jueves, 24 de octubre de 2019

El Diablo le teme a san Juan Pablo II, pero más a Benedicto XVI


BENEDICTUS P.P. XVI
Benedicto XVI
         
La fe nos enseña que nuestro Señor Jesucristo tiene poder sobre el Demonio, y así lo demuestran los Evangelios Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), pues en varios relatos él expulsa a Satanás o a sus demonios, demostrando de esta manera que el Reino de Dios ha llegado: "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28).

La Iglesia Católica, depositaria de la Verdad, manifiesta creer en el poder de Jesús sobre el Demonio; poder que a su vez suministró a sus discípulos, así lo reza el Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral 1673, donde encontramos un compendio de todo lo que debemos creer acerca de los exorcismos y la posesión diabólica:

Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó, de él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar. El exorcismo solemne sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Es importante, asegurarse, antes de celebrar el exorcismo, de que se trata de una presencia del Maligno y no de una enfermedad.
El padre Gabriele Amorth[1] fue un famoso exorcista italiano, perteneció a la Sociedad de San Pablo, comunidad fundada por el Beato Santiago Alberione. En toda su vida sacerdotal realizó más de 160.000 exorcismos. Solamente él, con toda su experiencia, puede darnos semejante testimonio que titula este artículo: El Diablo le teme a san Juan Pablo II, pero más a Benedicto XVI.

Entre otras cosas, el padre Amorth habló abiertamente en su libro El último exorcista, mi batalla contra Satanás, en entrevista con Paolo Rodari, sobre una experiencia muy particular acontecida en la Plaza de San Pedro, en una acostumbrada Audiencia Papal con Benedicto XVI, en mayo de 2009.
Benedicto XVI y su secretario Mons. Georg Ganswein

La escena ubica a dos mujeres y dos muchachos. Las mujeres eran asistentes del padre Amorth, quienes le ayudaban durante los exorcismos, rezando por el padre Amorth y por los poseídos que a él acudían. Los dos jóvenes estaban poseídos y fuera de ellos cuatro más nadie lo sabía. Ese miércoles las mujeres deciden llevar a los dos a la audiencia del Papa porque piensan que les puede ser útil. No es un misterio que muchos gestos y palabras del Papa hacen enfurecer a Satanás. No es un misterio que incluso la sola presencia del Papa inquieta y en cierto modo ayuda a los poseídos en su batalla contra aquel que los posee.

La Guardia Suiza hace pasar a los 4 a los puestos reservados a las personas incapacitadas. Los dos poseídos no hablaban nada, pues estaban inexplicablemente callados. Al sonar las 10:00 a.m. sale Benedicto XVI en su jeep blanco, acompañado por Mons. Georg Ganswein, su secretario particular. Las 2 mujeres se vuelven hacia Giovanni y Marco. Instintivamente los sostienen con los brazos. Los dos, en efecto, empiezan a comportarse de manera extraña. Giovanni tiembla y rechina los dientes. Los dos jóvenes, por la presencia papal que se aproximaba, demuestran actitudes de energúmenos.

A la vuelta del jeep papal por toda la plaza, los 2 poseídos caen al suelo. Se golpean la cabeza en el piso. Los guardias suizos los observan pero no intervienen. El jeep cumple un largo recorrido. Luego llega al fondo de la plaza, a pocos metros del portón de la basílica vaticana. El Papa baja del coche y saluda a las personas que están en las primeras filas. Giovanni y Marco, juntos, empiezan a aullar. Tendidos en el suelo aúllan. Aúllan muy fuerte. —¡Santidad, santidad, aquí estamos! -grita al Papa una de las 2 mujeres tratando de atraer su atención. Benedicto XVI se gira pero no se acerca. Ve a las 2 mujeres y a los 2 jóvenes en el suelo que gritan, babean, tiemblan, montan en cólera. Ve la mirada de odio de los 2 hombres. Una mirada dirigida contra él. El Papa no se altera. Mira de lejos. Levanta un brazo y bendice a los 4. Para los 2 poseídos es un shock furibundo. Un latigazo asestado en todo el cuerpo. Tanto que caen 3 metros atrás, tirados en el suelo. Ahora ya no gritan. Pero lloran, lloran y lloran. Gimen durante toda la audiencia. Cuando el Papa se va, vuelven en sí. Vuelven a ser ellos mismos. Y no recuerdan nada.

