Naturalmente ante una
llamada hay una respuesta. Jesús llamó a doce hombres para que estuvieran con
él (Mc. 3,14), formando una comunidad apostólica, ciertamente modelo de toda
orden o congregación religiosa del catolicismo actual. En el siguiente ensayo
se presentarán los orígenes del monacato en Oriente y Occidente, en consecución
a la misma llamada de Jesús.
El Catecismo de la Iglesia
Católica, en su numeral 925 explica lo que significa la vida religiosa, para la
de la Iglesia, al respecto asevera lo siguiente:
Nacida en Oriente en los primeros siglos del cristianismo y vivida en
los institutos canónicamente erigidos por la Iglesia, la vida religiosa se
distingue de las otras formas de vida consagrada por el aspecto cultual, la
profesión pública de los consejos evangélicos, la vida fraterna llevada en
común, y por el testimonio dado de la unión de Cristo y de la Iglesia.
Vida religiosa
Esencialmente la vida
religiosa es un signo de presencia y compromiso carismático, donde sus miembros
se sitúan fuera de la estructural clerical, para mantenerse alejados de las
instituciones, con el fin de desarrollar un tipo de vida evangélica por libre,
según la tendencia espiritual de cada grupo. Es a partir de la reforma
gregoriana del siglo XI, culminando con el Concilio de Trento en el siglo XVI,
cuando todas las órdenes religiosas quedaron bajo la autoridad directa de la
Iglesia católica de Roma, en la persona del Sumo Pontífice.
La vida religiosa, desde
sus orígenes ha venido considerándose como la libre unión de hombres o de
mujeres, especialmente:
Dedicados al cultivo de los ´consejos evangélicos´, de un modo más
privado o más público (en comunidad, con votos de obediencia, pobreza y
castidad, conforme a los votos tradicionales). Pues bien, en principio, lo que
llamamos ´vida religiosa´ no es algo especial, exclusivo de algunos hombres y
mujeres más dotados que otros, sino un elemento general de todas las formas de
vida cristiana.
Nótese desde ahora, que la generalidad de la vida religiosa atañe a
todos los cristianos, sin embargo, lo que conviene en este ensayo es demostrar
el origen, significado y objetivo de esta ´vida religiosa´ de las comunidades u
órdenes existentes.
Los objetivos de la vida
religiosa, o del monaquismo, ´vivir solos´, son el desapego del mundo para
vivir más unido a Dios en la oración y contemplación, dentro del camino de la
ascesis. Esto responde a lo que se vio en los primeros años del cristianismo,
cuando algunas personas quisieron alcanzar la perfección cristiana, viviendo
con radicalidad los consejos evangélicos, de manera especial la virginidad.
El fundamento de la vida
religiosa encuentra su razón en la vivencia de los votos, la famosa tríada de
pobreza, castidad y obediencia, pues se renuncia así a los tres grandes valores
humanos que estos votos implican, siguiendo el ejemplo de Jesús, con vistas a
la perfección del Padre.
El ascetismo y el monacato:
universalidad
Ascesis es una palabra que
deriva del griego ´ejercitarse´, pudiéndose definir como el sendero hacia la
perfección cristiana, o lo que es también el conjunto de medios empleados para
alcanzarla.
Lleva al hombre desde la observancia de la ley a la libertad, a través
de la invitación que hizo el mismo Cristo a la renuncia, a la abnegación en la
lucha por el Reino. También puede entenderse por ascética aquella parte de la
teología que trata de la perfección cristiana.
La génesis del movimiento ascético – monacal tiene sus apariciones con
Orígenes de Alejandría, ya que contribuyó, con su doctrina neoplatónica, “a la
preparación de un ambiente propicio al nacimiento del monaquismo, movimiento de
excepcional importancia, sobre todo, en la iglesia alejandrina”.
Sin embargo, la tradición
considera que el monacato cristiano:
Surgió en Egipto en la segunda mitad del siglo III y que su fundador fue
Antonio un joven campesino de familia media y educación cristiana que, muertos
sus padres, se acercó un día a la iglesia y oyó unas palabras del Evangelio que
sintió iban dirigidas a él: ´Si quieres ser perfecto, ve, vende todas tus
posesiones y dáselas a los pobres; y ven y sígueme, y tendrás un tesoro en los
cielos´ (Mt 19,21).
