Es propio de toda introducción definir con sencillez el tema del que se
hará la disquisición, por eso, es preciso indicar que la palabra “Filosofía” viene a significar, por sus
vocablos griegos, amor a la sabiduría[1], sentimiento que
mueve al hombre que ama la sabiduría “filósofo”
a inmiscuirse ante el curso natural del mundo para reflexionar, sobre Dios, el
mundo y el hombre mismo, siendo consciente de que el contexto en que pudo nacer
la filosofía griega, de la que versará el siguiente ensayo, fue en realidad
preparado por la poesía[2].
Pero, ¿por qué detenerse hoy en día en la Filosofía? Es de común acuerdo entre los estudiosos de esta ciencia,
que “una de las bases de la cultura general es conocer los orígenes de la
Filosofía occidental, que se hallan en la Antigua Grecia”[3],
por lo que será tema central del presente trabajo discutir sobre los
principales fundamentos filosóficos de las escuelas presocráticas, sofistas y
del mismo Sócrates.
El desarrollo de la idea general de esta investigación se hará de manera
cronológica, pues “ninguna filosofía se puede entender realmente del todo si no
se la ve en su contexto histórico y a la luz de sus relaciones con los demás
sistemas”[4],
lo que exige de aquí en adelante una exposición resumida como sustanciosa de
los objetivos planteados. No es menester de este ensayo, por ende, abarcar la
totalidad de los pensadores a continuación expuestos.
Escuela Jónica
La mayoría de los filósofos de la antigüedad pueden ubicarse como
miembros de una escuela en particular, entendiendo ´escuela´ como corriente
filosófica en sí. Por su posición geográfica propicia para el comercio e
intercambio de ideas, “las primeras manifestaciones de la Filosofía griega
brotan en las colonias jónicas del Asia Menor”[5],
de allí el nombre de la Escuela que apañó en su seno a los primeros filósofos
que conoció la humanidad, tales como: Tales, Anaximandro, Anaxímenes y
Heráclito, los tres primeros oriundos de la ciudad de Mileto y el último de
Éfeso.
En la búsqueda de un origen natural, estos filósofos se destacaron por
su acatada labor, sin embargo, la idea de un principio ordenador que rija el
descomedimiento y la combinación de las cosas estaba ya en el mito-poesía. “La
poesía y el drama ponían de manifiesto la estructura ordenada del discurso, la
música ordenaba los sonidos, la escultura combina ordenadamente formas y
líneas”[6].
Tales de Mileto
El primero de todos es Tales. De este personaje se conoce que fue,
además de filósofo, político, astrónomo, físico y matemático, ubicándose su
nacimiento hacia el 623 antes de Cristo (a.C.) y su deceso para el 546 (a.C.)[7],
siendo llamado por Aristóteles como el ´Padre de la Filosofía´ se considera que
no tuvo instrucción de maestro alguno, por lo que en él se ubica el inicio
empírico de la reflexión sobre el origen de las cosas[8].
El origen de todas las cosas o ´arjé´
del que Tales emprende su búsqueda, es un origen esencial, no temporal[9],
de aquí que Aristóteles manifieste la pretensión de Tales, al afirmar que:
Tales dice que el principio es el agua, por la cual afirmaba también que
la tierra se sostiene sobre el agua; quizá sus razones fueran el ver que el
alimento de todas las cosas es húmedo y que lo cálido se engendra y vive en la
humedad; pues aquello de que todo se engendra es el principio de todo. Por eso
siguió tales conjeturas y también porque las semillas de todas las cosas son de
naturaleza húmeda y el agua es para lo húmedo el principio de su naturaleza[10].
La lectura que se tenga de
este planteamiento ha sido tan diversa como el número de filósofos que se hayan
topado con ella, de igual manera, considerando los autores y el estudio mismo
de Tales, se tiene que su valor reside en que fue él:
Quien planteó la cuestión acerca de cuál sea la naturaleza última,
fundamental, del mundo, y no en la respuesta que él diese de hecho a tal
pregunta, ni en las razones con que apoyara su respuesta, fueran las que fuesen[11].
Anaximandro de Mileto
Cronológicamente contemporáneo con Tales de Mileto, Anaximandro (610
a.C. - 545 a.C.) es quien escribe por primera vez filosofía griega, estrenando
el uso de la palabra principio ´arjé´
para hacer referencia a la sustancia única[12],
y siendo discípulo de Tales, no estuvo de acuerdo con que el agua fuese el
principio de todas las cosas, ciertamente, planteó notables diferencias[13].
Según el filósofo Diógenes Laercio, Anaximandro afirmó que:
´El infinito es el principio´. Este principio, ´arjé´, es el fundamento
de la generación de las cosas, aquello que las abarca y domina, pero un
fundamento constituido por algo inmortal e imperecedero, por lo indeterminado,
lo indiferenciado[14].
Anaximandro, conocedor de la geografía, astronomía, matemática y
política, justificó su pensamiento sobre el ´arjé´
de las cosas, con un nuevo término, el ´apeiron´,
que viene a ser lo –indeterminado, indefinido, ilimitado- otorgándole
cualidades de una materia con las siguientes peculiares características:
“primordial, homogénea, indeterminada, cualificada, eterna, imperecedera,
inmutable, incorruptible, inagotablemente fecunda, generadora de todos los
seres y a la cual todos retornan”[15].