Con esta anécdota el padre Amorth concluye que Satanás teme muchísimo a Benedicto XVI, pues sus misas, sus bendiciones, sus palabras, son como poderosos exorcismos; todo su pontificado es un gran exorcismo contra Satanás, eficaz y poderoso. La manera como Benedicto XVI vive la liturgia. Su respeto a las reglas. Su rigor. Su postura, son eficacísimos contra Satanás. La liturgia celebrada por el Pontífice es poderosa. Satanás es herido cada vez que el Papa celebra la eucaristía.
San Juan Pablo II y el Cardenal Joseph Ratzinger

Cuenta el padre Gabriele Amorth que Monseñor Andrea Gemma, en un libro publicado en Bérgamo en el año 2009, con el título de Confidencia de un exorcista, afirma que el maligno, durante los exorcismos, reacciona violentamente a la invocación del nombre de Juan Pablo II. Durante un exorcismo el diablo habría admitido: «El vejestorio (así llama a Juan Pablo II) nos ha hecho un daño enorme, pero el que está ahora es peor...». Palabras que confirman también la profunda aversión del maligno a Benedicto XVI.

Benedictus qui venit in nomine Domine
Bendito el que viene en el nombre del Señor

P.A
García


[1] Padre Gabriele Amorth, El último exorcista, mi batalla contra Satanás, Editorial San Pablo, p.p. 93-95.

miércoles, 16 de octubre de 2019

La Teología del Deporte

TEORTE


El texto bíblico principal para conformar la Teología del Deporte es el de 1 Corintios 9, 24-27: ¿No saben que en el estadio todos corren, pero uno solo recibe el premio? Corran entonces para conseguirlo. Los que compiten se controlan en todo; y ellos lo hacen para ganar una corona corruptible, nosotros una incorruptible. Por mi parte, yo corro, pero no sin conocer el rumbo; lucho, pero no dando golpes al aire. Sino que entreno mi cuerpo y lo someto, no sea que, después de predicar a los otros, quede yo descalificado. Y en este segundo texto bíblico neo testamentario se tiene referencia también al deporte, 2 Timoteo 2, 5: Y lo mismo el atleta; no recibe la corona si no ha competido según el reglamento.

En las citas anteriores, ambas de san Pablo, se evidencia lo que para los primeros cristianos era el deporte, una actividad ejemplar, cuyas características eran dignas de imitar en la carrera por la santidad. Es que desde temprana edad, se comprendió que la capacidad de exigirse es la clave del éxito de muchas actividades: el deporte, la música, la danza, los negocios, el estudio, requieren mucho sacrificio para dar fruto; y lo mismo sucede con nuestra vida cristiana[1]. San Pablo en 1 Corintios 9, 24-27 presenta una imagen deportiva de carrera y lucha, sugerida por los «juegos ítsmicos» que se celebraban en Corinto, para ilustrar el modo de ser libre que él ha escogido: entrenamiento, disciplina y renuncia para conseguir el premio. Si en el estadio uno solo consigue la medalla deportiva, en el terreno cristiano todos y todas conseguirán el premio con tal de que corran y se esfuercen con perseverancia y tesón[2]. Ya se tiene por seguro que la vivencia de la fe cristiana requiere de esfuerzo y dedicación.

El Apóstol sabe que en esta vida hay que ser como los deportistas, vivir sabiendo sacrificar algunas cosas por mantener el rumbo de su vida en una sola dirección. Alcanzar la meta es la santidad, y por eso que debemos percibir que la lucha ascética no es algo negativo ni, por tanto, odioso, sino afirmación alegre. Es un deporte. El buen deportista no lucha para alcanzar una sola victoria, y al primer intento. Se prepara, se entrena durante mucho tiempo, con confianza y serenidad: prueba una y otra vez y, aunque al principio no triunfe, insiste tenazmente, hasta superar el obstáculo[3]. De este comentario resaltamos la alegría, muchas veces el modo de ver la vida nos anima a superar las dificultades.

