Homilía
Dominical del 31 de Diciembre de 2017
Lecturas:
(Si 2-6. 12-14; Sal 127, 1-2.3.4-5; Col
3,12-21; Lc 2,22-40)
Queridos
hermanos en la fe, sean bienvenidos a esta Eucaristía del 31 de diciembre, que
corresponde al último día de este año 2017. Por eso, quiero invitarles a
vivirla con espíritu de acción de gracias a Dios por todos los beneficios
recibidos de él durante este año que hoy se acaba, y que como buenos cristianos
vamos a culminar en su presencia.
Todos
los 31 de diciembre, es ya una tradición el reunirnos en familia para despedir
un año y dar la bienvenida a otro, y es en medio de esta realidad donde, por
voluntad de Dios, vamos a festejar a la Sagrada Familia de Nazaret. No es
coincidencia, es el querer de Dios que en este último día del año civil
meditemos acerca del valor de la familia, a ejemplo de José, María y Jesús, el
Dios humanado. Meditar sobre la familia y poner en práctica todo esto puede ser
la clave para superar la grave crisis moral y de valores que sufrimos como
sociedad venezolana. Las palabras que a continuación les voy a transmitir, no
las reciban como palabras de hombres, sino como palabras inspiradas por Dios
para su Pueblo, que está sediento de Él.
Para
hacer más esquematizada la reflexión de este día, vamos a tener en cuenta tres
puntos muy concretos, sacados a la luz de la Palabra que acabamos de escuchar.
1-
Honrar
a padre y madre
Queridos
hermanos, la primera lectura, tomada del libro de Sirácide, expone la gloria de
aquellos que pongan en práctica el cuarto mandamiento de la ley de Dios, el
cual reza: “Honrar a padre y madre”,
y es que es una obligación de nosotros como hijos, el venerar, respetar, ayudar
y amar a aquellos seres que nos han dado la vida, y que han servido como
instrumentos de Dios para que nosotros estemos en este mundo. El honrar a padre
y madre significa, como lo manifiesta la lectura, estar con ellos en las buenas
y en las malas, valorar todo lo que han hecho por nosotros y apoyarlos cuando
sus fuerzas no les permitan valerse por sí mismos. Valga con esto la reflexión
sobre las actitudes malsanas y erróneas que muchos hijos toman con sus padres
cuando éstos ya están ancianos.
Cuántos
padres y madres ancianos pasarán esta noche en un lugar apartados de sus
familias porque sus hijos no han querido hacerse cargo de ellos en la vejez y
en la enfermedad. Cuántos padres y madres están olvidados por sus hijos que
prefieren estar esta noche en la calle, rodeados de tantos peligros, y no
compartir lo poco o lo mucho que se tenga con sus familiares.
La
familia la hizo Dios para estar acompañados, para darnos calor y amor unos a
otros. Es que hay que ser un desalmado, para no vivir aquello que dice la
canción más popular de este día: “faltan
cinco pa las doce, el año va a terminar, me voy corriendo a mi casa a abrazar a
mi mamá”. Sí, es que la letra de esta canción es propicia para traerla a la
reflexión. Hay que correr y abrazar a nuestros familiares y decirles cuánto le
queremos y cuán importante son para nuestras vidas. Un hijo no es nada sin su
padre y su madre y un padre y una madre no es nada sin su hijo, sin su hija.
Podemos imaginarnos el hogar de Nazaret, a una María dedicada a los quehaceres
del hogar y a un José trabajando en la carpintería y enseñando este oficio al
joven Jesús, y es allí, en las cosas cotidianas donde se manifestó el amor de
Dios y la misma santificación de la humanidad.
Podemos
imaginarnos también a Jesús, que en su crecimiento fue aprendiendo a amar a sus
padres, en especial a su madre la Santísima Virgen María, hasta el punto de
dejarla encargada al Apóstol san Juan antes de morir y resucitar. Queridos
hermanos, la misma vida de Cristo nos enseña que, nuestra relación con nuestros
padres es el reflejo más aproximado de la relación de Dios con nosotros, pues,
como lo dice la escritura: “como una
madre siente ternura por sus hijos, así Dios siente ternura por los hombres”. Dios
es un Dios de amor, de ternura, de familiaridad.
Pensemos
ahora, cuando estos valores faltan en las familias, es entonces cuando se crían
no hijos, sino delincuentes y antisociales que hacen daño porque eso ha sido lo
único que han recibido desde sus hogares. La responsabilidad de la familia es
tan grande, que, dependiendo de la educación de los hijos en el hogar es que se
dará en el futuro un buen fruto a la sociedad, con personas que quieran
trabajar por el bienestar de todos, trabajar por hacer de este mundo un lugar
más humano. Estamos necesitados de familias formadoras de humanos, porque
mientras más humanos más cristianos.