Anaximandro da el gran paso de la sencilla designación de una sustancia
como origen de la naturaleza, a una idea de ésta, mucho más profunda, que se
orienta hacia las características de lo que será la filosofía presocrática[16],
este pensamiento supone la superación de la designación de un elemento único
como primordial, llegando a concebir un infinito indeterminado, origen de todas
las cosas, en este sentido, intenta por lo menos responder de algún modo a la
cuestión de cómo evolucionó el mundo a partir de aquel elemento primero[17].
Anaxímenes de Mileto
El último de la Escuela de Mileto es éste Anaxímenes -para diferenciarlo
de Anaxímenes de Lámpsaco- que vivió entre el 585 y 528 a.C., y cuyas teorías
vienen a ser las menos importantes, pues hay pocas referencias confiables en lo
sucesivo de su influencia sobre otros, sin embargo, de su vida se conoce que
fue discípulo de Anaximandro, y que logró perfeccionar el reloj de sol de su
mentor[18].
Será común en todos los filósofos la invención o mejoramiento de algún objeto
de utilidad práctica.
Anaxímenes, análogo a Tales, tomó como principio una materia
determinada, que es el aire ´éther´,
atribuyéndole a ésta los caracteres del principio de Anaximandro, viendo en el
aire la fuerza que anima el mundo[19].
Para Anaxímenes:
El mundo es como un gigantesco animal que respira: y su aliento es su
vida y su alma. Del aire nacen todas las cosas que hay, que fueron y que serán,
incluso los dioses y las cosas divinas. El aire es principio de movimiento y de
toda mutación. Anaxímenes llega a decirnos incluso de qué modo el aire
determina la transformación de las cosas: se trata del doble proceso de la
rarefacción y de la condensación[20].
No se puede confundir el
aire de Anaxímenes con el aire natural o atmosférico, por el contrario, éste
encuentra su mejor explicación al comprender que es un “Protoelemento eterno,
´divino´, viviente, ilimitado, inextinguible, sutil, ligerísimo, penetrante,
movilísimo, casi incorpóreo”[21],
que viene a ser el principio de todo movimiento y de la vida misma, el
principio de todas las cosas, que tanto se empeñaron en descifrar.
En Anaximandro se consigue
un primitivo equivalente filosófico con el pensamiento teológico con respecto a
la vida humana, pues, como lo refiere Génesis (2, 7) “Dios formó al hombre con
polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre
un ser viviente”, de esta manera para
Anaximandro “el aire es el elemento vivo y dinámico; es, como el alma humana,
un aliento o un hálito, que se opone a la pasividad de la materia y que, al
mismo tiempo, la informa”[22],
dichas similitudes no dejan de ser anacrónicas.
Escuela Pitagórica
Pitágoras de Samos
Natural de la isla de Samos, se trasladó hasta Crotona, donde funda una
asociación de carácter filosófico-religioso[23],
se cree que vivió entre los siglos VI y V a.C. y hubo de fallecer al sur de
Italia, en Metaponte[24].
Platón ni hace mención de él en su filosofía, sin embargo, lo que se tiene de
su doctrina, puede deberse al interés que le prestó Aristóteles, pues escribió
un libro Sobre los pitagóricos, que
se extravió[25]. Necesariamente de ahora
en adelante, hablar de Pitágoras es hablar de los pitagóricos.
La doctrina de la trasmigración de las almas a través de los cuerpos de
hombres y animales, que se atribuye a Pitágoras, no puede ser considerada como
reflexión filosófica, pues esto se inserta frecuentemente en el folklore[26],
razón por la cual el pitagorismo es más un conglomerado de creencias
religiosas, aunque siga teniendo una fuerte influencia en las creencias
orientales, donde impera el tema de la reencarnación, muy en contraposición de
las bases del cristianismo.
Esta escuela es relacionada directamente con la música, la armonía del
mundo, de las cosas. Según el gran Aristóteles, los pitagóricos creían “que los
elementos de los números eran la esencia de todas las cosas, y que los cielos
eran armonía y número”[27],
por eso, sintetizando a la Escuela de Pitágoras, se tiene que:
Los NÚMEROS y la AMONÍA son los principios constitutivos de las cosas.
TODO ES NÚMERO y ARMONÍA. De esta manera, la ARMONÍA es la causa y el
fundamento del COSMOS (esto es: del ORDEN del Universo)[28].
La gloria que perpetuó a los pitagóricos, en resumen, fue su filosofía
numérica, matemática y musical, ya que a ellos “les cautivó la importancia del
número en el cosmos: todas las cosas son numerables, y muchas las podemos
expresar numéricamente”[29],
es así como en su filosofar, “la relación entre dos cosas relacionadas se puede
expresar por una proporción numérica; el orden existente en una cantidad de
sujetos ordenados se puede expresar mediante números; y así sucesivamente”[30].