La palabra ascesis:
Parece haber sido sugerida por las metáforas deportivas que san Pablo,
lo mismo que los estoicos, no ha dudado en aplicar a la vida espiritual (cf. en
especial 1 Cor 9, 24-25, que se ha comparado frecuentemente con Mt 11, 12). La
palabra ascética, tomada sustantivamente, designará, por consiguiente, la
ciencia teológica de este combate espiritual.
Al surgir la interrogante sobre la universalidad del monacato, se debe
comprender, que, ciertamente es:
Un fenómeno universal que encuentra su expresión en todas las religiones
con un determinado nivel de desarrollo. En muchas religiones anteriores al
cristianismo han existido y existen aún formas «marginales» de vivir que pueden
ser calificadas de «monacato».
Es común en el fenómeno
del monacato universal la existencia de al menos tres coincidencias
fundamentales, estas son “La separación del mundo, algunas prácticas ascéticas,
y una aspiración mística”.
Antecedentes bíblicos del
monacato cristiano
En síntesis, para el siglo I san Pablo:
Alude a la presencia de un grupo de vírgenes en la comunidad de Corinto,
de lo contrario no tendrían explicación las alabanzas que tributa a la vida en
virginidad (1 Cor 7,25-35). El propio San Pablo alude a las viudas que se han
consagrado a Dios (1 Tim 5,3). Las cuatro hijas del diácono Felipe abrazaron la
vida en virginidad (Hch 21,9). Clemente Romano (t 95) atestigua la presencia de
un grupo de ascetas, continentes y vírgenes, en la comunidad de Corinto, a
finales del siglo I.
Sin embargo, todas estas consideraciones parten de un único ejemplo, el
de Cristo, que numerosas veces animó a sus discípulos a dejarlo todo para
seguirlo, como lo refieren Marcos 8,34; Mateo 16,24; Lucas 9,23.
El ascetismo pre monástico
Aunque no de una manera tan organizada en estructura y reglas, la
experiencia de la vida religiosa vino a vivirse en el primitivo cristianismo,
las noticias que se tienen al respecto son abundantes:
La historia de la Iglesia se abre con una conversión del corazón y de
las costumbres que se manifiesta en el estilo admirable de vida de comunidad
primitiva de Jerusalén: comunicación de bienes, perseverancia en la oración y
fracción del pan, comunión con los hermanos para formar ´un solo corazón y una
sola alma´, y escucha de la palabra y obediencia a los apóstoles (Hch 2,42;
4,32).
El ascetismo pre monástico del que se ha hablado, fue durante los tres
primeros siglos un fermento de virtud y ejemplo en medio de las comunidades
cristianas, también llamadas iglesias, sin embargo, se corrió el serio peligro
de hacer una profunda incisión de los cristianos en general, que vendrían a
dividirse en dos modos posibles de existencia cristiana con dos grados
diferentes de vocación, a la misma llamada universal de la santidad.
El monacato en oriente
San Antonio, iniciador del
anacoretismo
El anacoreta es aquel que se retira al desierto o a algún lugar
solitario, para buscar, a través de la ascesis y la contemplación, la unión
profunda con Dios, una vez convertido el anacoretismo en un fenómeno religioso,
por el elevado número de los que acataron dichas maneras de vivir, se
identificó a Egipto como el lugar central que dio origen a este progreso
espiritual.
San Antonio es el
prototipo de los solitarios, su biografía fue escrita por san Atanasio. Siendo
todavía un joven egipcio, Antonio (255-356), abandonó hacia el año 273 su
aldea, para encontrarse con un solitario anónimo, bajo cuya dirección se puso.
San Antonio se refugió en esta montaña en busca de la soledad más
completa, aunque muy pronto se vio rodeado de discípulos, y al fin abandonó
este lugar para refugiarse en la Tebaida, que desde entonces se convirtió en el
centro espiritual de todos los monjes solitarios.
San Pacomio, fundador de la vida
cenobítica
El cenobita es el monje que vive en unión con Dios en un lugar de vida
en comunidad, de ahí sus raíces griegas, ´koinos´, común, y ´bios´, vida, es
decir, vida en común. El cenobitismo es la forma del monaquismo más difundida,
que comenzó en Egipto hacia el año 320 d.C., propiciada por san Pacomio.
San Pacomio vivió entre
los años 290 y 346 d.C., había nacido en la región de Esneh, en Egipto. Con 20
años de edad, después de haber sido privado de su libertad, fue cuidado por
unos cristianos, lo que le anima a encomendarse a Dios. Al salir libre, se hizo
bautizar, para vivir algunos años en la soledad, antes de llegar a su vida el
anacoreta Palamón, con quien pasó siete años.