He
dicho al principio que este 31 de diciembre está hecho para estar en familia,
compartiendo los padres con sus hijos, pero no se nos puede olvidar que, gran
número de familias venezolanas hoy en día están fragmentadas, pues muchos de
nuestros hijos, jóvenes y adultos tuvieron que salir del país para buscar
nuevos horizontes de trabajo y prosperidad. Para nadie es un secreto que el
pueblo venezolano, y más aún la juventud, está viviendo un gran éxodo, que
pareciera ser la única esperanza ante tanta decadencia. Que no se nos olvide,
queridos hermanos, que Dios no es un Dios de división, por eso, esto que está
sucediendo es producto del maligno, que nos quiere ver divididos, el maligno
que primero nos dividió a los venezolanos dentro de nuestro mismo país, pero
que ahora, con más furia nos está dividiendo sacando fuera a los hijos, a las
hijas, esto es para reflexionarlo, no para lamentarnos. Es preciso, entonces,
encomendar en nuestras oraciones del día de hoy a todos los venezolanos que
están lejos de su patria, lejos de sus familias.
2-
Que
la paz de Cristo sea nuestro árbitro
Colosenses,
en la segunda lectura trae a la mente las características que deben imperar en
nuestras familias, es por esto que nombra la misericordia entrañable, bondad,
humildad, dulzura y comprensión como instrumentos eficaces de las relaciones
humanas, donde el amor es el ceñidor de la unidad consumada. Queridos hermanos,
pensemos ahora, en cuántas de nuestras familias falta alguno de estos valores,
si no todos. Porque donde hay misericordia entrañable hay paz, donde hay bondad
y humildad hay paz, donde hay dulzura y comprensión hay paz, y donde hay paz
hay amor. Ya estamos cansados de tantas peleas, de tantas discordias entre los
miembros de nuestras familias. Esta Navidad que estamos viviendo, y este último
día del año debe convertirse en la oportunidad para apartar el egoísmo y el
orgullo y darle un abrazo a aquel hermano, a aquella hermana o a aquel familiar
que durante tanto tiempo ha estado alejado de mí. Hoy Cristo te está invitando
a ser más humilde con tus familiares, a saber perdonarlos como Dios te ha
perdonado a ti, a saber comprenderlos como ellos te han comprendido a ti, hoy
el Señor, hecho niño en el portal de Belén, nos pide que le amemos a él amando
a nuestros hermanos.
Queridos
hermanos, hoy en día, en este contexto social en que estamos inmersos, amar al
hermano significa desearle el bien, procurarle lo necesario para sobrevivir,
comprenderle en las necesidades que tenga, compartirle de lo que tengamos
porque todos estamos necesitados, hoy en día amar al hermano significa
respetarlo en las colas que se hacen por reclamar alimentos, en las colas que
se hacen por la gasolina, por el gas, por el efectivo necesario para hacer nuestras
compras. Hoy en día amar al hermano significa ser misericordiosos como el Padre
Dios es misericordioso. El cristiano del año 2018 que está por comenzar, es un
cristiano que está comprometido a llevar la paz a todas esas realidades que he
mencionado, llevar la paz y ser instrumento de la paz del Señor, como el gran
san Francisco de Asís, que llevemos la paz a todas las circunstancias de la
vida, porque donde hay paz hay amor, y todo estará bien.
Colosenses
nos sigue haciendo la invitación a vivir en paz y recomienda, de manera
especial a las familias, a vivir con la Palabra de Dios en medio, para
alimentarnos de esa riqueza incomparable. De los padres de familia es el gran
deber de educar a sus hijos, enseñándolos con toda sabiduría y corrigiéndolos cuando
sea necesario, el que ama corrige. Que todo lo que hagamos, lo hagamos para dar
gloria al nombre del Señor Jesús.
Que
la paz de Cristo sea nuestro árbitro quiere significar también que en la vida
familiar la mujer está llamada a vivir bajo la autoridad de su marido, pero que
no es una autoridad machista, sino que, por el contrario, es una autoridad que
viene de lo alto, y que lo constituye a él como el primero en dar ejemplo de
amor y caridad. La palabra invita a los hombres a no ser ásperos con sus mujeres
y a amarlas sin medida, de igual manera hace la gran exhortación a los hijos a
obedecer a los padres en todo, ya que esto agrada a Dios. Queridos hermanos, la
obediencia es la clave de la felicidad en la vida familiar, los hijos deben
obedecer a ciegas a sus padres, porque el que obedece no se equivoca. Ya
podemos imaginarnos a Jesús siendo obediente a María y a José, y más aún su
Padre Dios, hasta el punto de morir en la cruz por amor y por obediencia a la
voluntad de Dios, vemos entonces como la obediencia nos alcanza la salvación.
