El texto bíblico principal para
conformar la Teología del Deporte es
el de 1 Corintios 9, 24-27: ¿No saben que en el
estadio todos corren, pero uno solo recibe el premio? Corran entonces para
conseguirlo. Los que compiten se controlan en todo; y ellos lo hacen para ganar
una corona corruptible, nosotros una incorruptible. Por mi parte, yo corro,
pero no sin conocer el rumbo; lucho, pero no dando golpes al aire. Sino que
entreno mi cuerpo y lo someto, no sea que, después de predicar a los otros,
quede yo descalificado. Y en este segundo texto bíblico neo testamentario
se tiene referencia también al deporte, 2 Timoteo
2, 5: Y lo mismo el
atleta; no recibe la corona si no ha competido según el reglamento.
En las citas anteriores, ambas de san
Pablo, se evidencia lo que para los primeros cristianos era el deporte, una
actividad ejemplar, cuyas características eran dignas de imitar en la carrera
por la santidad. Es que desde temprana edad, se comprendió que la capacidad de exigirse es la clave del
éxito de muchas actividades: el deporte, la música, la danza, los negocios, el
estudio, requieren mucho sacrificio para dar fruto; y lo mismo sucede con
nuestra vida cristiana[1]. San
Pablo en 1 Corintios 9, 24-27
presenta una imagen deportiva de carrera
y lucha, sugerida por los «juegos ítsmicos» que se celebraban en Corinto, para
ilustrar el modo de ser libre que él ha escogido: entrenamiento, disciplina y
renuncia para conseguir el premio. Si en el estadio uno solo consigue la medalla
deportiva, en el terreno cristiano todos y todas conseguirán el premio con tal
de que corran y se esfuercen con perseverancia y tesón[2]. Ya
se tiene por seguro que la vivencia de la fe cristiana requiere de esfuerzo y
dedicación.
El Apóstol sabe que en esta vida hay
que ser como los deportistas, vivir sabiendo sacrificar algunas cosas por
mantener el rumbo de su vida en una sola dirección. Alcanzar la meta es la
santidad, y por eso que debemos percibir que
la lucha ascética no es algo negativo ni, por tanto, odioso, sino afirmación
alegre. Es un deporte. El buen deportista no lucha para alcanzar una sola
victoria, y al primer intento. Se prepara, se entrena durante mucho tiempo, con
confianza y serenidad: prueba una y otra vez y, aunque al principio no triunfe,
insiste tenazmente, hasta superar el obstáculo[3]. De
este comentario resaltamos la alegría, muchas veces el modo de ver la vida nos
anima a superar las dificultades.
Otra importante cita bíblica, que nos
anima a reflexionar sobre el sentido real de la Teología del Deporte, es de Hebreos
12, 11-13: Ninguna corrección, cuando
es aplicada, resulta agradable, más bien duele; pero más tarde produce en los
que fueron corregidos frutos de paz y de justicia. Por tanto, fortalezcan los
brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes, enderecen las sendas para
sus pies, de modo que el lesionado no caiga, sino que se sane. En este
texto es precioso ver cómo se hace una buena comparación del ámbito deportivo
en la fe del cristiano, pues es evidente que el predicador ha comparado las dificultades del camino con la
disciplina del esfuerzo deportivo para alcanzar la meta, a imitación de Jesús
que inició su carrera y la concluyó, que sufrió y triunfó[4]. En
todo caso, el resultado es favorable cuando se trabaja con perseverancia por
una meta.
Después de la era evangélica tenemos a los
Padres de la Iglesia, y de ellos hemos obtenido una serie de recomendaciones
para la vida cotidiana. A pesar de estar separados por casi dos mil años,
quiero mostrarles un ejemplo, en esta oportunidad de Clemente de Alejandría,
que en su libro El Pedagogo
recomienda que los hombres, unos
participen desnudos en las luchas, otros jueguen a la pelota pequeña,
especialmente a pleno sol —a este juego lo llaman fainínda—. Para otros será
suficiente un paseo yendo a pie por el campo o regresando a la ciudad[5]. Clemente
hace saber a sus lectores que el deporte es una buena pedagogía para la sana
diversión de los hombres, y con esto nos da una aprobación patrística a la Teología del Deporte.
