viernes, 23 de marzo de 2018

Homilía del Sábado Santo Ciclo B. 31 de marzo de 2018


CRISTO LUZ DEL MUNDO


Queridos hermanos. Esta es la noche santa que nos reúne para celebrar la acción litúrgica más antigua, solemne e importante de nuestra fe; la Vigilia Pascual, Madre de todas las celebraciones y por tanto, el centro del año litúrgico. Hemos iniciado esta liturgia en medio de la oscuridad, como pueblo consciente de nuestra realidad de pecado, pero unidos en la esperanza de Cristo, que resplandece como antorcha en esta noche de victoria sobre la muerte. Para hoy la reflexión girará en torno a tres palabras: la alianza, la luz y la resurrección, conscientes de que el centro de esta noche es Cristo, el Señor.

         Hermanos, cómo no estar alegres, cómo no dar gloria a Dios con nuestras vidas, si sabemos y profesamos que ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo[1]. Hemos escuchado una serie de lecturas de la Palabra de Dios que, han armonizado toda la solemnidad de esta celebración. En primer lugar es necesario meditar sobre la alianza, pues los relatos de la creación nos dicen que efectivamente, los hijos de Dios estamos hechos para gozar del Bien. Pero –para nadie es un secreto que- podemos tropezar en nuestro caminar con el dolor, porque escogemos triste y libremente el pecado o porque la Providencia de Dios permite el sufrimiento para que nos unamos a su Cruz, como pide en el Evangelio. La vida de los discípulos del Señor, así como la de nosotros hoy en día, experimenta momentos de soledad y tristeza, pues en oportunidades nos negamos a la certeza de que Dios está siempre con nosotros. Forma parte del misterio del hombre este coexistir cotidiano con el mal, una realidad que no debería desanimarnos, sino conducirnos a aumentar la esperanza en el Señor y el deseo de recurrir a Él, confiados en que el dolor y el sufrimiento no escapan a sus designios llenos de amor, como tampoco cae fuera de su providencia la invitación a arrepentirnos y recomenzar cuando hemos errado[2].

         Y ese arrepentirnos y recomenzar cuando hemos pecado, son precisamente las prácticas cuaresmales (ayuno, oración y limosna), que hicimos con la ayuda de Dios, pues somos un pueblo que busca a Dios en sus hermanos, que ha aprendido a levantarse del pecado, porque ha confiado en su Señor y también ha hecho lo posible por vivir con la dignidad que nos merecemos los hijos de Dios, dignidad que, por diversos factores, está siendo pisoteada. La alianza de Dios con su pueblo exige de nosotros el compromiso de serle fieles, pues él nos ha amado primero[3]. Hermanos, que en esta Vigilia Pascual nos decidamos de una vez y para siempre a ser fieles discípulos del Señor, propagadores de su alegría, en medio de una realidad tan hostil por la que estamos pasando como nación. La paz que viene de Dios nunca se acaba, busquémosla y multipliquémosla.

En segundo lugar, toda la noche será iluminada por el Cirio Pascual, que ya hemos bendecido con solemnidad, esa luz es Cristo. Hermanos, la luz es uno de los signos con que el hombre modestamente puede referirse a la riqueza divina; ella nace de la palabra creadora, cuya grandeza es principio y fin de toda bondad que el hombre, esclarecido por ella, percibe en la creación. «Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con sabiduría» nos relata el salmo 103. Pero, ¿qué es la luz de Dios para el hombre sino la fortaleza de espíritu, la fe y la indiscutida obediencia con que Abrahán se dispone, por mandato divino, sacrificar a su único hijo? Fue una prueba de amor recíproco, porque siglos después Dios Padre entregaría a su único Hijo como un cordero dócil, cuya sangre limpiaría el espléndido perfil, estropeado por la desobediencia humana[4]. Hoy la luz de Cristo tiene que iluminar toda nuestra vida, alejémonos de las tinieblas, seamos cristianos irradiadores de luz en la calle y en la casa. Ser luz es perdonar siempre, hacer el bien a los demás.

         La resurrección del Señor, más que un hecho histórico, es para nosotros verdad y certeza de fe, pues a esto nos adherimos con la firme esperanza de resucitar también nosotros en el día final. Con la resurrección iniciamos el tiempo pascual, que es tiempo de alegría, de una alegría que no se limita a esa época del año litúrgico, sino que se asienta en todo momento en el corazón del cristiano. Porque Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos. No: Cristo vive. Jesús es el Emmanuel: Dios con nosotros. Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos. Y ha cumplido su promesa. Dios sigue teniendo sus delicias entre los hijos de los hombres. Cristo vive en su Iglesia. Esos eran los designios de Dios: Jesús, muriendo en la Cruz, nos daba el Espíritu de Verdad y de Vida. Cristo permanece en su Iglesia: en sus sacramentos, en su liturgia, en su predicación, en toda su actividad. De modo especial Cristo sigue presente entre nosotros, en esa entrega diaria de la Sagrada Eucaristía[5].

         Hermanos, meditemos y vivamos esas palabras que hemos escuchado en el Pregón Pascual: ¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos. Ésta es la noche de la que estaba escrito: «Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo.» Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos[6]. Hoy el Señor nos invita a vivir el compromiso de su alianza, siendo luz del mundo, para resucitar cada día, pues Dios nos regala cada día como una oportunidad para ser mejores, para morir al pasado y resucitar a la vida de gracia, en su presencia, en su amor.

         Con María, la Madre del Señor, emprendamos este camino de alegría, pues gracias al sí de esta jovencita judía Dios se hace hombre, vence la muerte y nos da nueva vida. ¡Señor!, que haces resplandecer esta noche santa con la gloria de Cristo resucitado, aviva en tu Iglesia el espíritu filial, para que, renovados en cuerpo y espíritu, nos entreguemos plenamente a tu servicio[7]. Amén.

P.A
García
Barillas



[1] Pregón Pascual.
[2] Mons. Javier Echevarría (2016). Misericordia y vida cotidiana. (P. 37)
[3] 1 Juan 4, 19.
[4] Pbro. Dr. Horacio Carrero (2015). Guion Semana Santa y Pascua. (P. 56)
[5] San Josemaría Escrivá. (1973) Es Cristo que pasa. (P. 220)
[6] Pregón Pascual.
[7] Oración Colecta, Vigilia Pascual.

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