glorificado teniendo en cuenta que es el Jesús crucificado. Los evangelios no son crónicas históricas, pero sí están basados en la historia. Está claro que los evangelios no son informes históricos ni crónicas del pasado. Tampoco son biografías en el sentido moderno: no describen el carácter del personaje, sin embargo, en medio de todo este panorama hay que aportar que los evangelios están basados en datos reales que pretenden transmitir con fidelidad palabras, hechos y acontecimientos en la vida de Jesús, pues la mayoría de los relatos evangélicos no son anacrónicos, por el contrario, reflejan acontecimientos y datos que responden a la situación real anterior al año 70.

La finalidad de los evangelios sinópticos se puede resumir en tres puntos sencillos: lo primero es despertar y fortalecer la fe de las comunidades cristianas, en segundo lugar hacer de la vida de Jesús el paradigma para comprender sus palabras, y luego, en tercer lugar presentar una visión equilibrada y sintética, literaria y teológicamente, tanto de la persona y obra de Jesús, como de la vinculación de los discípulos con él.

Mateo, Marcos y Lucas, son evangelios sinópticos porque se pueden disponer en columnas paralelas, para percibir con precisión semejanzas y diferencias, de ahí la palabra “sinóptico”, es decir, “con un mirada”. Pero es importante aclarar que la Iglesia siempre aceptó la pluralidad de los evangelios y se opuso a los intentos de quedarse con uno solo o de realizar una síntesis de ellos. No se opuso la Iglesia a la pluralidad de los evangelios porque esto supone una gran riqueza teológica. Marción, por ejemplo, fue uno de los que pretendió quedarse con una versión mutilada de Lucas, despreciando los otros relatos.

A diferencia de lo que sucede con un texto procedente de la creatividad inmediata de un autor, como San Pablo, tres niveles pueden distinguirse con los textos sinópticos, a saber: a- en el nivel redaccional, nos preguntamos ¿qué significa este texto en la situación actual que presenta la obra completa, atendiendo al contexto, situándolo en el conjunto de la trama?, b- en el nivel tradicional, nos preguntamos ¿cómo ha evolucionado cada perícopa en la tradición viva de la Iglesia y dónde recibió esa concreta forma literaria?, y c- en la referencia histórica, es primordial el preguntarnos ¿de qué forma este texto se remonta a Jesús de Nazaret?.

Ya para finalizar este apartado, hablar del conocimiento de un evangelio es haber leído la obra completa, entendiéndola como una unidad, como una trama narrativa, mientras que el estudio detallado de cada perícopa tiene que pasar por los tres niveles antes mencionados (nivel redaccional, nivel tradicional y referencia histórica).

P.A
García

Origen y naturaleza de los Evangelios Sinópticos. Parte I

R. Aguirre y A. Rodríguez: Evangelios Sinópticos y Hechos de los Apóstoles. Capítulo 1 Origen y naturaleza de los Evangelios Sinópticos 



I INTRODUCCIÓN: muchas lecturas erróneas de los evangelios provienen de una equivocada comprensión de su naturaleza. Los evangelios nada nos dicen explícitamente ni sobre sus autores, ni sobre sus primeros destinatarios, ni sobre las circunstancias que los motivan. Los evangelios se conforman por perícopas, que son pequeñas secciones literarias de carácter unitario, con un principio y un fin bien marcados, cada una de las cuales tiene su propio género literario, es decir, pueden ser milagros, parábolas, etc. Hay tres evangelios sinópticos, es decir, con semejanzas notables, pero que sin embargo no son mera copia uno del otro.

         Los cuatro evangelios canónicos son composiciones anónimas surgidas entre los años 65-90 y que fueron reunidas en una colección alrededor del año 125. Los autores no les asignaron título específico, esto se le agregó más adelante. Evangelio es una palabra griega que significa “buen anuncio”,  su referencia más antigua se encuentra en el Profeta Isaías: 52, 7. Evangelio, para el primitivo uso de la comunidad cristiana hace referencia al anuncio oral de la salvación de Dios ofrecida a los hombres en Jesucristo, nunca hace referencia a los textos escritos. Justino es el primero en llamar “evangelio” a los textos que conocemos hoy, dejando claro que el evangelio es uno pero transmitido en cuatro versiones. En Jesucristo se realiza la auténtica buena noticia que habían vislumbrado los profetas.