Otra importante cita bíblica, que nos anima a reflexionar sobre el sentido real de la Teología del Deporte, es de Hebreos 12, 11-13: Ninguna corrección, cuando es aplicada, resulta agradable, más bien duele; pero más tarde produce en los que fueron corregidos frutos de paz y de justicia. Por tanto, fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes, enderecen las sendas para sus pies, de modo que el lesionado no caiga, sino que se sane. En este texto es precioso ver cómo se hace una buena comparación del ámbito deportivo en la fe del cristiano, pues es evidente que el predicador ha comparado las dificultades del camino con la disciplina del esfuerzo deportivo para alcanzar la meta, a imitación de Jesús que inició su carrera y la concluyó, que sufrió y triunfó[4]. En todo caso, el resultado es favorable cuando se trabaja con perseverancia por una meta.

Después de la era evangélica tenemos a los Padres de la Iglesia, y de ellos hemos obtenido una serie de recomendaciones para la vida cotidiana. A pesar de estar separados por casi dos mil años, quiero mostrarles un ejemplo, en esta oportunidad de Clemente de Alejandría, que en su libro El Pedagogo recomienda que los hombres, unos participen desnudos en las luchas, otros jueguen a la pelota pequeña, especialmente a pleno sol —a este juego lo llaman fainínda—. Para otros será suficiente un paseo yendo a pie por el campo o regresando a la ciudad[5]. Clemente hace saber a sus lectores que el deporte es una buena pedagogía para la sana diversión de los hombres, y con esto nos da una aprobación patrística a la Teología del Deporte.

En un contexto muy latinoamericano, podemos precisar que el deporte forma parte de nuestra identidad, de ahí que los obispos reunidos en Brasil en 2006 concluyeran una alabanza a Dios por el don maravilloso de la vida y por quienes la honran y la dignifican al ponerla al servicio de los demás; por el espíritu alegre de nuestros pueblos que aman la música, la danza, la poesía, el arte, el deporte y cultivan una firme esperanza en medio de problemas y luchas[6]. Realmente en América Latina se vive apasionadamente por el deporte, y si en Brasil es el fútbol, en Venezuela es el béisbol.

Los papas católicos han hablado sobre diversos temas, iluminando el transitar de la Iglesia en el mundo. En 1929 Pío XI, comentando el ambiente educativo de la Iglesia, precisó que éste no comprende solamente sus sacramentos, […], y sus ritos, […], y el recinto material del templo cristiano, […]; sino también la gran abundancia de escuelas, asociaciones y toda clase de instituciones dedicadas a llamar a la juventud en la piedad religiosa, en el estudio de las letras y de las ciencias y en el deporte y cultura física[7], abriendo con esto las puertas de manera oficial a la Iglesia en el ejercicio del deporte.

Más adelante, para el Concilio Vaticano II, en su Constitución Pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual, se hacen algunas consideraciones sobre La educación para la cultura íntegra del hombre, al respecto expresa: Empléense los descansos oportunamente para distracción del ánimo y para consolidar la salud del espíritu y del cuerpo, ya sea entregándose a actividades o a estudios libres, ya a viajes por otras regiones (turismo), con los que se afina el espíritu y los hombres se enriquecen con el mutuo conocimiento; ya con ejercicios y manifestaciones deportivas, que ayudan a conservar el equilibrio espiritual, incluso en la comunidad, y a establecer relaciones fraternas entre los hombres de todas las clases, naciones y razas[8].

Nuevamente el Concilio, toca el tema deportivo en su Declaración Gravissimum educationis sobre la educación cristiana, y en su numeral 4, dedicado a Varios medios para la educación cristiana, entre otras cosas manifiesta que: En el cumplimiento de la función de educar, la Iglesia se preocupa de todos los medios aptos, sobre todo de los que le son propios, […]. La Iglesia aprecia mucho y busca penetrar de su espíritu y dignificar también los demás medios, que pertenecen al común patrimonio de la humanidad y contribuyen grandemente a cultivar las almas y formar los hombres, como son los medios de comunicación social, los múltiples grupos culturales y deportivos, las asociaciones de jóvenes y, sobre todo, las escuelas[9].

Hasta ahora parece que todo en la Teología del Deporte va bien, pero, es necesario también advertir los peligros, para ello nos dejamos iluminar por el Catecismo de la Iglesia Católica, el cual revela que: Santificar los domingos y los días de fiesta exige un esfuerzo común. Cada cristiano debe evitar imponer sin necesidad a otro lo que le impediría guardar el día del Señor. Cuando las costumbres [deportes, restaurantes, etc.] y los compromisos sociales (servicios públicos, etc.) requieren de algunos un trabajo dominical, cada uno tiene la responsabilidad de dedicar un tiempo suficiente al descanso[10].