3-
Seguir
los pasos de Jesús, María y José
En
este domingo de la Sagrada Familia, el evangelista san Lucas nos muestra la
escena de la presentación del Niño Jesús en el templo, que corresponde al
cuarto misterio de gozo. Y en esta
escena debemos notar cómo José y María llevan al niño Jesús al templo para
hacer las cosas según lo que estaba escrito en la ley del Señor. En esta
primera parte ya la familia de Nazaret nos está dando un ejemplo y nos está
haciendo una invitación, la de cumplir los mandamientos de la ley de Dios.
Bien
sabemos que el entorno familiar es la primera escuela donde se educa a los
hijos. Este evangelio nos enseña la pedagogía de Dios, que es enseñar con el
ejemplo, vemos a María y a José ir al templo con Jesús, es decir, los padres no
lo mandan solo, como hacen muchos padres hoy en día, sino que van con el niño
para cumplir la ley, y ese ir con el niño es enseñarle las cosas buenas con el
ejemplo, porque ellos, que son los padres, también están asistiendo.
Es
muy común escuchar a un niño decir que cuando sea grande quiere ser como su
padre o como su madre, y esto se convierte en un orgullo para la familia,
porque está viendo en los adultos de la casa ese buen ejemplo que lo animará
más adelante a esforzarse por cumplir sus metas y proyectos. Las familias de
hoy en día no saben qué será de sus hijos, pues por la misma situación que
vivimos, cada vez más jóvenes abandonan sus estudios porque se les hace
imposible sobrellevar una vida estudiantil, donde lo económico juega un papel
importante. En la familia de Nazaret notamos el gran esfuerzo de José y de
María por brindarle la mejor educación a su hijo Jesús, podemos imaginarnos a
José enseñando el oficio de la carpintería a Jesús, que se convertiría en el
trabajo que sustentaría a él y a su madre.
Y
es que el valor del trabajo es tan importante en la educación familiar, que la
misma Sagrada Familia nos indica que es ese el camino de la santificación, sí,
el trabajo es el camino de la santificación. Donde no se educa a los niños en
el trabajo y el esfuerzo, se están formando los ladrones de la sociedad, que
pretenden tomar lo ajeno como propio cuando no han trabajado para conseguirlo
por sus propios medios. La delincuencia cada día aumenta, y con razón, pues
muchas familias se han acostumbrado a que todo se los regalen, que todo les
caiga de lo alto, y entonces se nos ha olvidado que es trabajando como se ganan
las cosas y no viviendo esperanzados a que a alguien se le ocurra vivir la
caridad para callar las conciencias de los más ignorantes.
Queridos
hermanos, en la figura del anciano Simeón vemos al hombre y a la mujer que
espera la venida del Señor, que se esfuerza y persevera por ver al Dios
humanado, por ver al Emmanuel. Simeón esperó la venida del Salvador con mucha
paciencia, preguntémonos ahora: ¿espero con paciencia las bendiciones de Dios
en mi vida? Que también nosotros podamos decir en medio de nuestras vidas:
ahora, Señor, según tu promesa puede dejar a tu siervo irse en paz, porque mis
ojos han visto a tu salvador, luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu
pueblo Israel, éste, que es un himno de acción de gracias debemos repetirlo de
manera especial en este día 31 de diciembre, dándole gracias al Señor porque
nos ha permitido verlo, tocarlo, experimentarlo en este año 2017, y hemos
aprendido de manera contundente que solo él es la luz que ilumina nuestra vida,
y sólo él es el amigo que nunca falla.
Simeón
se encuentra con la Familia y reconoce en medio de la Familia a la Luz que
iluminará a todas las naciones. Si Dios está en medio de nuestras familias,
nosotros seremos esos focos, esos rayos de luz que iluminarán a la sociedad.
Estamos llamados a ser luz del mundo, luz en la calle y en la casa, luz que
alumbre a todos y no a unos pocos, porque Dios nos ha nacido y ha venido para
ser luz de las naciones todas.
Si
algunas de estas palabras que he dicho, ha resonado en la conciencia de ustedes
como lo ha hecho ya en la mía, demos gracias a Dios por eso, porque, a la
Iglesia venimos a encontrarnos con Dios, y Dios está en las cosas cotidianas de
la vida, y ahora, más que nunca, Dios está sufriendo con nosotros y nos está
llamando con voz poderosa a rechazar el mal y elegir el bien, la prosperidad,
la igualdad y el bienestar de todos. Que no se nos olvide que estamos llamados
a “honrar a padre y madre”, a vivir para “que la paz de Cristo sea nuestro
árbitro”, y “seguir los pasos de Jesús, María y José” siempre y en todo lugar.
Que
veamos a Dios en los demás, que veamos la luz de Dios y dejemos de vivir en las
tinieblas del engaño y del fracaso. Hoy Dios nos da la oportunidad de optar por
él, de empezar en 2018 de su mano, en su presencia, con su bendición, no
perdamos la oportunidad de decirle a Dios: aquí estoy, Señor, para hacer tu
voluntad.
Feliz Navidad y Feliz
Año Nuevo para todos.
P.A
García