           II ORIGEN DE LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS: al hablar del origen de los evangelios es necesario mencionar las tres situaciones: la comunidad pre-pascual,  la comunidad pos pascual y la misma redacción de los textos. En torno a Jesús se conformó un grupo de discípulos, en cuyo seno se cultivó una tradición de palabras de Jesús. Desde los inicios de la predicación Jesús fue visto por la gente como un maestro y profeta; con respecto a sus discípulos no hay razones para considerarlos de un nivel cultural bajo, pues, estamos hablando de hombres de Betsaida o Cafarnaúm que viven en contacto con el helenismo. La enseñanza judía, en la cual creció Jesús y sus apóstoles consistía en repetir de memoria lo que se les ha dicho para que impriman firmemente en su interior lo que han escuchado, costumbre presente en los epicúreos y pitagóricos. Esta cultura de la memoria y de la tradición impregnaban a los discípulos de Jesús. Se sabe que la predicación del Señor no era teológica formalmente hablando, sino que usa imágenes, metáforas, simbolismos, expresiones enigmáticas y penetrantes, que facilita la memorización de los oyentes. Jesús predica en lenguaje poético, porque la realidad le habla de Dios y Dios ilumina la realidad. La predicación de Jesús invita a ser repetida y memorizada.

         Solo después de Pascua sólo podemos hablar de un cultivo de una tradición narrativa de Jesús. Sin embargo, con la tradición de las palabras de Jesús, después de la Pascua se conserva con mayor estima, hay más razones para transmitirla, pero también para reinterpretarla. A la comunidad pospascual le interesan las palabras del pasado de Jesús y también las del presente, donde se actualiza lo dicho en su predicación antes de la resurrección. Diversos factores sociales exigían la adaptación y actualización de la tradición evangélica. La traducción del arameo al griego implicaba una adaptación lingüística, además era necesaria una adaptación social y cultural del mensaje evangélico.  La tradición pospacual es fiel, viva y argumentada por unos testigos. Todo lo que se va a predicar debía estar bajo la legitimidad de los testigos que habían estado con Jesús. Así lo hace Pablo que sube hasta Jerusalén para verse con Pedro y así garantizar la comunión de la Iglesia que se está formando. Al estudiar un evangelio, es necesario preguntarnos por sus referencias al Antiguo Testamento y a la Tradición Judía. Para conocer y estudiar la Biblia primero hay que ser conocedor del judaísmo. El judaísmo desarrollo una gran labor intelectual, tenían una Escuela Elemental y una Escuela Superior, ambas centradas en la Biblia. Con la lectura de la Torá en la Sinagoga, el pueblo debía aprender a relacionar los textos, luego se hacía una traducción del hebreo al arameo, estas traducciones eran más interpretaciones populares del texto leído.

         Un paso importante en la interpretación de los textos de los evangelios es el preguntarse por el trasfondo veterotestamentario, teniendo en cuenta las técnicas derásicas judías y la interpretación del Antiguo Testamento en el judaísmo intertestamentario. La comunidad pospascual equipara la palabra de Jesús con la Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura, lo que le permite a esta comunidad reelaborar las palabras de Jesús para adaptarlas a momentos y circunstancias diferentes. En la comunidad prepascual ya había algunas tradiciones de la vida de Jesús, pero fue después de la Pascua cuando se comienzan a conservar y a fijar de manera más organizada.

         De todo lo que narra los evangelios, la Pasión del Señor fue lo primero que se puso por escrito, en ella conseguimos trama y una ilación de ideas que dan indicios de ser un texto unitario, sin embargo, no escapa la posibilidad de que haya sido enriquecido con perícopas posteriores. La comunidad pospascual conserva, reelabora y transmite la tradición evangélica en todas sus facetas de la vida, conocemos, por ejemplo, que existía la catequesis, pues perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles, (Hch. 2,42), la predicación misionera, es decir, primero a los judíos, luego a los gentiles. La comunidad vivía con frecuencia las polémicas, con judíos, con las autoridades civiles, con los paganos y con los mismos grupos de cristianos. A pesar de que eran judíos piadosos, la primera comunidad se hizo una rápidamente con el culto, la Fracción del Pan.