El mismo Catecismo, versando sobre el carácter comunitario de la vocación humana, deja claro que: Con el fin de favorecer la participación del mayor número de personas en la vida social, es preciso impulsar, alentar la creación de asociaciones e instituciones de libre iniciativa “para fines económicos, sociales, culturales, recreativos, deportivos, profesionales y políticos, tanto dentro de cada una de las naciones como en el plano mundial”[11].

Finalmente el Catecismo, hablando sobre el respeto de la salud, advierte que: La moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un valor absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo. Semejante concepción, por la selección que opera entre los fuertes y los débiles, puede conducir a la perversión de las relaciones humanas[12].

         Como se ha visto hasta ahora, el deporte, según el Magisterio de la Iglesia, es bien visto desde su potencial capacidad para incentivar en los cristianos su natural vocación comunitaria y su necesario respeto por la salud corporal, a la vez que hace énfasis en recordar que el deporte no puede estar por encima del justo cumplimiento de nuestra vida sacramental, es decir, no se puede faltar a misa dominical por la excusa de competir en un encuentro deportivo, o simplemente presenciar un juego de cualquier disciplina. Ya lo visionó un autor cristiano cuando dijo podemos ver a hombres que pierden su salud por la adoración de la salud, que se vuelven odiosos por la adoración del amor, que se convierten en paradójicamente solemnes y agotados por la idolatría del deporte[13].

La vida de los santos está ligada a la búsqueda de la salvación de los hombres, en ocasiones fundamentalmente de los jóvenes, y para ello el deporte ha sido un instrumento especial, por eso es bueno comentar un ejemplo, al respecto se cuenta que San Josemaría acudió en ocasiones a la cárcel modelo de Madrid. Allí había algunos jóvenes a los que atendía espiritualmente, encarcelados exclusivamente por motivos políticos. Vestido con sotana, en tiempos donde se agredía a los sacerdotes, les ayudaba a rezar y les animaba a aprovechar el tiempo, estudiando idiomas o repasando el catecismo. Incluso, en ese ejercicio de la caridad, les invitó a que jugaran a fútbol con presos de ideas opuestas –anticristianas–, para que, de esa amistad que se generaba con el deporte, pudiera surgir el respeto mutuo[14].
        
San Josemaría sabía que el deporte es muy importante para la juventud. Primero, para aprender a tener espíritu deportivo, que es mucho más importante que ganar cosas, así como la generosidad, la honradez, el juego limpio. Si un muchacho aprende a practicarlas en el deporte, luego podrá practicarlas en la vida[15], por eso, quizá como compensación, y desde luego para controlar las urgencias de la carne joven, san Josemaría, como tantos otros clérigos de entonces, aconsejaba a sus hijos la práctica del deporte, que en aquella España de la posguerra era básicamente el fútbol, aunque algunos, los de mejor origen social, practicaban el montañismo[16].

Hemos visto cómo, al igual que en el deporte, la vida del cristiano necesita de constancia, ejercicios y prácticas de piedad, que a la larga constituyen la recia personalidad que un cristiano debe ostentar. El luchar cada día un poco, da a la vida un tono espléndido de juventud, además de llenarla de interés. Y si nos vemos derrotados, hay que volver a empezar con el espíritu de un buen deportista. Lo importante es no abandonar, sino seguir dando un paso detrás de otro[17].

El cristianismo desde sus orígenes se caracterizó por adoptar del mundo lo que le sirve para su santificación, porque, recordemos que, Dios hizo el mundo y vio que era bueno (Gn 1,31), en este sentido, hay que reconocer que los deportistas tienen la experiencia de que sin un poco –a veces, mucho– de esfuerzo, de fatiga, de dolor, no mejoran sus marcas; y ese esfuerzo y fatiga y dolor no sólo nos les daña la salud –si es con medida–, sino que la mejora[18], pues imitemos eso nosotros en nuestra vida cristiana, para hacer un buen aprovechamiento de la Teología del Deporte.