Sin embargo, lo que más les impresionó fue el descubrir que los intervalos
musicales que hay entre las notas de la lira podían expresarse numéricamente,
génesis primitiva de la actual escritura musical.
Aunque con matices diferentes, las ideas de la escuela pitagórica,
conoce su similitud con lo que más adelante vivirán las órdenes religiosas del
cristianismo, pues, así como en estas, para los pitagóricos “era necesario
abstenerse de ciertos alimentos (carne, habas) y observar el celibato. Además,
en los grados más altos de los pitagóricos vivían en completa comunidad de
bienes”[31].
No para pocos pensadores, las doctrinas cristianas beben directamente de la
fuente filosófica griega.
Heráclito de Éfeso
Natural de Éfeso, era conocido con el apelativo de el Oscuro, fue el autor de El
Universo, obra que algunos consideran el primer texto verdaderamente
filosófico[32]. Éste pensador vivió
entre los siglos VI y V a.C., siendo recordado como un autodidacta, consciente
de su propia grandeza y de vida solitaria[33].
Con este personaje se da por terminada la filosofía jónica, “que por primera
vez aborda el problema mismo de la investigación y del hombre que la emprende”[34].
El apodo de el Oscuro se le
adjudica a Heráclito porque en su único libro Sobre la naturaleza se dedicó a escribir muchos de sus fragmentos
como si fueran adivinanzas, por lo que podían leerse con variedad de
significados[35], dando paso abierto al
misterio. Su vida estuvo marcada por un gran desapego al poder, pues siendo de
familia real, decidió renunciar a sus derechos a favor de su hermano, para
poder dedicarse a tiempo completo al ejercicio filosófico[36],
ejemplo que adoptará más de uno en los siglos venideros.
Uno de los presupuestos filosóficos de Heráclito era la lucha de los
contrarios, lo que viene a explicare así:
Para Heráclito, todo lo que existe, incluidos los hombres, los animales,
las plantas y las estrellas, es el resultado de una lucha de contrarios, donde
todo cambia sin cesar. De esta manera el día se convierte en noche, el calor en
frío, lo joven en viejo, lo pequeño en grande, y lo vivo en muerto[37].
Esta concepción tuvo su origen cuando Heráclito descubrió que el mundo
cambia todo el tiempo, al notar que nadie se baña dos veces en el mismo río,
pues el agua corre sin parar, y por eso cada vez el agua es diferente,
cambiando el nivel del agua, y las mismas orillas del río, que se erosionan y
se transforman[38].
Heráclito pensaba que era la guerra como un generador de todas las
cosas, pues a unos declaraba dioses y a otros hombres, a unos esclavos y a
otros libres, y en su opinión, los hombres no comprendían cómo lo diferente
está en relación con el hombre mismo, es decir, como una armonía de tensiones
opuestas, y ponía el ejemplo del arco y la lira, afirmando que lo contrario es
lo que conviene, pues para él la armonía oculta es mejor que la manifiesta[39].
El centro ideológico de Heráclito era el fuego, pues pensaba que “la
sustancia que sea principio del mundo debe explicar el incesante devenir de
éste con su propia y extrema movilidad”[40],
sin embargo, en su filosofía este fuego pierde todo carácter corpóreo, pues es
un principio activo, inteligente y creador[41],
de ahí que manifestara claramente que el mundo, tal y como es, como él lo
experimentó, “no ha sido creado por ninguno de los dioses ni de los hombres,
sino que fue siempre, es y será fuego eternamente vivo que se enciende según un
orden regular y se apaga según un orden regular”[42].
Hasta donde se ha visto, Heráclito parece ver el mundo desde el
movimiento de las cosas y su dispersión y unión, sin embargo, éste filósofo,
que fue el pensador más inminente de los presocráticos, tiene mucho más que
aportar, pues:
Formula vigorosamente el problema de la unidad permanente del ser frente
a la pluralidad e inestabilidad de las cosas particulares transitorias y aspira
a resolverlo estableciendo la existencia de una ley universal fija que rige
todos los acontecimientos particulares, y que es el fundamento de la armonía
universal del cosmos por encima de todas las antítesis y contradicciones[43].
En resumen, el punto central de la doctrina de Heráclito es el llamado a
una vida de acuerdo con la verdad, pensamiento ético que se concibe desde una
ley divina, como prototipo de todas las leyes humanas, donde el logos es el poseedor de la verdad, y por
ende, el resto de verdades forman parte de la razón universal, donde se es
consciente que la autoridad no proviene de sí mismo, como conocedor de las
cosas, sino de la razón misma, siendo esta la trascendencia del logos[44].
Escuela Eleática
En la ciudad de Elea, al sur de Italia, surgió una escuela filosófica,
cuya fundación se le adjudica a Jenófanes, sin embargo, no hay veracidad
histórica de que esto haya sido así, por lo que se debe tener a Jenófanes como
promotor de la misma[45].
De Jenófanes y Parménides se hablará al tratar esta Escuela, que vio luz en el
siglo V a.C., y cuyos miembros gustaron en explicar la realidad con paradojas[46],
similitud que se consigue con las enseñanzas del Maestro de Nazaret, que
acostumbraba también a hablar en parábolas.
