miércoles, 21 de marzo de 2018

Homilía de Mons. Juan de Dios Peña Rojas en la festividad de San José en el Seminario de Mérida.


JOSÉ VARÓN JUSTO
Mons. Juan de Dios Peña Rojas

        
Cuando leemos y meditamos este texto del evangelio de Mateo, lo primero que se nos dice de José es que era un hombre justo. La justicia siempre va por delante. Luego, una vez que se le anuncia que va a ser padre, José asume con humildad esa misión. Desde la justicia vemos a un José que escucha, a un José que piensa muy bien antes de tomar una decisión apresurada, y por eso es que nos dice el texto que como él amaba mucho a María pensaba repudiarla, pero en secreto. No tomó una decisión apresurada, sino como hombre justo pensaba. Y, por supuesto, la presencia del Ángel que le comunica en sueños el mensaje del Señor, lleva a José a hacer todo lo que le había mandado el Ángel del Señor. Es un hombre obediente.

         Podemos empezar a sacar todos estos valores, que tenemos que aplicar nosotros a nuestra vida. Primero, si estamos en su Seminario, es porque tenemos que aprender a ser justos, justos para con los demás, aprender a escuchar siempre la Palabra de Dios, y no olvidar que nosotros, estamos llamados a ser hombres de la Palabra, estamos precisamente para escuchar la Palabra, una Palabra que nos tiene que llevar a tomar decisiones, pero reposarlas, pensarlas, calcularlas, para que podamos responder con obediencia y con fidelidad lo que nos pide el Señor, porque el Señor también, al igual que a José, fija su mirada en nosotros para llamarnos.

         La presencia de José, su figura, su testimonio, su humildad, siempre ha impactado a lo largo de los siglos, y eso no ha sido extraño para nosotros, los que habitamos en estas tierras. No se si ustedes han estudiado la historia de la Iglesia local, como el primer templo que fue construido en la ciudad, en el lugar donde está actualmente la Catedral, estuvo bajo el patrocinio de San José. El primer patrono que tuvo la Iglesia Merideña, antes de ser Diócesis, era San José. Luego ese patrocinio fue cambiado, en el momento de la erección de la Diócesis, en 1778, por el de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, llamando la atención que, aún en ese momento, no se había proclamado como dogma de fe la Inmaculada Concepción, y aun así, la Diócesis de Mérida de Maracaibo de aquel entonces, se puso bajo el patrocinio de la Bienaventurada Virgen María, la Inmaculada Concepción. Entonces, es una Iglesia que nace bajo la protección de la Sagrada Familia, primero José, patrono de la primera Iglesia constituida en la ciudad de Mérida, y luego María Inmaculada.

         Pero, además de eso, nuestros pueblos también tienen muy arraigada la imagen de José. Es un hombre que llama la atención precisamente por su humildad, que es lo que deberíamos de asumir cada uno de nosotros, sobre todo en cuanto que el ministerio que tenemos que ejercer, es un ministerio de servicio, no de dominio, no de imposición, y para poder servir, tenemos que hacerlo con humildad.

         Yo quiero simplemente sintetizar el cómo aplicar la imagen de José, o las virtudes de José en nuestra vida, retomando brevemente un texto que me llamó la atención, que leía precisamente hace dos días atrás, y yo creo que nos puede ayudar, porque, el peligro, o la gran tentación de los que tenemos que servir, o de los que tenemos que ponernos al frente de la comunidad, es precisamente enaltecernos, enriquecernos, volvernos prepotentes, llevarnos por delante a los demás, y la tentación que creo que más nos toca de cerca es el creer que nosotros somos los protagonistas, los que mandamos, y resulta que no, el Señor ha fijado su mirada en nosotros pero para que seamos sus colaboradores y tenemos que asumir la misión con mucho orgullo y con mucha humildad.

         Entonces, tenemos que pedirle a san José, que desde su humildad, desde su postura justa, desde esa capacidad de escuchar y obedecer, que nos enseñe, que nos ayude a no ser protagonistas. No olvidemos que el Protagonista es Jesús. Y cuando nosotros tenemos que dirigir o animar a la comunidad y anunciar el mensaje, tiene que ser el mensaje de Jesús. Muchas veces nosotros nos dedicamos es como a proyectarnos a nosotros mismos, a hacernos publicidad. Cuántas veces las homilías nuestras es hablando y exaltando nuestros valores y nos olvidamos de lo principal y central que es el mensaje de Jesús, es decir, nosotros no somos los protagonistas.

