domingo, 4 de marzo de 2018

Francisco Calvo Capítulo XIV: La predicación circunstancial

LA PREDICACIÓN CIRCUNSTANCIAL


         La predicación circunstancial es la oratoria eclesiástica que se da, dentro o fuera de la celebración eucarística, cuya razón de ser no es el domingo o la festividad del día, sino otra circunstancia que puede variar ampliamente, desde la inauguración del curso escolar hasta las bodas de oro de una asociación civil o religiosa, pasando por la bendición de animales o de coches. Dentro de esta categoría hay tres casos: por su frecuencia, por su relevancia litúrgica y por sus implicaciones con el trabajo pastoral. La predicación en el bautizo, en la boda y en el funeral, serán consideradas como predicación ocasional.

         La predicación del bautismo no tiene por contenido ni la alegría por el nacimiento de un niño, ni la cuestión de su futuro, ni la tarea educativa. En este caso el tema es la gracia de la que se hace objeto a este niño, el amor de Dios manifestado en Jesucristo que se experimenta en todas las situaciones. Aquí se trata de relacionar la vida humana con los grandes hechos de Dios. Esto es válido también cuando el nacimiento del niño no ha sido recibido con alegría, ya porque no fuera deseado, ya porque ha venido enfermo al mundo, ya porque se temen experiencias amargas en su camino.

         La predicación de bodas se distingue de la del bautismo porque la atmósfera es más sentimental y está más expuesta al aire de fiesta que la predicación bautismal. Hay que recordar el aspecto sacramental para evitar que las flores, la música, el vídeo, las fotos, los padrinos y testigos vestidos de etiqueta y el vestido de la novia sean más importantes que la celebración litúrgica. Lo que el predicador dice en una homilía de bodas está marcado por la actitud que tiene en su interior respecto al matrimonio. En la boda destacan las cuestiones personales más fuertemente que en el bautismo, porque se trata aquí de la responsabilidad de los contrayentes para la realización de la vida en común El texto estará al servicio de esta situación, haciendo visible la tarea y mostrando las fuerzas que van a ayudar a cumplir esa tarea.

         La predicación en una Eucaristía de exequias siempre va acompañada de una exigencia especial, pues cada entierro es un caso serio ara la fe de la comunidad reunida. En cada entierro la fe o es fortalecida, avivada o también más o menos dificultada. La predicación de exequias tiene como objetivo poner la vida del difunto, y el dolor de los que quedan, bajo la cruz de Cristo como signo de la victoria sobre la muerte. La homilía solo podrá cumplir su tarea si nace de la convicción interior del sacerdote y la comunidad se siente interpelada personalmente. Esto solo se puede lograr cuando el sacerdote pone bajo las exigencias de lo personal todo el conjunto de la celebración. Al sacerdote se le ve como alguien que les ayuda, después del fallecimiento, a interpretar de nuevo su vida y ordenarla de nuevo. La intervención de la Iglesia se ve casi siempre todavía como algo natural. Por eso no se cuestiona al celebrante en el entierro sino que se le considera como una parte indispensable e integradora. Esta situación posibilita al sacerdote sin tensiones internas y externas cumplir adecuadamente, es decir, de una manera digna y expresiva, la tarea de la Iglesia de enterrar a los muertos y consolar a los que lloran.

         En estos tres típicos ejemplos de la homilía circunstancial el sacerdote tiene el espacio abierto para catequizar a la feligresía en la vida sacramental del catolicismo. Es una realidad muy marcada en nuestro contexto el hecho de que sea en estas oportunidades cuando asisten a templo el mayor número de fieles que, en todo el año, no se acercan al culto católico, de allí la oportunidad que debe aprovechar el que predica para atraer más a la gente a Dios por medio de la Iglesia.

P.A
García

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