         En la redacción de los evangelios sinópticos, parece evidente que se hizo adhesión a los mismos de perícopas a fines, es decir, colección de relatos de la vida de Jesús, clasificados éstos en parábolas, milagros, controversias entre otros, a pesar de que la tradición evangeliza se trasmitió inicialmente de manera oral, pues sería un anacronismo pensar que los apóstoles apuntaban todo lo que Jesús predicaba. Cuando aparece la tradición escrita la oral no desapareció, sino que se llevaron juntas por largo tiempo.

         En la redacción de los evangelios sinópticos se puede asegurar que los evangelistas recogen y transmiten la tradición evangélica que existía en la Iglesia, pero, a su vez también eran autores. De aquí a que se pueda considerar a los evangelios como libros de la Iglesia, pues esa ha sido su mayor fuente, sin embargo, los evangelistas le ponen su propio estilo literario y su propia visión teológica, ya que cada uno escribe para responder diferentes realidades y a diferentes comunidades.  
               
P.A
García

sábado, 10 de marzo de 2018

Apuntes de un Retiro Espiritual de Cuaresma


RETIRO ES ENCONTRAR EL DESIERTO DE LA VIDA

Seminaristas del Seminario Arquidiocesano San Buenaventura

    Qué bello es encontrar un lugar a solas con Dios, un lugar donde el silencio me hable, porque Dios habla en el silencio y habla al corazón. Los retiros espirituales son momentos privilegiados para hacer un stop en la vida y mirar nuestro interior en la presencia de Dios. Un retiro espiritual se guía principalmente por la meditación de los textos de las Sagradas Escrituras. Meditar es hablar con nosotros mismos y cuestionarnos sobre un tema específico, qué me dice el texto, qué rescato como más importante, a qué me invita la cita bíblica o el tema de reflexión.

A continuación expongo los apuntes del Retiro Espiritual de Cuaresma, dirigido para los Seminaristas de la Etapa Configurativa del Seminario Arquidiocesano San Buenaventura de Mérida.

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Meditar sobre Isaías 58, 1-7. Este es el ayuno que yo deseo: romper las cadenas injustas, soltar las coyundas del yugo, dejar libre a los maltratados y arrancar todo yugo.

¿Qué significa la ceniza?

A primera vista la ceniza parece ser indicativo de suciedad, sin embargo, también es símbolo de limpieza, pues con ceniza se lavan las ollas de la cocina para dejarlas con especial brillo y pulcritud. A ceniza nos recuerda que nunca dejamos de ser creaturas, polvo somos y al polvo volveremos. Dice Santo Tomás de Aquino: “de Dios venimos y a Dios volvemos”.

En la búsqueda de Dios, el santo de Hipona nos recuerda: “mi corazón está inquieto y no estará tranquilo hasta que descanse en ti”. La ceniza nos ayuda a solidarizarnos con todo el dolor que nos avecina, pues es símbolo del arrepentimiento de la humanidad, arrepentimiento de los pecados cometidos, pecados que la mayoría de las veces son la raíz de los males que nos afectan.

Ceniza significa aquello que fue y ya no es. Meditar al respecto el Salmo 102 (101)10 “como ceniza en vez de pan”. Reflexionar: ¿cómo hacerme solidario con el sufrimiento de los demás? La ceniza es el producto final de algo que pasó por fuego ardiente. Con la ceniza se comienza el regreso a Dios: a ti, Señor, la alabanza y la gloria, a nosotros la vergüenza, pues, hemos pecado.

En la vida, las cosas que hacemos tienen que ir acompañadas con la sinceridad de corazón, para así agradar a Dios. Al respecto, Leonardo Boff mantiene la tesis de que hay vida en los sacramentos, pero, debemos darle vida a los sacramentos, esto con respecto a la misma celebración litúrgica de los sacramentos, donde debe vivirse a plenitud con dinamismo y entusiasmo, pues nos encontramos frente a la gracia de Dios, don gratuito para la humanidad.