         Pedirle a José que nos enseñe a avanzar en el camino, en el camino del servicio, y que nos ayude a evitar pisotear a los demás, porque cuando vamos avanzando en el camino, cuando vamos subiendo, muchas veces queremos hacerlo todo a prisa, y cuando eso ocurre, nos llevamos por delante a los demás. Y, cuántas veces no subimos, o ascendemos, utilizando a los demás como peldaños, eso es lo que tenemos que pedirle a san José, que nos ayude a evitar esa tentación: pisotear a los demás, no llevarnos por delante a los demás, porque somos servidores del Señor.

         Pero también tenemos que pedirle a san José que nos ayude a entender que nosotros tenemos que aprender a ser los número dos, precisamente en esa actitud de servicio, porque no somos protagonistas. Que nos ayude a asumir la misión con humildad, con entrega, con disponibilidad, que aprendamos a ser colaboradores sin imponernos, y es por eso que cuando uno trata a la gente, tiene que tratarla con cariño, con justicia, con cercanía, con amor. Y cuando uno está en una comunidad tiene que aprender a dialogar, y organizar con la gente para no imponer, sino simplemente para ofrecer el mensaje de salvación.

         Pedirle a José que nos ayude a obedecer, que nos enseñe a obedecer, eso es lo que más nos cuesta, y siempre se va a convertir como el gran reto a asumir dentro de la vida, no sólo sacerdotal, sino en cualquier estilo de vida. Que nos ayude a obedecer. Que nos ayude a luchar frente a tanta desesperanza. Que nos enseñe a hacer las cosas desde el segundo puesto, desde el segundo lugar. El primer puesto lo ocupa Jesús. Y aunque nosotros ejercemos un ministerio en el nombre de Jesús y en persona de Jesús, no olvidar que el número uno es él, nosotros somos sus colaboradores, somos servidores de Jesús.

         Que nos ayude a ser grandes, pero evitando caer en la tentación de exhibirnos, de mostrarnos a nosotros, de aparecer nosotros. Que todo lo que hagamos sea siempre tratando de evitar los aplausos, somos humanos y necesitamos motivaciones, y cuántas veces queremos que nos digan que lo hicimos muy bien, pero tratar de evitar el aplauso, que el aplauso no nos lo llevemos nosotros, sino que se lo lleve el Señor.

         Que en la medida en que vayamos avanzando en el camino, san José nos ayude a evitar caer en ese ambiente publicitario, porque muchas veces nos hacemos publicidad a nosotros, y nos mostramos como lo único, como lo mejor, como lo máximo y nos olvidamos de lo principal que es dar a conocer a Jesús.

         Que nos enseñe a perseverar, a no perder la esperanza, y, sobre todo esto es clave, desde el ejemplo que nos da José, que nos ayude a alcanzar la gloria desde el silencio. En ninguno de los evangelios se nos muestra ninguna palabra atribuida a José. José no habla, no porque era mudo, sino porque se dedicó a hacer lo que le había pedido el Ángel del Señor. Menos palabras y más acciones. Aprender a asumir la vida desde esta actitud de silencio, para que, desde esa paz que tenemos que experimentar dentro, desde ese vaciarnos a nosotros para llenarnos de la Palabra, podamos transmitir y podamos hacer eco con nuestra vida, del mensaje de salvación.

         Yo les invito para que aprendamos de José lo que él nos transmite desde su humildad, ser un hombre justo, un hombre fiel, de escucha, un hombre que pensaba muy bien antes de tomar decisiones, y precisamente pensaba escuchando. Pero sobre todo era un hombre que obedecía, que hacía todo lo que le mandaba el Señor, en este caso, a través del Ángel.

         Y pidamos en esta eucaristía por todos nuestros padres, para que ellos sigan siendo para nosotros imagen de José, que sigan custodiando nuestras familias, y que nos ayuden desde el ministerio sacerdotal con ese temple con que nos formaron. Aunque, por supuesta está la realidad nuestra, me imagino que muchos de ustedes no tuvieron a su lado la imagen paterna, otros si la tuvimos, pero por eso pidámosle al Señor por los que tenemos a nuestro padre aún vivo, que nos dé en ellos ese modelo de seguir a José, y que aprendamos a valorarlos, porque ellos han sido justos y han cumplido con su misión de padre.

         Ofrezcámosle al Señor esta eucaristía, y que sea él el que nos conceda la gracia de perseverar sirviendo a la Iglesia y no sirviéndonos de la Iglesia.

P.A
García

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