P.A
García



[1] Juan Luis Lorda, Para ser cristianos, p. 25.
[2] Luis Alonso Schökel, Biblia de Nuestro Pueblo,  Ediciones Mensajero, Henao, España, p. 1824.
[3] San Josemaría Escrivá de Balague, Forja, n° 169.
[4] Luis Alonso Schökel, Biblia de Nuestro Pueblo,  Ediciones Mensajero, Henao, España, p. 1958.
[5] Clemente de Alejandría (1998), El Pedagogo, Editorial Gredos, Madrid, p. 303-304.
[6] Documento de Aparecida, n° 106.
[7] Divini illius magistri, n°60.
[8] Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, n°61.
[9] Concilio Vaticano II, Gravissimum educationis, n°4.
[10] Catecismo de la Iglesia Católica, n° 2187.
[11] Catecismo de la Iglesia Católica, n° 1882.
[12] Catecismo de la Iglesia Católica, n° 2289.
[13] Gilbert K. Chesterton, (1922), Por qué soy católico, p. 330.
[14] Javier Echevarría, (2016) Misericordia y vida cotidiana, Roma, p. 16-17.
[15] W. J. West, Opus Dei Ficción y Realidad, p. 7.
[16] Alberto Moncada, Historia Oral del Opus Dei, p. 51.
[17] Juan Luis Lorda, Para ser cristianos, p. 22.
[18] Juan Luis Lorda, Para der cristianos, p. 112.

domingo, 13 de octubre de 2019

Luis Castillo el “Gorila” de La Playa, Bailadores.

“EL GORILA
Luis Alberto Castillo, el "Gorila" de La Playa
Foto: Freddy Rodríguez
Nuestros pueblos andinos y su idiosincrasia son un mundo por explorar y conocer. En la cotidianidad del campo, a menudo hay paisanos que se convierten en protagonistas de la historia y así sobresalen del común. En La Playa, Bailadores, como en muchos otros pueblos, se tiene por costumbre apodar a personajes y familias por sus características físicas o de cualquier índole. De esta forma, sobrenombres tan peculiares determinan la vida de las personas, casi hasta el punto de levantar prejuicios que a la larga no permiten conocer la vida de aquellos a quienes se les adjudica tal o cual apodo.

Apreciados lectores, les presento a Luis Castillo, el “Gorila” de La Playa, como muchos lo conocieron y como pasó a la historia popular. Con este personaje guardo una alianza familiar, pues era tío de mi madre y, por ende, tío mío también, es por eso que este discurso biográfico lo extiendo con propiedad y gran afecto, a la memoria de mi tío Luis Castillo.

Luis Alberto Castillo, nació en La Playa, el 19 de junio de 1932, venezolano con cédula de identidad n° 698.588. Fue hijo natural de Tomasa Rafaela Castillo, quien lo trajo al mundo a la edad de 26 años, y por padre tuvo a un tal Pedro, que no lo reconoció como hijo. Era la época donde las mujeres traían a sus hijos al mundo y lo demás no importaba. Luis Alberto fue el mayor de 5 hermanos: Luis Alberto (1932-2011); Carmen Emilda Castillo, hija de un tal Virgilio; Eva Angelina Castillo (1945-2013), hija de Manuel Vivas; Encarnación Salas (murió al año de nacido); y María Margarita de Coromoto Salas de Calatayud (1953-2003).

Luis Castillo, el "Gorila" de La Playa, trabajando en
los cañaverales playenses.
Foto: Freddy Rodríguez
Como varón primogénito de doña Tomasa, Luis Alberto desde temprana edad se dedicó al trabajo duro del campo, saliendo de la casa materna, donde vivía con su madre Tomasa y sus tíos Juan y Florinda, los tres hermanos hijos de doña Matilde Castillo, mujer guerrera del campo, nacida en 1870.

Estudió parte de la primaria con Mons. Luis Alfonso Márquez en la tradicional Escuela “Graduada Estado Falcón”, que estaba ubicada en la hermosa casona, hoy en día propiedad de la Familia Mora Sánchez, frente a la plaza del pueblo con la carretera trasandina. Contó Mons. Márquez que una vez les tocó esconderse en la acequia, para evitar ser reclutados por las fuerzas policiales del dictador tachirense Marcos Evangelista Pérez Jiménez, pues eran las épocas de las famosas redadas.