Estamos llamados a ser maestros de oración, y como celebremos y concelebremos los sacramentos, en especial la Eucaristía, vamos a enseñar a la gente a celebrar y vivir la misma fe. En todo este camino ascético tenemos el peligro de abandonar el corazón, es decir, hacer las cosas externamente pero sin que nos digan algo a nosotros mismos. Debemos actuar siempre con sinceridad de corazón y autenticidad de corazón.

Dios exclama: este pueblo me adora con sus labios, pero su corazón está lejos de mí. El hombre responde: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco ser llamado hijo tuyo, y en esta respuesta a Dios, podemos tener la tentación de no dar más.

Es necesario sanar el alma. Al respecto, todas las misas son de sanación, hay que llamar a la gente a una verdadera conversión de vida. Marcos 1,15 conviértete y cree en el Evangelio. Ceniza es fruto de fuego que arde, esto debe tenerse presente a la hora de volvernos a Dios, es decir, es necesaria una purificación.

Oración jaculatoria al Espíritu Santo: Espíritu de Dios, infunde en todo hombre la fuerza de la cruz, confirma en el creyente la gracia del amor, reúne a todos en la Iglesia.

Las tentaciones de Jesús en el desierto: (Mateo 4,1-11). La Cuaresma inicia cada año con este relato de Jesús, que pasó cuarenta días y cuarenta noches en el desierto. El Espíritu llevó a Jesús al desierto, él acaba de ser bautizado y ha recibido la misión de ser el Mesías, el Siervo sufriente. Cuarenta días es un número simbólico, también se le consigue en el diluvio por el cual Dios destruyó la tierra entera, el peregrinaje del Pueblo de Israel desde Egipto a la Tierra Prometida, también personajes como Elías y Moisés pasaron 40 días en el desierto.

El desierto de Judá está ubicado entre Jerusalén y Jericó, allí Jesús estuvo entre las fieras y los ángeles le servían, esto según el relato de Marcos, de ahí que sea Cristo el “León de Judá”. Ha habido gran cantidad de hombres y mujeres que se han ido al desierto, siguiendo el ejemplo del Señor: San Antonio Abad.

El Señor Jesús, estando con los suyos, se fue a un lugar oscuro y solitario para orar, de ahí que veamos la importancia de los Retiros Espirituales, como Cristo, nos retiramos a orar para tomar las mejores decisiones en nuestra vida, y qué mejor decisión que la de convertirnos de lleno a Dios. El desierto para nosotros hoy en día, ya no será un espacio físico, sino un espacio temporal dentro de las actividades cotidianas, momento en el que nos vamos a solas con Dios.

A veces en la práctica somos lo que menos oramos, y constantemente mandamos a la gente a orar. ¿Por qué no le damos el diezmo de oración a Dios? El diezmo de oración a Dios significa que de las 24 horas que tiene e día, una hora y cuarenta y cinco minutos sería para dedicarla a la oración, al encuentro íntimo con Dios. Es evidente, necesitamos un tiempo de desierto, cada quien procure encontrarlo, le será muy provechoso en su crecimiento espiritual.

San Agustín de Hipona nos hace una incitación: “volved a entrar en vuestro corazón; volved desde vuestro vagabundeo. Tú que te has hecho ajeno a ti mismo. Examina lo que allí percibas de Dios. En la interioridad del hombre habita Cristo”.

En el plano espiritual ¿qué significa el corazón? Es el lugar metafísico más profundo de una persona. Lugar donde nos encontramos con nosotros y con el Señor. Dios nos habla al corazón, no a los oídos. “Conócete a ti mismo”. El corazón es la parte esencial de mi realidad.