En un contexto muy latinoamericano,
podemos precisar que el deporte forma parte de nuestra identidad, de ahí que
los obispos reunidos en Brasil en 2006 concluyeran una alabanza a Dios por el don maravilloso de la vida y
por quienes la honran y la dignifican al ponerla al servicio de los demás; por
el espíritu alegre de nuestros pueblos que aman la música, la danza, la poesía,
el arte, el deporte y cultivan una
firme esperanza en medio de problemas y luchas[6].
Realmente en América Latina se vive apasionadamente por el deporte, y si en
Brasil es el fútbol, en Venezuela es el béisbol.
Los papas católicos han hablado sobre
diversos temas, iluminando el transitar de la Iglesia en el mundo. En 1929 Pío
XI, comentando el ambiente educativo de la Iglesia, precisó que éste no comprende solamente sus sacramentos, […],
y sus ritos, […], y el recinto material del templo cristiano, […]; sino también
la gran abundancia de escuelas, asociaciones y toda clase de instituciones
dedicadas a llamar a la juventud en la piedad religiosa, en el estudio de las
letras y de las ciencias y en el deporte
y cultura física[7],
abriendo con esto las puertas de manera oficial a la Iglesia en el
ejercicio del deporte.
Más adelante, para el Concilio Vaticano
II, en su Constitución Pastoral Gaudium
et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual, se hacen algunas
consideraciones sobre La educación para
la cultura íntegra del hombre, al respecto expresa: Empléense los descansos oportunamente para distracción del ánimo y para
consolidar la salud del espíritu y del cuerpo, ya sea entregándose a actividades
o a estudios libres, ya a viajes por otras regiones (turismo), con los que se
afina el espíritu y los hombres se enriquecen con el mutuo conocimiento; ya con ejercicios y manifestaciones
deportivas, que ayudan a conservar el equilibrio espiritual, incluso en la
comunidad, y a establecer relaciones fraternas entre los hombres de todas las
clases, naciones y razas[8].
Nuevamente el Concilio, toca el tema
deportivo en su Declaración Gravissimum
educationis sobre la educación cristiana, y en su numeral 4, dedicado a Varios medios para la educación cristiana, entre
otras cosas manifiesta que: En el
cumplimiento de la función de educar, la Iglesia se preocupa de todos los
medios aptos, sobre todo de los que le son propios, […]. La Iglesia aprecia
mucho y busca penetrar de su espíritu y dignificar también los demás medios,
que pertenecen al común patrimonio de la humanidad y contribuyen grandemente a
cultivar las almas y formar los hombres, como son los medios de comunicación
social, los múltiples grupos culturales y deportivos,
las asociaciones de jóvenes y, sobre todo, las escuelas[9].
Hasta ahora parece que todo en la Teología del Deporte va bien, pero, es
necesario también advertir los peligros, para ello nos dejamos iluminar por el
Catecismo de la Iglesia Católica, el cual revela que: Santificar los domingos y los días de fiesta exige un esfuerzo común.
Cada cristiano debe evitar imponer sin necesidad a otro lo que le impediría
guardar el día del Señor. Cuando las costumbres [deportes, restaurantes, etc.] y los compromisos sociales (servicios
públicos, etc.) requieren de algunos un trabajo dominical, cada uno tiene la
responsabilidad de dedicar un tiempo suficiente al descanso[10].
El mismo Catecismo, versando sobre el
carácter comunitario de la vocación humana, deja claro que: Con el fin de favorecer la participación del
mayor número de personas en la vida social, es preciso impulsar, alentar la
creación de asociaciones e instituciones de libre iniciativa “para fines
económicos, sociales, culturales, recreativos, deportivos, profesionales y políticos, tanto dentro de cada una de
las naciones como en el plano mundial”[11].
Finalmente el Catecismo, hablando sobre
el respeto de la salud, advierte que: La
moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un valor
absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a promover el culto
del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo. Semejante
concepción, por la selección que opera entre los fuertes y los débiles, puede
conducir a la perversión de las relaciones humanas[12].
Como se ha
visto hasta ahora, el deporte, según el Magisterio de la Iglesia, es bien visto
desde su potencial capacidad para incentivar en los cristianos su natural
vocación comunitaria y su necesario respeto por la salud corporal, a la vez que
hace énfasis en recordar que el deporte no puede estar por encima del justo
cumplimiento de nuestra vida sacramental, es decir, no se puede faltar a misa
dominical por la excusa de competir en un encuentro deportivo, o simplemente
presenciar un juego de cualquier disciplina. Ya lo visionó un autor cristiano
cuando dijo podemos ver a hombres que
pierden su salud por la adoración de la salud, que se vuelven odiosos por la
adoración del amor, que se convierten en paradójicamente solemnes y agotados
por la idolatría del deporte[13].