Luis Alberto en el trabajo de campo se dedicó principalmente a picar caña para los trapiches playenses, así como sacar tierra para camiones en la quebrada La Arenosa, trabajando durante muchos años para el sr. Elio Castillo, distinguido playense, cuyo onomástico lo ostenta el Centro de Educación Inicial (Preescolar) de La Playa.

Durante toda su vida, su madre Tomasa Rafaela lo quiso con especial amor, reconociéndolo, incluso, hasta la hora de su muerte, cuando cayó en notable delirio a raíz de su fractura de fémur en 2003.

A Luis Castillo le gustaba mucho asustar a los niños, pues por su aspecto de “gorila”, su color de piel, el abundante bello en los brazos y su metro ochenta le bastaban para tal apodo. Gozaba riendo al ver cómo corrían los niños, huyendo de su presencia, pero en una oportunidad hubo de palidecerse, pues una niña, al intentar esquivarlo en una acera de Las Delicias, cruzó la calle sin percatarse del carro que venía, y como decimos coloquialmente: “se vio bajita”.

Luis Alberto Castillo, el "Gorila" en sus años
de mayor plenitud obrera.
Foto: Freddy Rodríguez
Luis “Gorila” fue un campesino sabio, por su vasta experiencia de vida y por su característica pasión por la lectura, sin ningún título universitario. Como anécdota personal recuerdo que en una oportunidad me corrigió un ensayo sobre la hallaca, cuando yo estudiaba primer o segundo grado. Leía periódico toda la mañana, por lo general con uno o varios días de retraso, y por la tarde algún libro, que terminaba de leer no sin dejarlo todo manchado con chimó.

No fue para nada tímido o reprimido, pues se le recuerda participando durante varios años como Jefe Gladiador en el famoso acto cultural “Paso de Reyes” en La Playa, destacando su actuación agresiva e impactante. Para el evento vestía un gran pantalón corto, adornado a la usanza de la época romana, y en su mano un grueso palo de bambú, traído de la mata que estaba frente a la Escuela Flor de Maldonado.

A los 50 años se casó, por civil y por la Iglesia Católica, con la Sra. Marina Garzón, de nacionalidad colombiana. Soñó con tener hijos y familia, pero su matrimonio no prosperó. Tal vez el licor y su fuerte carácter, rústico y tosco, impidió la consumación familiar. Los hijos que no tuvo con la Sra. Marina, la vida se los dio en sus sobrinos y criados, a quienes amó con delicada paternidad, haciéndose cargo de la alimentación de los mismos. Ese era su orgullo, darle de comer a quienes él quería. Algunos de los que fueron criados a costa del trabajo de Luis “Gorila”, años más tarde, se avergonzaron de él, tal vez por su aspecto tan deteriorado y enfermo. Luis Alberto, fue víctima de desprecios e incomprensiones por parte de aquellos a quienes él había amado con locura. No fue hombre de besos y abrazos, pero sí de muy buen corazón.

En 1967, su pequeño sobrino Alexander Castillo se ahogó en la acequia, era el primer hijo de su hermana Eva. La culpa recayó sobre su conciencia durante toda la vida, pues el niño había sido dejado al cuidado de doña Tomasa, y al llegar él a comer, ella descuidó a la criatura que, al verse libre de la presencia de los mayores, corrió a la acequia que pasaba por el solar de la casa, ahogándose al caer en ella.

Luis Alberto Castillo, en la Avenida Rivas Dávila
Foto: Freddy Rodríguez
Luis, ya en la última etapa de su vida, bajaba caminando, ayudado por su bastón y luego por su andadera, desde su casa en Las Delicias hasta la casa de su hermana Eva, detrás de la Iglesia, donde pasaba todo el día, se le atendía con las tres comidas, leía periódico, descansaba en una silla, y a veces en una colchoneta. Al llegar la tarde, el sr. Nabor Salas o el sr. Alexis Castillo le brindaban un aventón en sus vehículos hasta su casa.

Estando en casa de su hermana Eva, mandaba a comprar acemas en la Panadería Betania, frente a la Plaza Bolívar, y cuando el café o guarapo no estaba listo, se comía las acemas con agua, que siempre mantenía en un pote de Gatorade. Todos los días jugaba la lotería, la negativa diaria no le desanimaba, y cuando salía ganador invertía la pequeña fortuna en “chimó de gancho”, comprado en la bodega de la Sra. Elogia Vivas, la “canaja”, como él le llamaba. Siempre manifestó su deseo de pasar sus últimos días en casa de su hermana Eva, quien lo atendía esmeradamente. De igual manera era atendido en su casa en Las Delicias, construcción que él mismo obsequió a su sobrino Alfonso Pereira.

