La
predicación circunstancial es la
oratoria eclesiástica que se da, dentro o fuera de la celebración eucarística,
cuya razón de ser no es el domingo o la festividad del día, sino otra
circunstancia que puede variar ampliamente, desde la inauguración del curso
escolar hasta las bodas de oro de una asociación civil o religiosa, pasando por
la bendición de animales o de coches. Dentro de esta categoría hay tres casos:
por su frecuencia, por su relevancia litúrgica y por sus implicaciones con el
trabajo pastoral. La predicación en el bautizo, en la boda y en el funeral,
serán consideradas como predicación ocasional.
La predicación del bautismo no tiene por contenido ni la
alegría por el nacimiento de un niño, ni la cuestión de su futuro, ni la tarea
educativa. En este caso el tema es la gracia de la que se hace objeto a este
niño, el amor de Dios manifestado en Jesucristo que se experimenta en todas las
situaciones. Aquí se trata de relacionar la vida humana con los grandes hechos
de Dios. Esto es válido también cuando el nacimiento del niño no ha sido
recibido con alegría, ya porque no fuera deseado, ya porque ha venido enfermo
al mundo, ya porque se temen experiencias amargas en su camino.
La predicación de bodas se distingue de la del bautismo
porque la atmósfera es más sentimental y está más expuesta al aire de fiesta
que la predicación bautismal. Hay que recordar el aspecto sacramental para
evitar que las flores, la música, el vídeo, las fotos, los padrinos y testigos
vestidos de etiqueta y el vestido de la novia sean más importantes que la
celebración litúrgica. Lo que el predicador dice en una homilía de bodas está
marcado por la actitud que tiene en su interior respecto al matrimonio. En la
boda destacan las cuestiones personales más fuertemente que en el bautismo,
porque se trata aquí de la responsabilidad de los contrayentes para la
realización de la vida en común El texto estará al servicio de esta situación,
haciendo visible la tarea y mostrando las fuerzas que van a ayudar a cumplir
esa tarea.
La predicación en una Eucaristía de exequias siempre va
acompañada de una exigencia especial, pues cada entierro es un caso serio ara
la fe de la comunidad reunida. En cada entierro la fe o es fortalecida, avivada
o también más o menos dificultada. La predicación de exequias tiene como
objetivo poner la vida del difunto, y el dolor de los que quedan, bajo la cruz
de Cristo como signo de la victoria sobre la muerte. La homilía solo podrá
cumplir su tarea si nace de la convicción interior del sacerdote y la comunidad
se siente interpelada personalmente. Esto solo se puede lograr cuando el
sacerdote pone bajo las exigencias de lo personal todo el conjunto de la
celebración. Al sacerdote se le ve como alguien que les ayuda, después del
fallecimiento, a interpretar de nuevo su vida y ordenarla de nuevo. La
intervención de la Iglesia se ve casi siempre todavía como algo natural. Por
eso no se cuestiona al celebrante en el entierro sino que se le considera como
una parte indispensable e integradora. Esta situación posibilita al sacerdote
sin tensiones internas y externas cumplir adecuadamente, es decir, de una
manera digna y expresiva, la tarea de la Iglesia de enterrar a los muertos y
consolar a los que lloran.
En estos tres típicos ejemplos de la homilía circunstancial
el sacerdote tiene el espacio abierto para catequizar a la feligresía en la
vida sacramental del catolicismo. Es una realidad muy marcada en nuestro
contexto el hecho de que sea en estas oportunidades cuando asisten a templo el
mayor número de fieles que, en todo el año, no se acercan al culto católico, de
allí la oportunidad que debe aprovechar el que predica para atraer más a la
gente a Dios por medio de la Iglesia.
P.A
García
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