Jenófanes de Colofón
Nació en Colofón, ciudad de Asia Menor, viviendo sus 92 años entre las
mitades de los siglos VI y V a.C., de joven se dedicó a recitar sus poemas en
festines, banquetes y ceremonias, por lo que lo tenían por ´sabio vagabundo´,
su influencia en las gentes se debió a su presencia en actividades sociales, lo
contrario a Heráclito que optó por la soledad, empecinándose por juzgar
pedagógicamente las costumbres y creencias de su época, de manera enfática los
triunfos de atletas y héroes olímpicos, a los que consideraba que se le rendía
una idolatría popular[47].
El pensamiento de Jenófanes parece estar en contraposición con el de
Heráclito, pues éste creía en un conocimiento universal de las cosas, en cambio
él descubre el contraste entre verdad y apariencia, y entre certeza y opinión,
pues parece que no hay certeza, siendo todo opiniones, llegando a afirmar que
“Lo cierto no lo supo ningún hombre, ni habrá nadie que lo sepa”[48].
Jenófanes trae a la palestra un tema de vigorosa importancia para el
acontecer posterior de la filosofía y la teología, al deducir que “los
vivientes nacen del fango, o sea, de la tierra mezclada con el agua”[49],
encontrando evidente similitud con el texto del Génesis (2,7) donde se menciona
que “Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo”.
Es de sumo interés lo que llegó a pensar Jenófanes con respecto al
antropomorfismo religioso, pues aseveró que “los hombres, dice, creen que los
dioses han tenido nacimiento y poseen voz y cuerpo semejante al nuestro”[50],
cuestión que más adelante rechazaría de igual manera el monoteísmo judaico,
hasta cierto punto.
En este sentido, parece que Jenófanes intuyó el monoteísmo, pues pensó
que:
(Hay) un único Dios; de todo lo que puede uno representarse, lo más
grande; en nada parecido, en figura ni idea, a todo lo mortal… él ve, él
piensa… él oye… siempre en el mismo lugar, sin moverse ni para un lado ni para
el otro; no le cuadra moverse aquí, ahora y, en otro momento, allí[51].
Es evidente, a este respecto, que este ser único, es como una
adivinación de la naturaleza misma, siendo así que con Jenófanes y Heráclito,
se llega al estadio en que la física de los jónicos da a luz a una teología
contraria en su totalidad a la de los mitos existentes de la época[52].
Notable avance en el discurrir filosófico-teológico, que, como se ha
mencionado, había tenido un origen en los poemas, precisamente donde se
encontraban los más fantásticos relatos de héroes y dioses griegos.
Parménides de Elea
Natural de Elea, hacia el 515 a.C., fue considerado el presocrático más importante, pues abrió el
camino a la tradición de reflexiones sobre el fenómeno del ser, lo que también
se llamará metafísica[53],
se cree que, con 65 años, Parménides fue en compañía de Zenón a Atenas, donde
hubo de encontrarse con el joven Sócrates[54],
de allí que la influencia de unos filósofos a otros sea tan evidente.
En el filosofar de Parménides, “establece su dilema entre ser y no-ser,
pretendiendo que hay que elegir forzosamente entre uno de los términos de la
alternativa”[55], y he aquí su gran
conclusión:
Parménides elimina primero la posibilidad del no-ser, pues es
contradictorio afirmar que el no-ser sea, pues no es, y si fuera algo ya no
sería no-ser. Luego descarta la posibilidad de la coexistencia del ser y el
no-ser, pues el no-ser no es y no puede ser al mismo tiempo el ser. Queda
únicamente el ser[56].
En este sentido, al ser que es objeto del pensamiento, Parménides le va
a atribuir los mismos caracteres que su
antecesor Jenófanes había dado al dios-todo, reduciéndolos a una sola modalidad
fundamental: la necesidad[57].
Es por eso que concluye en que “el ser es y no puede no ser”[58],
siendo esta la tesis principal de Parménides, en la que apunta lo “que es para
él el sentido fundamental del ser en general y que constituye el principio
directivo de la investigación racional”[59].
Nuevamente se ha de relacionar la concepción de Parménides, de la
necesidad del ser, para compararla con la afirmación bíblica sobre Dios, cuando
al pretender manifestarse a Moisés, en Éxodo (3.14), se autodefine como ´Yo soy
el que soy´, este Dios de Moisés, es ´el que Es´, el Ser.
El problema del ser en Parménides podría resumirse de la siguiente
manera: por la vía de la razón, y no de los sentidos, primero el no-ser no
existe, luego no es posible que el ser exista y no exista a la vez, y finalmente
el ser existe y es imposible que no exista, considerando los demás seres como
ilusiones u opiniones de los sentidos[60].
Pero parece que hubo una falla en su filosofía, y esta fue en aplicar
ingenuamente el principio de identidad del ser, con lo cual negaba rotundamente
toda pluralidad, diversidad y movimiento[61],
por lo que:
De esa suerte traza el camino a los racionalismos idealistas, que se
cumple en tres etapas: prescindir, por abstracción, de las modalidades de los
seres para considerar sólo la propiedad comunísima del Ser; atribuirle a este
ser abstracto una existencia y realidad ontológicas; prescindir de los sentidos
para replegarse en la sola inteligencia del ser (subjetivismo)[62].