En una oportunidad, estando ya muy enfermo, se escondió de Mons. Luis Alfonso Márquez Molina, que vino a La Playa de visita Pastoral, pues exclamó que, él tan desarreglado y enfermo no se dejaría ver de su antiguo compañero de infancia, tan elegante y estudiado.

Entre sus frases más dichas tenía una, un poco particular, pues cuando se enojaba, acostumbraba nombrar a “los trescientos mil diablos”.

En 2010, por iniciativa del Instituto Municipal de la Cultura (INMUCU) del Municipio Rivas Dávila, se develó en la Casa de la Cultura de Bailadores un cuadro al óleo de Luis Alberto Castillo el “Gorila” de La Playa. El autor de dicha obra es Dioban Márquez Carrillo, quien logró atrapar a la perfección, con su técnica artística, la sonrisa de mi tío Luis en sus días finales por este mundo.

Luis Castillo el "Gorila" y
el paso de reyes en La Playa.
Foto: Alejandro Castillo
En una ocasión, su hermana Eva contrató al Sr. Nabor Salas, y en su vehículo llevamos a mi tío Luis a pasear. El recorrido fue largo, pero gratificante para él. Salimos de La Playa, bajamos a Tovar, tomamos la vía de Zea, subimos por El Amparo hasta el Páramo de Mariño, para que tío viera las lagunas, de ahí partimos para Bailadores y en un momento fuimos hasta el molino de Las Tapias, para luego regresar definitivamente a La Playa. Durante todo el paseo tío Luis estuvo alegre, sonriente y muy observador. Para su comodidad dispusimos de varias colchonetas, pues él debía ir sentado en la parte de atrás conmigo. Tenía años sin salir de La Playa. Fueron esos momentos en los que disfrutó y se sintió querido por los suyos.

Los últimos años de su vida los sufrió mucho por su deteriorada salud. A causa de sus males de próstata vivía a diario orinado, además le dolía mucho las rodillas, hasta el punto de quedar tullido. Tuvo una silla de ruedas donada, que le facilitó mucho el traslado desde su casa hasta la de su hermana Eva, o hasta la Plaza Bolívar. La gente que lo saludaba le colaboraba monetariamente, para el chimó y para la lotería. Las pastillas para aliviar sus innumerables dolores se las compraba su hermana Eva, la mujer que lo supo atender y entender hasta el día de su repentina muerte, sobrevenida a causa de un ataque al corazón, en la madrugada del domingo 14 de agosto de 2011 a los 79 años de edad.

Recuerdo que en esas vacaciones de 2011 fue mi ingreso al Seminario Menor de los Legionarios de Cristo, y como es de suponer, fui a despedirme de mi tío Luis. Subí el sábado 25 de junio en horas de la tarde con mi abuela Eva, ella fue la que le explicó en voz alta, por la sordera, que yo iba a despedirme, pues ingresaría en el Seminario. Él quedó muy confundido, tal vez no entendió a qué lugar me iría yo tan joven, solamente manifestó cierta preocupación, pues se quedaría sin quien mandar para que le compraran el chimó y el tique de la lotería. La despedida fue sentida, al menos para mí. Esa fue la última vez que lo vi, sin lugar a dudas, las lágrimas estuvieron presentes. Un mes y medio después entregó su alma al Creador.

Luis Castillo el "Gorila" a la izquierda. En los trabajos del
puente sobre el río Zarzales en La Playa, sector El Verde.
Foto: Alejandro Castillo
Finalizo este sencillo periplo biográfico con las palabras del Geógrafo José Herrera sobre mi tío Luis Castillo.