El ideal comunitario de San Pacomio se llevaba a la práctica en la
puesta en común de los bienes materiales, como signo particularmente eficaz de
la completa abnegación del propio yo. El anacoreta y el semianacoreta podían
disponer del fruto de su trabajo, pero el monje pacomiano no tiene nada
absolutamente como propio. La comunidad pacomiana implicaba también
necesariamente la sumisión y el servicio mutuos, en cuanto instrumentos de
purificación del corazón.
La fraternidad evangélica de san
Basilio
San Basilio nació en el año 329 d.C. en el seno de una familia
profundamente cristiana, de testimonios y valiosos mártires. Había recibido una
buena formación bíblica, para bautizarse a los 29 años. Peregrinó por un año
conociendo las diferentes corrientes monacales, finalmente se retiró en un
espacio de su propiedad, donde formó comunidad, fue ordenado sacerdote y luego
obispo, murió en el año 379.
La comunidad evangélica de
san Basilio se basó en su reflexión sobre “las relaciones fraternas como
distintivo de la espiritualidad cristiana en general; el amor a Dios exige el
amor al prójimo; y por el amor al prójimo se llega al amor de Dios”.
San Basilio salió de su apartamiento voluntario para atender las realidades de
la comunidad eclesial, “de este modo, en contraposición al monacato del
desierto, tanto anacorético como cenobítico, el monacato basiliano se abría a
la gran Comunidad eclesial y al servicio de la misma sociedad”.
La comunidad basiliana, en contraposición al monasterio pacomiano, está
compuesta por un grupo reducido de hermanos que alternan la oración, el estudio
y el diálogo. Los hermanos viven juntos, oran, trabajan y comen juntos;
trabajan manualmente para proveer a su propio sustento; pero también trabajan
intelectualmente: leen la Sagrada Escritura, leen a Orígenes, practican el
diálogo como medio de estudio y de aprendizaje y de comunicación entre sí.
El monacato en occidente
Évagrio Póntico
Évagrio Póntico es un ´maestro de la oración´, y para él parece
imposible ser monje sin retirarse del mundo y sumergirse en la hesiquía, por
eso manifestaba que “No es posible tener éxito en la vida monástica y
frecuentar al mismo tiempo la ciudad en donde el alma se llena de una
muchedumbre de pensamientos variados que le vienen de fuera”.
En Évagrio Póntico, la hesiquía es un ´estilo de vida´, es una ´ciencia´
o arte, es la ´gracia´ de Dios, por lo que recomienda a los monjes “Haz todo lo
que puedas, todo lo que te sea posible para vivir en la hesiquía”.
Al matiz liberal del monacato, Evagrio Póntico le añade un rasgo
intelectual. Evidentemente él no se interesa por el puro saber de la cultura,
pero enseña una especie de gnosis -con un matiz origenista - que no puede negar
su rasgo subjetivista y asacramental. El saber se convierte en teoría de la
experiencia de Dios y de la mística; la visión de Cristo suplanta el sacramento
cristiano; el derecho es interpretado pneumáticamente como dikaiosyné del
gnóstico.
Juan
Casiano
Natural de Escitia, nació en el 360 d.C. teniendo como norte en su vida
el mundo monacal. En el año 416 fundó dos monasterios en Marsella, uno
masculino y otro femenino. Casiano fue primero monje en Palestina y luego en
Egipto. En Constantinopla fue nombrado diácono, más tarde vivió en Antioquía,
donde se le ordenó presbítero. Fue uno de los grandes propagadores de los
ideales del desierto entre los occidentales, para quienes compuso dos obras de
contenido ascético, las Instituciones
cenobíticas y las Colaciones.
En traslado del tesoro del monacato oriental a Occidente fue producto de
Juan Casiano, y fue doctrina suya y de sus seguidores considerar que:
El hombre puede alcanzar por sus propias fuerzas el comienzo de la fe; y
con esto ya merece la gracia necesaria para realizar buenas obras; una vez
alcanzada la justificación, ya no se necesita la gracia para perseverar en el
bien.
La comunión fraterna de san
Agustín
Aurelio Agustín nació en Tagaste, en el año 354 d.C., al encontrarse en
Milán con san Ambrosio y el neoplatonismo, se enmarca definitivamente en las
filas del cristianismo, fue obispo de Hipona, murió en el 430 d.C..