A pesar de dejar bien clara la falla de Parménides, su novedad juega más
hacia el triunfo de su pensamiento, pues con su método racional y crítico, se
tiene el punto de partida de toda la dialéctica filosófica griega, pues de lo
real, al momento de ser pensado, debe decirse que es, no pudiéndose decir que
no es, al no poderse conocer y expresar aquello que no es[63].
Escuela Atomista
El fundador de esta escuela fue Leucipo de Mileto, según Aristóteles y
Teofrasto, y con ella se plantea una nueva solución al problema de la unidad
del ser y de la pluralidad de las cosas[64].
Sin embargo, la filosofía en conjunto de esta escuela, es “el desarrollo lógico
de la filosofía de Empédocles”[65].
En esencia lo que se plantea de aquí en adelante es “una multiplicación o
pulverización del ´ser único´ de Parménides, por medio de la cual se conservan
algunas de sus ventajas sin participar de todos sus inconvenientes”[66].
Empédocles de
Agrigento
Era de Agrigento, en Sicilia, de familia noble, opinó políticamente en
contra de la oligarquía, por lo que sufrió el destierro, muriendo probablemente
en Peloponeso[67]. El horizonte de sus
pensamientos está en el deseo de investigar la naturaleza de un modo
científico, para poder dominarla, siendo su principal propósito dar con las
fuerzas que someten el gobierno del mundo natural, para así convertirlas al servicio
de la humanidad[68]. Es más:
“Se debe a Empédocles la formulación más precisa de la llamada ´doctrina
de los cuatro elementos´ (tierra, agua, fuego, aire; o, mejor, ´lo sólido´, ´lo
líquido´, ´lo seco´, ´lo gaseoso´), de tan persistente influencia en la
Antigüedad y Edad Media y hasta principios de la época moderna”[69].
Al ser un continuador de la filosofía jónica,
Empédocles viene a desarrollar la explicación del universo, en la cual todo
fenómeno natural es considerado como la mezcla de los cuatro elementos antes
mencionados, a los que les da los nombres divinos de: Nestis, Zeus, Hera,
Edoneo, y los define como eternos e indestructibles[70],
siendo de este modo como “todas las cosas nacen y perecen por unión y
separación de los mismos, de tal suerte que la cualidad de cada objeto reside
en la proporción en que cada uno de los elementos entra en la mezcla”[71].
Empédocles puede verse como un sintetizador de
filósofos anteriores, sobre todo cuando explica al Ser que es eterno e
indestructible, pues es integrado por cuatro elementos distintos, de los que a
su vez se componen las cosas, correspondiendo cada elemento a un antecesor
suyo, como se verá: el agua a Tales, el aire a Anaxímenes, el fuego a Heráclito
y la tierra a Jenófanes[72].
Hay una razón bastante curiosa por la cual estos
elementos forman el universo existente, y es precisamente por su mezcla y
disgregación, producida la primera por la Amistad, y la segunda por el Odio[73],
es en este sentido que Empédocles cree que:
Hay, pues, dos procesos mundiales inversos entre sí y eternamente
alternos: el que va de la mezcla a la disgregación, y el que va de la
disgregación a la mezcla; orden invariable, porque el Odio y la Amistad se han
comprometido mediante juramento a cederse alternativamente la preponderancia[74].
Es así como se explica que la preponderancia de un elemento o de otro de
lugar a los diversos estados del mundo, cuando la Amistad prevalece todo se
concentra en un punto, pero cuando el Odio reina todo se disgrega, cuestión que
tuvo gran influencia en la posteridad, como evidente combinación de las teorías
de Heráclito y Parménides, sin embargo, con el concepto de elemento abre
horizonte atomista de Demócrito y Leucipo[75].
Anaxágoras de
Clazomene
Vivió entre el 499 y el 428 a.C., y había nacido en Clazomene, fue
destacadamente un hombre de ciencia, desprendido también de lo material,
consideraba que su patria era el cielo, pues se desvivía por observar la luna y
las estrellas, siendo el primero en adentrar el filosofar en la Atenas
gobernada por Pericles[76].
Estimado durante su vida más lo fue tras su muerte en Lámpsaco, donde le acuñaron
monedas con su figura y levantaron dos altares en honor suyo[77].
Anaxágoras es recordado por su Nous,
siendo este el origen del movimiento, pues lo cree un ser pensante, racional y
todopoderoso, que es capaz de gobernar el mundo gracias al conocimiento que
posee, nous viene a significar
´mente´[78].
De igual forma de todo su cometido queda el aporte de su método de
investigación, en el que concibe “la relación entre la experiencia y el
intelecto, algo que tendrá profundas influencias en toda la posterior
investigación filosófica”[79].
Anaxágoras conoce y reclama también aquel principio fundamental de
Parménides, pues ´de la nada, nada sale, porque todo sale del ser´, por eso
pensó que ´todo está en todo´, pues ´en cada cosa están contenidas todas las
cosas´[80].