La interioridad es afincarnos a lo más auténtico que hay en nosotros. Lejos de ser “autómatas”, “esclavos de la máquina”, gente que no se pregunta el porqué de las cosas. El autómata tiene un corazón, ciertamente, pero éste le suena mecánicamente, no hay en él vida verdadera. Hay un dicho popular que reza: “a los veinte años eres incendiario, a los cuarenta bombero”, nunca debemos perder el fuego del amor y de la pasión que llevamos dentro. Tampoco debemos hacer las cosas únicamente “para que la gente se sienta chévere”, por el contrario hay que ponerle corazón a las cosas, pero dejando cosas profundas en las personas y no solamente sentimentalismos pasajeros.

En el camino de la vida, encontramos una voz terrible y tierna, es la voz de Jesús el Señor. No debemos ser hombres “pragmáticos”, de esos que dedican tiempo a todo, por sobre todo está la oración.

Un cierto “pastor”, como buen representante de la autoridad liberal la Virgen no le dice nada, ese es el peligro de aquellos que transpiran soberbia.
El gran problema de hoy en día es que no somos transparentes, nos acostumbramos a mostrar caretas a la gente, a los formadores, al Director Espiritual, al confesor, y también a los demás, para que me amen, pero no soy yo, soy un reflejo, apariencia. El otro problema de las relaciones humanas es que lo que en mi veo y detesto lo proyecto a los demás.

Nos tienen que conocer tal y como somos, sin esconder motivaciones.
“Vicios privados, pública virtud”: la historia de Job. He sido un bocón, he hablado de más, te conocía de oídas, ahora te conozco de vista. ¿A qué me llamas, Señor? El sacrificio de alabanza, la víctima más exquisita de Dios es nuestro propio corazón. Volver a Dios, volver a él siempre, pero sobre todo cuando la enfermedad espiritual, lejos de curarse, lo que hace es agrandarse.

Estar pendientes, de no ser tan mezquinos con Dios, lejos de nosotros vivir bajo esta máxima popular: “vino, placeres y hermosas mujeres”.

Pensar en lo siguiente, de repente he sido yo con mi actitud, quien he llevado a mi victimario a agredirme, si es así, corriendo debo ir a pedirle perdón. Así mismo, pedir perdón a aquel que me ha ofendido, pues puede yo mismo ser el propiciador de ello.

Dice Santa Teresa que la puerta del Castillo interior es –sin duda alguna- la oración. San Agustín de Hipona expresa la realidad de muchas almas que buscan a Dios: “tú estabas dentro de mí y yo fuera” (Confesiones 10, 27). Mateo 6, 1-4 nos enseña qué hacer para buscar a Dios. Hacerlo en lo secreto y el Padre ve y recompensa. Que no seamos esclavos del qué dirán, que seamos esclavos de la autenticidad, ser auténticos. Pero, dónde está la sana autenticidad, indudablemente la hallamos cuando la medida de mi vida, de todas las cosas, es el Señor. No seamos osados para el pecado, sino osados para la gracia. Recomienda San Anselmo: excluye todo menos a Dios.

Antes que orar por sanación física conviene hacerlo por sanación interior. El ayuno de alimentos no es el más importante ni necesario, pero, pendiente con esto, es recomendación loable de la vida del cristiano, pues a ayunar nos damos cuenta de lo poco y miserables que somos y eso nos ayuda a ser mejores con Dios, con los demás y con nosotros mismos. El ayuno que yo hago voluntariamente tiene que remediar el hambre de los demás. El hombre es lo que come, el hombre es lo que mira.

Efesios 4, 29: que no salga mala palabra de tu boca. Aquellas que nos hacen amargados y reprimidos.

Mateo 12, 36: de cada palabra inútil los hombres darán cuenta en el día del juicio.

2 Timoteo 2, 16: evita las charlas profanas.

1 Tesalonicenses 2, 13 palabras creativas y útiles.

¿Para qué Jesús fue al desierto? El que niega la existencia del mal se aleja de la Tradición bíblica y de la Iglesia. Jesús ha vencido al demonio, lo ha hecho él, que es Dios, tampoco nos demos por superiores.

Las tentaciones fueron una iniciativa del Demonio, permitidas por el Padre para la gloria de su Hijo y como enseñanza para nosotros. Jesús fue al desierto para encontrarse con su Padre Dios por la oración. En el hombre interior habita la Verdad, y la Verdad nos hará libres.

P.A
García