Para él, el servicio de Dios se realiza esencialmente en la concordia fraterna;
es decir, la comunión no aparece ya como un elemento más, incluso importante,
entre los demás elementos ascéticos, sino que en cierto modo lo es todo. El
cristiano dirige a Dios su culto a través del prójimo; lo cual, sin embargo, no
excluye la relación con Dios en la oración, en la que San Agustín ha
descubierto un profundo filón subjetivo de la piedad, sino que hace de las
relaciones fraternas el centro del culto tributado a Dios.
Esta comunidad fraterna agustiniana, formada al norte de África, en
Hipona, pudo convertirse en un semillero de obispos para muchas comunidades,
quienes a su vez “implantaban en sus casas episcopales un monasterio semejante
al de la casa-madre de Hipona”.
Fue así como el monacato agustiniano se expande, y a pesar de esto, alcanzado el norte del Mediterráneo es cierto
que el monacato agustiniano desapareció por completo.
El monacato occidental
Según e orden cronológico expuesto, el monacato primitivo autóctono del
norte del Mediterráneo, “existente en otras regiones de la Península italiana,
fue olvidado debido al impacto causado por la presencia del monacato fundado
por San Benito en la primera mitad del siglo VI”.
San Benito (entre el 480 y el 547 d.C.), que quiso superar el riesgo de
los monjes solitarios, giróvagos y errantes de su tiempo que entendían el
Evangelio como un proceso de búsqueda individual, conforme a las inspiraciones
de cada uno. Por lo que establece el monasterio, es decir, una casa estable,
donde los hermanos puedan vivir en común y alabar a Dios como familia dirigida
y animada por un padre espiritual, un Abad que se presenta como guía y modelo.
La afirmación diversificada de estas formas cenobíticas en Occidente
encontrará una síntesis original en la Regla de san Benito (t por el 547), que,
asimilando el pensamiento pacomiano y la experiencia basiliana, se impondrá
sobre las otras formas de vida religiosa asociada por la determinación clara de
sus funciones, su sólida organización interna y su inserción en la Iglesia
local.
San Benito aporta una solución al problema del trabajo, a su ambigüedad
negativa-positiva, pues con su ´Ora et labora´, reza y trabaja logra suavizar
la vertiente áspera del trabajo duro y anónimo, pues considera que se necesita
la fuerza del Dios que, después de hacer el cosmos, encargó al hombre la tarea
de mejorarlo con su ayuda.
Conclusión
La vida religiosa inició
en el cristianismo como una respuesta necesaria al ferviente deseo de a las
almas conscientes del llamado de Dios. En la actualidad sigue siendo común que
hombres y mujeres decidan apartarse del mundo para dedicarse de manera
exclusiva a Dios, sin embargo, la religión, y en este sentido la vida religiosa
en su comprensión más general, no puede ser cosa de unos pocos, sino de todos,
los bautizados, en primer lugar.
La actual teología del
Papa Francisco resalta el valor del laicado, y es que así ha venido siendo
desde el Concilio Vaticano II, la eclesialidad es más Pueblo de Dios, comunidad
de creyentes, que élites separadas por estilos de vidas abismalmente diferentes
entre sí.
La Iglesia del siglo XXI,
sin caer en los peligros de la secularización o del clericalismo, busca hacer
presente el Evangelio de Cristo en medio del mundo. Para esto están las manos
generosas de cuantas congregaciones y órdenes religiosas existen, a la par de
las manos de todo el mundo laico, que es, y siempre será la mayoría en la
Iglesia.
Comprender los orígenes
del monacato ayuda a los nuevos creyentes a tener una fe más pura y más
evangélica en Cristo, Salvador de los hombres, que sigue llamando y espera
respuesta inmediata.
P.A
García
Bibliografía
Álvarez, J., 2001. Historia
de la Iglesia. Edad Antigua. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
Andrés, R. d., 2004. Diccionario Existencial
Cristiano. Navarra: Verbo Divino.
Bouyer, L., 1973. Diccionario de Teología. Barcelona:
Herder.
Manuel Sotomayor y José Fernández, 2003. Historia del
Cristianismo. I El mundo antiguo. Madrid: Trotta.
Pacomio, L., 1995. Diccionario Teológico
Enciclopédico. Navarra: Verbo Divino.
Petrosillo, P., 1996. El cristianismo de la A a la Z.
Léxico de la fe cristiana. Madrid: San Pablo.
Rahner, K., 1978. Sacramentum Mundi. Enciclopedia
Teológica. Barcelona: Herder.
Xabier Pikaza y Abelmumin Aya, 2009. Diccionario de
las tres religiones. Judaísmo, Cristianismo, Islam.. Navarra: Verbo
Divino.