Es así como llega a aseverar que:
´En el manjar que comemos están contenidas todas las cosas´. Del pan salen
los huesos, la carne, los cabellos, las uñas. Del agua nacen y se nutren las
plantas, el tronco, las hojas y los frutos. Pero nada se cambia ni se
transforma. Sólo hay unión y separación de los elementos[81].
En este cometido, Anaxágoras pensaba que las sensaciones eran
consecuencias del dolor, pues éste se producía por el contacto de lo
desemejante, y aquellas se producía por los contrarios, es decir, lo que es más
caliente a más fío que el hombre es precisamente lo que lo calienta o lo
enfría, pensando, de igual manera, que todos los seres vivos, hasta las
plantas, poseían un poco de la inteligencia universal del Nous, participando así del principio del movimiento[82].
Demócrito de Abdera
Es el mayor naturalista de su tiempo, nacido en Abdera, hacia el 450 a.C.,
contemporáneo con Platón, parte de su herencia la gastó en viajes, es recordado
como el típico sabio distraído, algunas de las obras que se le adjudican tal
vez no manifiesten su doctrina, sino la de la escuela atomista, que por su
parte, como se ha visto, está de acuerdo totalmente en que solo el ser es[83].
Como ya antes se ha hablado de la teoría atomista, ahora sería preciso
hablar de la cuestión religiosa en esta escuela, por lo que se tiene que, no
hay lugar para un Dios personal y trascendente, sin embargo:
Los atomistas admiten la existencia de dioses, que moran en los espacios
comprendidos entre los distintos mundos, y que viven felices, sin preocuparse
lo más mínimo de los hombres. Los dioses están también compuestos de átomos,
más perfectos que los que constituyen los seres terrestres, y son merecedores
de la veneración y del culto de los hombres[84].
Cuestión importante de Demócrito es su ética, en cuyo centro se haya la
felicidad, que consiste en un ´buen ánimo´, pero hay que saber comprender esta
felicidad de Demócrito, la cual se explica así:
La finalidad de la conducta humana ha de ser lograr la dicha, y que ésta
la determinan los placeres y el dolor; pero ´la felicidad no reside en la
posesión de ganados o de oro: el alma es el lugar en que mora el 'daimon', Lo
mejor para el hombre es pasar la vida con el mayor gozo y con la menor
tribulación posible´[85].
Para Demócrito, como se ha visto, la felicidad se puede conseguir
mediante el “equilibrio entre el alma y cuerpo. Su ética es de cuño utilitarista.
Es, en efecto, útil lo que otorga placer y, más generalmente lo que permite
evitar el dolor”[86], de aquí que tiene que
evitarse los excesos, pues dañan el equilibrio y se produce el dolor, preclara
concepción del valor de la vida humana, tomada años más tarde por el
cristianismo, aunque éste le dé sentido al sufrimiento, con la muerte y
resurrección de Jesucristo.
La influencia de Demócrito y los atomistas hasta nuestros días ha
sobrevivido en las teorías de la moderna física nuclear, además de haber afectado
el pensamiento moral del mundo griego, cuando se le identifica como el
auténtico sabio, capaz de estar siempre sereno, dueño de sí, imperturbable,
cuestiones que tomaría también Epicuro, aunque sin comprender a fondo[87].
Los sofistas
Superando todas estas escuelas filosóficas, viene a punto cronológico de
la historia la aparición de los sofistas, cuyo aporte a la sociedad, la
política y la cultura tienen sus secuelas hasta nuestros días. Estos personajes
eran conocidos por realizar una:
Tarea culturizante por medio de la educación de los jóvenes y dando
lecciones públicas en las ciudades; mas, como eran profesores que iban de población en población y hombres de gran
experiencia y que representaban, a pesar de todo, una reacción un tanto escéptica
y superficial, vino a ser corriente la idea de que, reuniendo a los jóvenes, se
los arrebataban a las familias y desprestigiaban ante ellos los criterios
tradicionales hasta dar al traste con el código de las costumbres y con las
creencias religiosas[88].
Ciertamente da un giro el filosofar, ya no se detiene solamente en saber
por saber, ahora se interesa en influenciar a los demás, hacerles ver que es
necesaria la reflexión filosófica, en este sentido, se comprende que:
Con el término ´sofista´ en el griego más antiguo se señalaba al hombre
que ejercía la actividad de sofos, es decir, alguien que sabe, que posee
conocimientos singulares y capacidad en general y que, al mismo tiempo,
poseyendo tal saber, fuese capaz de comunicarlo y transmitirlo[89].
Protágoras de Abdera
El primero en llamarse sofista fue Protágoras de Abdera, pues enseñó
durante más de cuarenta años por todas las ciudades del mundo griego, también
en Atenas, donde fue acusado de ateo, por lo que tuvo que abandonar esta ciudad
y en su viaje hacia Sicilia se ahogó, con 70 años de edad aproximadamente;
había nacido hacia el 444 a.C.[90].