[…] fue hace varios años, uno de los hombres de más fuerte contextura física de La Playa, con andar pausado, pero con paso firme, peluqueado casi a ras del cuero cabelludo, de hablar grueso y dicharachero, mirada fija, obrero único en La Playa, capaz de cargar un camión volteo de seis metros cúbicos de arena, en menos de dos horas, escupidor de chimó, participante en las actividades de reyes el 6 de enero, donde actuaba muy bien como uno de los jefes del rey Herodes, con su vestimenta tipo romano, mostrando su cara risueña, sus enormes brazos y piernas, conformadas por músculos muy bien definidos y la barriga ligeramente sobresaliente, donde relucía una correa brillante muy ancha[1].
P.A
García



[1] José Herrera, (2013), La Playa entre Tovar y Bailadores, sus orígenes, costumbres, leyendas y algo más (segunda edición), Fondo Editorial Cátedra Bolivariana Don Antonio María Belandria Rosales, Bailadores, Mérida, Venezuela, p.p. 187-188.

sábado, 12 de octubre de 2019

El fútbol venezolano y su origen católico.

BALÓN SAGRADO
Padre Feliciano Gastaminza

¿Qué es el fútbol? Interesante explicación:

Deporte que se juega sobre un campo rectangular entre dos equipos de once jugadores. En ambos extremos del campo se sitúan las metas constituidas por el espacio delimitado entre dos palos verticales sobre los que va montado un tercero horizontalmente. La duración de un partido es de noventa minutos, dividido en dos tiempos de cuarenta y cinco; es vencedor el equipo que consigue introducir más veces un balón esférico en la meta contraria. El origen del fútbol, a pesar de ser un deporte antiquísimo, se puede precisar en 1823, en el Colegio Rugby, en Inglaterra[1].

A Venezuela llegó el fútbol a finales del siglo XIX. Se conoce por tradición oral que para el día 16 de julio de 1876, en honor a Nuestra Señora del Carmen, en El Callao, estado Bolívar, se realizó el primer “partido de fútbol”[2], participando en este improvisado encuentro algunos ingleses, trinitarios y venezolanos que trabajaban como mineros en la extracción de oro y caucho. El primitivo encuentro deportivo fue lo más informal que se puede pensar, pues apenas se estaba conociendo el curioso entretenimiento.

Es de suponer que el fútbol pudo haber estado presente en otros lugares de la nación, sin embargo, años más tarde, para principios de la década del 20 del siglo pasado, el fútbol comienza a estar presente en el ambiente juvenil del venezolano capitalino y se hace necesaria su organización, en esto la Iglesia Católica desempeñó un papel protagónico. El padre Feliciano Gastaminza, promotor de la práctica del fútbol en los colegios caraqueños se destaca entre quienes asumen la creación de las primeras estructuras que trabajen por normar y vigilar el nuevo deporte. Para ello se tomó como base los reglamentos de la Federación Vasca de Fútbol, dividiendo los equipos en tres categorías: Infantil, Segunda División y Primera División.

Allí donde hubiese un Colegio Católico había también un aficionado equipo de fútbol, es por eso que el deporte rey tuvo su génesis, al menos en Venezuela, gracias a la pastoral educativa del catolicismo.

Desde 1912 se tienen referencias de que en la ciudad de Barquisimeto, estado Lara, sacerdotes del Colegio La Salle promovían la práctica del fútbol, mientras en Mérida, las mañanas de domingos eran para asistir a Misa, y con la misma religiosidad jugar el fútbol. Esta tradición se impone a partir de 1927, con la fundación del Colegio San José de Mérida por parte de sacerdotes jesuitas, pasando la pasión por el fútbol de esta institución a la Universidad de Los Andes.

Para el merideño de antaño era un orgullo contar con las mejores áreas deportivas del Estado en el Colegio San José. Sus estudiantes se enfrentaban intercolegialmente con el “Gonzaga” de Maracaibo y el “San Ignacio” de Caracas, como anfitriones o invitados. En el Colegio San José “la más destacada de las disciplinas practicadas fue el fútbol. La afición de los padres jesuitas hacia ese deporte fue transmitida a los alumnos e inclusive a la comunidad merideña. Italo de Filipis, Guillermo Soto Rosa, Luis Ghersy Govea, capitanearon los equipos del Colegio y se destacaron por sus actuaciones[3].

P.A
García



[1] Diccionario Enciclopédico Vox, (1976,) Barcelona, p. 2497.
[2] Vinotinto, orígenes de una pasión, (2012), Colección Cine Archivo. (Director: Andrés Crema).
[3] Carmen H. Carrasquel Jerez, (1998), El Colegio San José: los jesuitas en Mérida (1927-1962), Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, p. 171.