UNA CARTA PARA ELLA
Más
allá de no sé dónde, tampoco se sabe cuándo, escribí esta graciosa carta
para mi mamá. En ella se manifiesta el inmenso amor que siempre le he
demostrado. Copio fielmente la carta colmada de errores ortográficos y sin
ningún punto o coma, tal como la escribí. Les ruego que sepan entender la accidentada
expresión literaria de un pequeño de 6 años de edad.
Para
Tahis de Pedro
Tahis
la ciero mucho te adoro com mi fuersa con mi corason esto es para que se mejore
mamá llo se que uste me ciere mucho y llo tanvien la quiero tu eres para mi la
mujer mas ermosa tu eres mi corason tu mes ilumina con el corason llo teciero
del planeta tierra asta el ultimo planeta
T A H
I S
Antes de continuar con mi comentario habitual, quiero que
sepan ustedes lo afortunados que son, pues acaban de leer -creo yo- mis
primeras letras, y tal vez las más conservadas por el celoso corazón de mi
madre. En la foto de referencia, al inicio de este artículo, pueden observar
cómo se encuentra esta nota hoy en día: plastificada para evitar su deterioro,
aunque es evidente que la tinta del lapicero azul usado para plasmar las
pueriles grafías ya ha perdido su fuerza.
De esta carta solamente
recuerdo que la escribí sobre la mesa de coser de mi nona Eva Castillo, una
tarde de agosto de 2002, mientras ella se dedicaba a la costura, especialidad
artesanal que le ocupó sus días de jubilada. Según la carta, el motivo que me
llevó a escribirla fue el ver a mi mamá enferma. No recuerdo qué tenía, solo poseo
leves remembranzas de verla recostada en la “silla de extensión” forrada con
mimbre azul que teníamos en la casa.
Hay una frase
de esta misiva que da mucho para pensar. A mi madre le escribo que la quiero desde el planeta tierra hasta el último
planeta, lo que podría significar que desde los 6 años ya comprendía yo la
inmensidad del Universo, cual Galileo en pañales. No vayan a pensar que me ensalzo
a mí mismo sin disimulo, pero era en estas circunstancias cuando insistente
preguntaba a mi madre y profesores qué pasaría si los planetas se cayeran, o
ante el hecho de las frases célebres de Bolívar, les preguntaba cabizbajo qué
más podía inventar yo, si ya el Padre de la Patria lo había dicho todo.
La unión
sentimental que hay entre un hijo y su madre es una realidad casi sobrenatural,
aunque es lo más natural que existe. El amor entre un hijo y una madre es muy
superior al amor conyugal y no tiene comparación, esto tampoco tiene discusión.
En la Biblia, se usa la imagen de un padre (o una madre) amando a sus hijos
para dar a entender de alguna manera el amor que Dios tiene a los hombres:
Salmo 102, 13 “Cual la ternura de un
padre para con sus hijos, así de tierno es Yahveh para quienes le temen”. Es
bueno hablar del amor de Dios, pero es más preciso y elocuente hablar de la
ternura de Dios.
En el calvario de mi
vida no he estado sólo, a mi lado ha estado siempre mi madre, cual María iuxta crucem, como la Virgen María al
pie de la cruz de su Hijo. Mis alegrías son también de ella, y mis penas son
más de ella que mías, esto solo es posible entender cuando se ama con pasión.
Inspirado por
un libro del padre Miguel Ruiz Ayucar, titulado “El Cristianismo es amor” (1967), quisiera parafrasear su apartado
sobre el amor a los padres, que en este caso quiero dedicar exclusivamente al
amor que un hijo debe sentir por su madre.
El hijo ingrato, despectivo, o el que se
aficiona de tal modo a otros amores que su madre apenas cuenta para él, repudia
la caridad en lo más exigente e indeclinable. El hijo que ya fuerte, abierto
camino en la vida, olvida a su madre anciana, olvida la caridad: “No olvides los gemidos de tu madre”
(Ecl 7, 27). Infeliz el cristiano que vilmente menosprecia el amor y mal paga
los desvelos maternos.
Hijo, en
palabra y en obra atiende a tu madre a fin de que te alcancen las bendiciones
de Dios. Peca grandemente quien humilla a su madre. Persevera en las
consideraciones a ella y no le des pesares en todos los días de tu vida. Y cuando
disminuyan sus facultades, sé con ella indulgente y no la desprecies por estar
tú en toda tu fuerza. Pues la piedad tenida con la madre no se borra y
sobrepuja las deudas de tus pecados y será recordada a tu favor el día de la
necesidad, para disipar tus pecados como el calor derrite la nieve.
En la breve
historia de mi vida hay alguien que siempre ha creído en mí: mi madre. Es ella
la mujer que ha estado presente en todas las circunstancias, buenas y malas.
Fue ella quien, teniéndome aun de brazos, notó que necesitaría visitar al
oftalmólogo. Hizo lo posible y lo imposible por conseguir la intervención
quirúrgica de mis ojos y después de esto, se las ingenió para adquirir los
lentes que desde pequeño he usado para ver mejor. Mi madre se negó al consejo
de algunos familiares, quienes le dijeron que no hiciera nada por mí, pues así
había nacido y ni modo, como si de un animalito se tratara. Pero no, el amor de
madre la llenó de valor para combatir todas las dificultades, que no fueron
pocas. Por esto y muchas cosas más que ahora mismo no pretendo explayar, estoy
infinitamente agradecido con mi mamá.
El que ama
corrige, y las correcciones de mi madre han sido las más sinceras y oportunas.
Palabra por palabra, sin desperdicio alguno. El que escucha a su madre llega a
viejo y le va bien en la vida, porque la experiencia de una madre vale más que
mil libros.
P.A
García
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