Éste primer sofista pasó a la historia al ser identificado como el autor
de la famosa frase “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son
en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son”[91],
pero parece que con ´el hombre´, Protágoras quiere significar toda la
humanidad. Además, este ´ser medida de todas las cosas´ consistía en que:
No significa que haya tampoco un criterio de verdad para cada hombre; en
cada hombre varía, en efecto, la medida según sus propias circunstancias, según
el tiempo y el espacio en que se halla colocado. De ahí que el bien y el
verdadero comportamiento del sabio consista, según Protágoras, en adecuarse
siempre a la circunstancia presente, en juzgarlo todo según la medida
proporcionada por la ocasión y el momento[92].
En cuanto al tema de la religiosidad, Protágoras profesaba un
agnosticismo bastante marcado, pensaba que referente a la variedad de dioses
“no puedo saber si existen o no, ni tampoco qué forma puedan tener. Hay muchos
impedimentos para saberlo, la oscuridad en la materia y la brevedad de la vida
humana”[93],
tal vez así significaba la inmensidad de Dios, tal como hoy se conoce.
Gorgias de Leontini
Natural de Leontini, Gorgias vivió entre los años 483 a 375 a.C., se
conoce que viajó a Atenas, y fue contrario al pensamiento de Protágoras[94].
Retórico murió muy anciano, después de escribir valiosas obras filosóficas, sus
postulados fundamentales fueron: “1 Nada existe; 2 Si algo existe, no es
cognoscible por el hombre; 3 Aunque sea cognoscible, es incomunicable a los
demás”[95].
El primer postulado de Gorgias se comprende de la siguiente manera:
Nada existe, puesto que, si algo existiera, tendría o que ser eterno o
que haber empezado alguna vez a existir. Más el que haya empezado a ser no se
concibe, pues ni del ser ni del no-ser puede nada venir a ser. Tampoco puede
ser eterno, ya que, si lo fuese, habría de ser infinito. Más el infinito es
imposible, por la siguiente razón: no puede estar en algo, ni puede estar en sí
mismo; por lo tanto, no puede estar en ningún sitio. Y lo que no está en ningún
sitio no existe[96].
En el segundo postulado se explica que:
Si existiese alguna cosa, sería incomprensible, no la podríamos conocer.
Porque si el conocimiento es del ser, entonces lo conocido, lo pensado, ha de
ser, y el no-ser no podría pensarse en absoluto. En cuyo caso no podría darse
el error, lo cual es absurdo[97].
Y, finalmente, el tercer postulado, para Gorgias, cura toda duda:
Aun cuando pudiésemos conocer el ser, no podríamos comunicar a otros
este conocimiento. Todo signo es distinto de la cosa significada; ¿cómo
podríamos, por ejemplo, comunicar a otros el conocimiento de los colores, si lo
que oye el oído son sonidos y no colores? Y ¿cómo podría darse a la vez en dos
personas la misma representación del ser, si esas personas son diferentes la
una de la otra?[98]
En resumen, Gorgias, como sofista, abarcó terrenos de toda índole en su
filosofar, llegó a pensar que lo mejor que tiene los hombres es la educación,
considerando que lo que se sembraba en el corazón del hombre florecería para
toda la vida[99], prodigioso pensamiento,
aún vigente, y del cual se debería hacer mención a la hora de educar las nuevas
generaciones.
Sócrates
Menuda pero fascinante introducción al gran Sócrates:
En el siglo V a.C., un hombre pasea por el ágora de la ciudad griega de
Atenas. Algunas personas lo saludan y pasan de largo, pero otras se detienen y
entablan conversación. Dotado de una fina ironía y admirado y odiado al mismo
tiempo, revela a su interlocutor grandes verdades mediante el diálogo[100].
Hijo de Sofronisco, nació Sócrates en Atenas, en una familia acomodada,
de la cual heredó una pequeña fortuna, la cual perdió cuando llegó la guerra. En
su educación infantil obtuvo conocimientos de astronomía, matemática y música,
cuestiones que le hicieron la vida más agradable, pues de por sí, con su
apariencia física tan desmejorada, no parecía simpatizar a muchos, solamente
logró conquistar a Jantipa, mujer que le dio tres hijos[101].
Lo que de Sócrates se puede saber lo presenta su discípulo Platón y
Jenofonte. Es de común acuerdo que nació hacia el 469 a.C., y vio el final de
sus días en el 399 a.C., cuando fue condenado a muerte[102].
Su método de la mayéutica lo hereda de su madre, quien era comadrona, de ahí
que él se crea el comadrón de las ideas de las personas[103].
La muerte de Sócrates es de las más recordadas en la historia de la
Filosofía, pues hubo de envenenarse, orgulloso de mantenerse hasta las más drásticas
consecuencias en la virtud y la verdad. Sócrates fue acusado de corromper a la
juventud con la predicación de nuevos dioses, finalmente fue acusado de traidor
y la condena lo llevó a beber la cicuta[104].
Sin escribir nada de su puño y letra, es de los filósofos el más comparado con
Jesús de Nazaret.