La vida de los santos está ligada a la
búsqueda de la salvación de los hombres, en ocasiones fundamentalmente de los
jóvenes, y para ello el deporte ha sido un instrumento especial, por eso es
bueno comentar un ejemplo, al respecto se cuenta que San Josemaría acudió en ocasiones a la cárcel modelo de Madrid. Allí
había algunos jóvenes a los que atendía espiritualmente, encarcelados
exclusivamente por motivos políticos. Vestido con sotana, en tiempos donde se
agredía a los sacerdotes, les ayudaba a rezar y les animaba a aprovechar el
tiempo, estudiando idiomas o repasando el catecismo. Incluso, en ese ejercicio
de la caridad, les invitó a que jugaran
a fútbol con presos de ideas opuestas –anticristianas–, para que, de esa amistad que se generaba con el deporte,
pudiera surgir el respeto mutuo[14].
San Josemaría sabía que el deporte es muy
importante para la juventud. Primero, para aprender a tener espíritu deportivo,
que es mucho más importante que ganar cosas, así como la generosidad, la
honradez, el juego limpio. Si un muchacho aprende a practicarlas en el deporte,
luego podrá practicarlas en la vida[15],
por eso, quizá como compensación, y desde luego para controlar las urgencias de
la carne joven, san Josemaría, como tantos otros clérigos de entonces,
aconsejaba a sus hijos la práctica del deporte, que en aquella España de la
posguerra era básicamente el fútbol, aunque algunos, los de mejor origen
social, practicaban el montañismo[16].
Hemos visto cómo, al igual que en el
deporte, la vida del cristiano necesita de constancia, ejercicios y prácticas
de piedad, que a la larga constituyen la recia personalidad que un cristiano
debe ostentar. El luchar cada día un poco, da a la vida un tono espléndido de
juventud, además de llenarla de interés. Y si nos vemos derrotados, hay que volver
a empezar con el espíritu de un buen deportista. Lo importante es no abandonar,
sino seguir dando un paso detrás de otro[17].
El cristianismo desde sus orígenes se
caracterizó por adoptar del mundo lo que le sirve para su santificación,
porque, recordemos que, Dios hizo el mundo y vio que era bueno (Gn 1,31), en
este sentido, hay que reconocer que los deportistas tienen la experiencia de
que sin un poco –a veces, mucho– de esfuerzo, de fatiga, de dolor, no mejoran
sus marcas; y ese esfuerzo y fatiga y dolor no sólo nos les daña la salud –si
es con medida–, sino que la mejora[18],
pues imitemos eso nosotros en nuestra vida cristiana, para hacer un buen
aprovechamiento de la Teología del
Deporte.
P.A
García
[1] Juan Luis Lorda, Para ser cristianos, p.
25.
[4] Luis Alonso Schökel, Biblia
de Nuestro Pueblo, Ediciones
Mensajero, Henao, España, p. 1958.
[5] Clemente de Alejandría (1998), El
Pedagogo, Editorial Gredos, Madrid, p. 303-304.
[6] Documento de Aparecida, n° 106.
[8] Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, n°61.
[9] Concilio Vaticano II, Gravissimum educationis, n°4.
[10] Catecismo de la Iglesia Católica, n°
2187.
[11] Catecismo de la Iglesia Católica, n°
1882.
[12] Catecismo de la Iglesia Católica, n°
2289.
[14] Javier Echevarría, (2016) Misericordia
y vida cotidiana, Roma, p.
16-17.
[15] W. J. West, Opus Dei Ficción y Realidad,
p. 7.
[16] Alberto Moncada, Historia Oral del Opus Dei,
p. 51.
[17] Juan Luis Lorda, Para ser cristianos, p.
22.
[18] Juan Luis Lorda, Para der cristianos, p.
112.
"al igual que en el deporte, la vida del cristiano necesita de constancia, ejercicios y prácticas de piedad, que a la larga constituyen la recia personalidad que un cristiano debe ostentar." Y es que el ser Cristiano es un músculo que se debe ejercitar para que sea de fé fuerte, se debe entrenar a través del estudio, de la oración, la meditación, la vocación. Su medalla o corona es la opacidad de su labor frente al brillo de Dios, el buen deportista Cristiano no destaca su nombre, por el contrario trata de hacerse invisible para que nuestro Padre sea el protagonista de toda obra.
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