Método Socrático y
Dialéctica del Juicio
Cuando Sócrates planteaba las preguntas, lo hacía siempre con un motivo,
primero para saber la opinión de otros, pues estaba seguro que es posible
aprender de los demás, luego para corregirles, en caso de que estuvieran
equivocados, pero en vez de contradecirlos, les formulaba otras preguntas,
dándoles ejemplos para que entendieran dónde estaba el error, de este modo,
Sócrates quería enseñar a los hombres a ser mejores ciudadanos, pues
consideraba que nadie es capaz de obrar el mal cuando conoce la verdad[105].
Esta era la famosa mayéutica de Sócrates, que pasó a la posteridad como
el arte de saber preguntar y responder a sus interlocutores, ayudándoles a
sacar las ideas innatas que tenía en su interior, obligándoles a reflexionar,
precisando sus propias opiniones, una vez que había reconocido el mismo
Sócrates, que no sabía nada[106],
y en todas estas:
El hombre era el tema central de todas las conversaciones de Sócrates. Y
su principal preocupación era que los atenienses encontraran el camino hacia la
virtud. Pero para el maestro nadie debía creer que su opinión era más valiosa
que la de los demás. Por ello, cuando le preguntaban su opinión, siempre
contestaba con la misma célebre frase: ´Sólo sé que no se nada´[107].
Es a través de esta
mayéutica que Sócrates logrará sus grandes cometidos, sin pretender presentarse
como sabio, lograba que los demás conocieran el sabio que llevan dentro, sin
embargo:
Es un procedimiento que a veces consigue su objetivo — el de precisar lo
que es aquello de que se trata. Pero es también un procedimiento que muestra
con frecuencia lo difícil que es llevar a producir definiciones. Por lo tanto,
más bien que de definición se trata muchas veces en Sócrates de empleo de la
dialéctica[108].
Esta mayéutica socrática es también considerada como dialéctica, que
encuentra su definición más concreta en precisar que era, entendida en su
contexto histórico, el “arte de descubrir la verdad gracias a la discusión, poniendo
de relieve y eliminando las contradicciones del adversario”[109],
por lo que “todo el método de Sócrates consiste en hacer que los hombres se
conozcan a sí mismos”[110].
Ética Socrática
La ética de Sócrates estará cimentada sobre el conocimiento del bien y de
la virtud, virtud que puede transmitirse[111],
es así como:
Según Sócrates, el saber y la virtud se identifican, en el sentido de
que el sabio, el que conoce lo recto, actuará también con rectitud. En otras
palabras: nadie obra mal a sabiendas y adrede; nadie escoge el mal en cuanto
mal[112].
El principio ético socrático está compendiado en que “el hombre no puede
tender más que a saber lo que debe hacer o lo que debe ser; y tal saber es la
virtud misma”[113], por lo que la
ignorancia es el principio de todo vicio y la base de toda culpa, aparente
conclusión alentadora, además, “el bien, que es lo útil para el individuo y
para la ciudad, obra de tal suerte sobre el entendimiento del que lo conoce,
que, una vez conocido, influye sobre su voluntad, la cual no puede menos de
quererlo y practicarlo”[114].
Desprendido materialmente, como muchos de los pensadores hasta ahora
resumidos, Sócrates compartía la opinión de que la felicidad se podía conseguir
con poco, por ello pensaba que “el verdadero placer y la felicidad duradera los
consigue el hombre moral más que el inmoral, y que la felicidad no consiste en
poseer abundantes bienes materiales”[115],
y es en este sentido donde la figura de Sócrates presenta aparente similitud
con la de Cristo, cuando éste recomendó la pobreza de espíritu (Mateo 5,3).
Finalmente, la ética en Sócrates no busca simplemente un bien
individual, va mucho más allá, pues éste filósofo es consciente de la necesidad
de que los hombres cooperen unos con otros, para lograr el bien común, pues:
Para ser virtuoso cada quien debe ser sí mismo, es decir, por un lado
debe realizar su propia profesión sabiendo que en esto radica el bien y la
contribución del individuo a la sociedad. Ésta, en efecto, se vale del aporte
de todos sus miembros, de tal suerte que la comunidad será buena y justa si sus
individuos cumplen bien con su rol[116].
Imperante reflexión socrática ésta que debería estar enclavada en las
conciencias de los venezolanos, sobre todo en estos momentos, en los que parece
que la crisis es eterna y viene en ayuda suya una pandemia de catástrofe
global. Si como pensaba Sócrates pensaran los venezolanos, todos, gobernantes y
súbditos, los rumbos serían otros, pero no es así, impera el individualismo,
por eso la sociedad se desangra a sí misma. Ése es el mal que azota.
La fama de Sócrates en
Atenas creció en medio de los jóvenes, quienes le buscaban agradados por sus
conversaciones, deseosos de aprender, capaces de admirarse de la sencillez del
arte del diálogo expuesto por este fascinante hombre, quien les recibía con
amabilidad, y no les exigía nada a cambio de instruirlos en los caminos de su
atrayente filosofía, considerando él que un filósofo debía ayudar sin intereses
a los demás, por lo que dejó sin discípulos a más de uno de los filósofos
existentes[117].
P.A
García
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